El amanecer trajo consigo un aire diferente. Emma despertó con la sensación de que ese día sería especial. Cole aún dormía; su respiración era tranquila y su cabello estaba revuelto sobre la almohada. Se veía tan relajado que casi le dio pena despertarlo, pero no podía resistirse.
Se deslizó bajo las sábanas y comenzó a dejar pequeños besos en su cuello, en su mandíbula, hasta llegar a su oído, bajando lentamente hasta llegar a la zona de sus músculos pectorales, haciéndole pequeñas cosquillas con la punta de sus dedos.
—Buenos días, vaquero —le susurró al oído con picardía.
Cole habló entre sueños, pero una sonrisa apareció rápidamente en sus labios.
—Así, sí que me gusta despertar… —murmuró, atrapándola entre sus brazos y haciéndola reír.
Después de un desayuno ligero, de frutas y pan tostado, Emma lo convenció para salir a dar un paseo por los alrededores de la cabaña. Esta vez no era la nieve lo que le interesaba, ni jugar, sino el simple hecho de estar juntos, alejados del resto del mundo, disfrutando de cada instante, sin preocupaciones.
Caminaron de la mano, observando los senderos tapados entre los árboles y arbustos, hablando de sus historias y recuerdos.
—¿Te imaginas vivir en un sitio como este para siempre? —preguntó Emma, respirando el aire puro de la naturaleza que los rodeaba.
Cole guardó silencio por un momento antes de responder.
—Antes te habría dicho que no —admitió—. Pero contigo… podría acostumbrarme.
Emma sonrió y apoyó su cabeza en su hombro mientras seguían caminando.
Cuando llegaron a un pequeño lago congelado, Emma no pudo resistirse.
—¿Confías en mí? —preguntó con una sonrisa traviesa.
—A estas alturas, creo que ya no tengo opción —respondió Cole con una carcajada.
Sin previo aviso, Emma lo empujó hacia el hielo y él, sorprendido, resbaló torpemente sin perder el equilibrio.
—¡Eres una mujer peligrosa! —dijo fingiendo estar enfadado.
—¡Y a ti te encanta! —contestó ella, deslizándose junto a él.
Jugaron sobre el hielo como dos niños pequeños, riendo y tropezando una y otra vez, hasta que finalmente quedaron tendidos, uno junto al otro, mirando el cielo despejado.
—Nunca imaginé que alguien como tú aparecería en mi vida —le confesó Cole, girando la cabeza para mirarla.
Emma sintió su corazón latir.
—¿Y qué clase de persona soy? —preguntó.
—La que logra que olvide todo lo malo, la que me hace ver un futuro diferente, y la que me hace sentir...
Se miraron en silencio, hasta que Cole se inclinó lentamente y la besó, uniendo sus almas en ese instante perfecto.
Justo cuando Emma cerró los ojos para entregarse por completo, una frase escapó de los labios de Cole de manera sutil…
—Ojalá pudiera contártelo todo.
Emma se sorprendió, separándose apenas.
—¿Contarme qué?
Cole tragó saliva, dándose cuenta de que había dicho más de la cuenta.
—Nada… nada importante —respondió, con una sonrisa.
Pero Emma ya no estaba convencida. Algo en su mirada le decía que había un secreto enterrado en el pasado de Cole, algo que aún no estaba listo para descubrirle… O quizás sí. Pero no, en ese momento.
El viento sopló con fuerza, haciendo crujir las ramas de los árboles. Emma se abrazó a sí misma para conservar el calor mientras sus pensamientos giraban en torno a la extraña frase de Cole. Él cambió de tema rápidamente.
Cuando regresaron a la cabaña, Cole se quedó en la entrada un momento, observando los altos pinos, con la mirada en la nada. Emma notó su expresión y que Cole estaba en el limbo.
—¿Qué ocurre?
Cole parpadeó y le sonrió, como si nada pasara.
—Nada, preciosa. Vamos adentro, te haré un chocolate caliente.
Emma no insistió, pero no pudo evitar la sensación de que Cole le ocultaba algo.
Esa noche, mientras él dormía profundamente, Emma se quedó despierta, observándolo en la oscuridad de la noche, solo iluminados por la luna llena, que se adentraba por las cortinas de la ventana, que estaba junto a la cama. Quería creer que todo estaba bien, que el pasado de Cole no tenía nada malo que pudiera alcanzarlos. Ya que su esposa murió y él vivía solo en el rancho, tan solo rodeado de su mano derecha, Mike, el personal de servicio y los trabajadores de las tierras, junto a las cuadrillas de mozos para los caballos. Y el veterinario que iba una vez a la semana a los establos, para revisar a los caballos, y a las yeguas cuando estaban a punto de parir.
Nadie más iba al rancho; Cole es un alma solitaria e independiente, es un alma libre a su manera.
Aún Emma se extraña de la suerte que tuvo de alquilar su cabaña cerca del rancho, y más que la alquilaría cuando no le gusta, la gente forastera, como los llama él.
Tal vez a raíz de quedarse viudo cambió, alejándose de todo.
Al fin y al cabo, ella terminó en Texas, escapando de Nueva York, del bullicio de sus calles, del ruido del tráfico, del ajetreo de su vida, del estrés y, sobre todo, para olvidar a Daniel, todo lo que había vivido con él, los lugares que se lo recordaban, los restaurantes donde pasaron grandes momentos. Ella también buscó la soledad, la tranquilidad de la naturaleza, en una pequeña, pero acogedora cabaña, alejada del mundo.
Ella es muy parecida a Cole; ambos están intentando huir de sus pasados.
Pero en el fondo, siente que el pasado nunca se queda enterrado por mucho tiempo, ni se entierra del todo.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025