Amor Salvaje

Capítulo 46º Su vida.

El sol apenas entraba por las ventanas cuando Emma despertó, sintiendo el calor del cuerpo de Cole a su lado. Por un momento, se quedó con la paz y la seguridad que le transmitían su respiración tranquila y permaneció sobrecostada sobre la almohada. Pero algo dentro de ella no la dejaba descansar del todo, ni sentirse segura totalmente.

Se giró lentamente, observándolo. Su rostro parecía relajado, pero incluso en sus sueños, había una expresión extraña, como si estuviera en un mal sueño. Desde aquella noche en la que él le confesó parte de su pasado, Emma no podía dejar de pensar en todo lo que aún quedaba por descubrir de Cole.

Decidió levantarse sin hacer ruido y fue a la cocina, donde el aroma del café recién hecho empezó a llenar toda la cabaña con su aroma. Se apoyó en la encimera, agarrando su taza entre las manos, perdida en sus pensamientos.

—No deberías pensar tanto, princesa —la voz ronca de Cole la sacó de su ensimismamiento.

Emma sonrió al verlo acercarse con su andar despreocupado, pero no pasó desapercibido el brillo en sus ojos, como si supiera exactamente lo que le rondaba por la cabeza.

—No puedo evitarlo —admitió, dejando la taza a un lado. A veces siento que hay tantas cosas que no sé de ti…

Cole suspiró, pasándose una mano por el pelo antes de sentarse en la mesa.

—No es que no quiera contártelo, es... Es solo que… algunas cosas son difíciles de volver a revivir.

Emma se acercó, tomando asiento frente a él y apoyando su barbilla sobre sus manos, esperando...

—Cuéntame sobre Grace —pidió suavemente.

Él entrecerró los ojos, como si estuviera decidiendo cuánto podía decirle.

—La conocí cuando era muy joven. Era dulce, valiente… y terca como una mula —soltó una pequeña risa sin alegría—. Nos enamoramos rápido y, antes de darme cuenta, ya estábamos casados.

Emma sintió un pequeño nudo en la garganta.

—¿Y luego?

—Luego… la vida se interpuso —su voz se volvió más fuerte—. Grace siempre quiso más de lo que yo podía darle. Creía que nuestra vida juntos sería como en las películas, perfecta y sin problemas. Pero cuando llegaron los momentos más difíciles, cuando la rutina era siempre lo mismo… Empezó a cambiar.

Emma no dijo nada, dejando que él siguiera.

—No era mala persona, pero… yo creo que no, era feliz —su voz sonaba entrecortada, como si le costara encontrar las palabras justas para poder explicarse bien. Se refugiaba en su mundo, en las salidas con sus amigas, en olvidar por momentos que tenía un hogar esperándola. Discutimos mucho últimamente. Y una noche…

Se detuvo, respirando hondo.

—Esa noche tuvo un accidente —susurró. Un choque frontal en la carretera. Y no sobrevivió.

Emma sintió una punzada en el pecho. Sabía que Cole había pasado por mucho, pero nunca imaginó cuánto dolor tenía en su interior en realidad.

—¿Cómo lo superaste?

Él la miró con ternura.

—No estoy seguro de haberlo hecho del todo —admitió.

Emma extendió su mano sobre la mesa y él la tomó sin dudar.

—No estás solo, Cole —dijo, mirándole a los ojos. No lo estarás nunca.

Él apretó su mano, y en ese instante, Emma comprendió que entre los dos había algo más fuerte que el miedo o el pasado. Había algo que les unía, la supervivencia y el dolor.

Ambos lo habían pasado mal, cada uno a su manera, con un destino doloroso y cruel, pero ahora mismo, Emma le daba gracias a Dios por haberle puesto en su camino a Cole. Una persona a la que poco a poco le estaba abriendo su corazón, a pesar de ser una forastera, y no estar acostumbrada totalmente a su estilo de vida.

Una forastera, como la había llamado Cole nada más conocerla, una chica de ciudad que no pintaba nada en un rancho, ni en esas tierras texanas...

Donde se madrugada nada más despuntar el sol, se revisaban las vallas, se trabajaban las tierras, se atendía al ganado, los nacimientos de los potros, y donde no tenía sentido que estuviera una chica de ciudad, que no sabía ni ordeñar una vaca.

Una dura vida de campo para una señorita que no había nacido allí, y no sabía nada de esa vida de duro trabajo, hasta que al atardecer se metía el sol tras las montañas. Y al día siguiente y al otro, y al otro, así todos los días, incluso los festivos, pues no hay descanso, ni vacaciones, ni lujos, ni relax... ni tiempo de cafeterías, ni tiendas, todo es distinto.

Desde aquellas palabras a su llegada, Cole había cambiado mucho y ella también.

Pero lo que no sabían era que la vida aún tenía más pruebas para ellos.




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