Amor Salvaje

Capítulo 52º Cole Junior.

Cole apenas había dormido aquella noche. El dolor de sus hechos, lo aplastaba como una roca sobre su pecho. Su hijo estaba en el hospital, luchando por su vida, y él estaba allí, en Canadá, viviendo momentos que parecían sacados de un cuento de hadas. Pero la realidad era mucho más cruel.

Se levantó temprano, se vistió en silencio y bajó las escaleras, encontrándose con Evelyn en la sala. Su madre tenía los ojos enrojecidos, y su rostro denotaba la angustia que ambos estaban pasando.

—Tenemos que irnos ya —susurró ella.

Cole asintió, pero su mirada se desvió hacia el piso de arriba. Emma seguía durmiendo, envuelta en las mantas, con el rostro tranquilo, de un bello ángel, sin imaginar siquiera, lo que se le venía encima.

No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad.

Cuando Emma despertó, encontró a Cole en la cocina preparando café.

—Buenos días —murmuró, acercándose a él y abrazándolo por la espalda.

Él cerró los ojos, disfrutando ese instante. Ojalá pudiera quedarse así para siempre.

—Buenos días, Em...

—¿Pasa algo? —preguntó ella, notando que estaba tenso.

Cole dejó la taza sobre la mesa y tomó sus manos.

—Tengo que irme a Dallas unos días.

Emma lo miró, sorprendida.

—¿Por qué?

Cole respiró hondo.

—Es algo familiar. Mi madre necesita mi ayuda con algunos asuntos y no puedo dejarla sola en esto.

Emma arqueó las cejas.

—¿Es grave?

—No... no realmente —mintió.

Ella mordió su labio, pensativa.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera?

—No lo sé con exactitud. Pero regresaré, lo prometo. Lo antes posible.

Emma sintió un leve malestar. No quería que se fuera. No ahora, cuando finalmente sentía que todo iba bien entre ellos.

—Está bien —dijo finalmente—. Te esperaré.

Cole la besó con una ternura que le hizo arder el alma.

Pero mientras se alejaba de la cabaña con su madre, su corazón se retorcía con un fuerte temor al quedarse sola.

Cole iba pensando...

Si su hijo no sobrevivía... ¿qué quedaría de él?

Y lo peor... ¿qué pasaría cuando Emma descubriera la verdad?

Mientras el coche se alejaba de la cabaña, Cole y Evelyn iban en silencio. Cada kilómetro de trayecto que recorrían aumentaba la tensión, el dolor de la mentira que se interponía entre ellos y la verdad. Cole miraba por la ventana observando, el paisaje invernal.
—¿Cómo está él? —preguntó finalmente.
Evelyn suspiró, apartando la mirada de la carretera. —Sigue igual, Cole. Los médicos están haciendo todo lo posible.
El silencio volvió a caer, entre ellos, pesado y opresivo. Cole cerró los ojos, intentando imaginar a su hijo en esa cama de hospital, rodeado de máquinas y tubos. La culpa lo carcomía por dentro, la sensación de que lo había abandonado en el momento en que más lo necesitaba, lo estaba partiendo en dos.
Llegaron al aeropuerto, un lugar bullicioso y lleno de vida, un contraste doloroso con la tranquilidad de la cabaña y la gravedad de la situación. Mientras esperaban el vuelo a Dallas, Cole no podía dejar de pensar en Emma. Su sonrisa, su abrazo, la forma en que lo miraba con amor y confianza. ¿Cómo podría explicarle todo esto? ¿Cómo podría decirle que tenía un hijo, un niño que ahora luchaba por su vida, y que ella, desconocía totalmente ?
El avión despegó, elevándose hacia el cielo gris. Cole miraba hacia abajo, las luces de la ciudad disminuian hasta convertirse en un pequeño parpadeo. Se sentía como si estuviera dejando atrás una parte de sí mismo, una parte que nunca podría volver a recuperar.
Al llegar a Dallas, el ambiente en el hospital era sombrío. Los pasillos estaban llenos de gente con rostros cansados y preocupados. Cole y Evelyn caminaron en silencio hasta la unidad de cuidados intensivos, donde los médicos los esperaban.
—Su hijo está estable, pero su condición sigue siendo crítica —dijo el médico.
Cole entró, el sonido de las máquinas era lo único que se escuchaba en la habitación. Cole Junior yacía pálido e inmóvil, conectado a un laberinto de cables y tubos. El corazón de Cole se estrujó al ver a su hijo en ese estado, tan frágil, tan indefenso.
Se acercó a la cama, tomando la pequeña mano de Cole Junior entre las suyas. Estaba fría, pero aún tenía un leve pulso.
—Papá está aquí, hijo —susurró, con la voz quebrada por la emoción—. Voy a estar contigo.
Las horas pasaron lentamente, cada minuto era una agonía. Cole se quedó junto a la cama de su hijo, observando cada movimiento, cada leve respiración. Evelyn se sentó en una silla cerca, rezando en silencio.
La noche cayó, y la habitación se quedó con una suave iluminación. Cole no se movió, aferrándose a la esperanza, rezando para que ocurriera un milagro. Afuera, la ciudad dormía, desde los ventanales del hospital se veían las calles vacías, sin gentes, sin tráfico...

Los pasillos del hospital también permanecían en silencio, salvo por los enfermeros y médicos que se veían pasar.

Y en el aparcamiento solo se veían las incesantes idas y venidas de las ambulancias.

El hospital era un lugar frío y desapacible, mucho más que el clima invernal de Canadá.

Un lugar de donde Cole quería escapar con su hijo en brazos.

Cole, estaba atrapado entre el amor y la mentira, enfrentandose a la peor pesadilla de un padre.

La claridad de la madrugada entraba por las ventanas, Cole seguía sentado junto a la cama de su hijo, con su mano aferrada a la pequeña mano de Cole Junior. Afuera, la ciudad comenzaba a despertar, pero dentro de esas paredes, el reloj parecía haberse detenido.
Evelyn, con los ojos cansados se acercó a su hijo.

—Cole, tienes que descansar un poco. No puedes seguir así.
Cole negó con la cabeza, con su mirada fija en el rostro pálido de su hijo.

—No puedo dejarlo, mamá. Necesito estar aquí.
—Lo sé, mi amor. Pero también necesitas fuerzas. Cole Junior te necesita fuerte.
Evelyn lo convenció para que se recostara en el sofá de la habitación, pero Cole no podía cerrar los ojos. La imagen de su hijo, tan frágil e indefenso, lo perseguía como una pesadilla.
Unas horas después, el médico entró en la habitación, con el rostro serio.




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