Cole se apoyó en el marco de la ventana, observando las luces de la ciudad iluminando a lo lejos. Su mente estaba dividida en mil direcciones, pero una en particular lo atormentaba más que el resto. Emma.
—Te ves agotado —dijo Kiara con suavidad.
Cole se giró lentamente hacia ella. Estaba de pie junto a la cama de su hijo, con los brazos cruzados y una expresión de preocupación en el rostro.
—Estoy bien —respondió, aunque sabía que no era cierto.
Kiara suspiró y se acercó un poco más.
—Sabes que no tienes que fingir conmigo.
Cole cerró los ojos un momento y se pasó una mano por el cabello.
—No estoy fingiendo. Solo… tengo muchas cosas en la cabeza.
Kiara inclinó la cabeza.
—¿Quieres hablar de ello?
Cole la miró con incredulidad. Hablar significaba abrirse, y él nunca había sido bueno en eso. Pero Kiara no era cualquier persona. Había estado a su lado en los peores momentos de su vida.
—No sé ni por dónde empezar —admitió finalmente.
Kiara sonrió.
—¿Por qué no lo intentamos con lo más fácil? ¿Por qué te fuiste tan de repente?
Cole apartó la mirada.
—Asuntos familiares.
—¿Asuntos familiares o alguien más? —preguntó ella, con una chispa de picardía.
Cole se hizo el tonto.
—No sé a qué te refieres.
—Oh, vamos, Cole. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo para que me mientas —Kiara se cruzó de brazos—. Hay algo en ti que ha cambiado. Desde que volviste de Canadá.
Cole sopló irritado.
—Mira, no tengo tiempo para esto.
—¿Para qué? ¿Para ser honesto conmigo?
El tono herido en su voz lo hizo detenerse.
—Kiara…
—No. Esta vez no. No me des excusas. No me hagas sentir como si fuera una loca por ver lo que es obvio.
Cole la miró fijamente.
—No quiero hacerte daño.
—Entonces dime la verdad —Kiara dio un paso más cerca—. ¿Hay otra mujer?
Silencio.
—Dime que no y lo creeré —susurró ella.
Cole sintió un nudo en la garganta. No podía mentirle. Pero tampoco podía decirle la verdad.
—Es complicado —dijo al final.
Kiara soltó una risa fingida.
—Siempre es complicado contigo, ¿verdad?
—No quiero que pienses que…
—¿Que qué, Cole? —lo interrumpió ella—. ¿Que he estado esperando todos estos años por nada? ¿Que mientras yo intentaba ayudarte, tú estabas…?
Se detuvo, incapaz de terminar la frase.
Cole pasó una mano por su rostro.
—Nunca te pedí que esperaras.
—Lo sé —susurró ella—. Pero lo hice de todas formas.
El sonido de sus palabras cayó entre ellos como una bomba.
—Lo siento —fue lo único que pudo decir.
Kiara tragó saliva y se apartó.
—No. No lo sientas. No puedes controlar lo que sientes.
Cole quería decirle algo más, algo que hiciera menos doloroso el momento, pero sabía que de nada serviría.
Kiara lo miró una última vez antes de girarse.
—Buenas noches, Cole.
Él se quedó ahí, viéndola marcharse, sintiendo que en otra ocasión si le abría abierto su corazón, pero ahora, ahora no podía...
En el fondo, sabía que su corazón ya no estaba en Dallas.
Cole permaneció en la misma posición incluso después de que Kiara cerrara la puerta detrás de ella. Sentía el dolor de la conversación aún dentro de él, como si cada palabra se hubiera grabado en su piel.
Se dejó caer en el sillón junto a la cama de su hijo, apoyando los codos en sus rodillas y cruzando las manos. Sus pensamientos eran un desorden total. No quería hacerle daño a Kiara, pero tampoco podía darle lo que ella esperaba oír de él.
El sonido del monitor cardíaco del niño era el único ruido en la habitación, con su ritmo constante. Cole extendió la mano y acarició suavemente la pequeña mano de su hijo.
—No sé qué hacer, campeón —murmuró—. No quiero fallarle a nadie… pero siento que ya lo estoy haciendo.
El niño no respondió, por supuesto. Seguía dormido, con su pequeño pecho subiendo y bajando de manera acompasada. Pero la sensación de vulnerabilidad que emanaba de su cuerpecito le recordaba lo frágil que era todo.
Un suspiro lo sacó de sus pensamientos. Miró hacia la puerta y encontró a su madre observándolo en silencio.
—¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó Cole, frotándose la cara con ambas manos.
—Suficiente para saber que sufres, por algo más que el estado de mi nieto —respondió Evelyn con esa calma implacable que la caracterizaba.
Cole se enderezó y miró hacia otro lado.
—No quiero hablar de eso.
—Pues es exactamente lo que necesitas hacer.
Cole la miró.
—Mamá…
Evelyn entró en la habitación y tomó asiento junto a él.
—¿Es por Emma?
Cole se puso serio de inmediato.
—No tiene nada que ver con esto.
—¿Seguro? —Evelyn alzó una ceja—. Porque lo que vi entre tú y Kiara hace un rato no parecía una simple charla entre amigos.
Cole cerró los ojos un instante.
—Mamá, Kiara ha estado aquí desde que Grace murió. Ha sido una constante en la vida de mi hijo… y en la mía. Hasta que me fui a Texas.
—Y quiere más de lo que tú puedes darle —concluyó Evelyn sin rodeos.
Cole no respondió.
—Ella te quiere, Cole. Y no la culpo. Eres un hombre difícil, pero cuando amas, lo haces con todo tu ser.
Él soltó una risa, sin gracia.
—No estoy tan seguro de eso.
Evelyn suspiró y le puso una mano en el hombro.
—Entonces dime la verdad.
Cole giró el rostro y la miró fijamente.
—La verdad es que no puedo darle lo que quiere, mamá. No a Kiara… ni a nadie.
—¿Porque no puedes o porque no quieres?
Cole se quedó en silencio.
Evelyn sonrió con tristeza.
—Ese es tu problema, hijo. Crees que debes cargar con todo, con todos, y nunca permites que nadie te ayude.
—No quiero hablar de esto, mamá.
—Claro que no —respondió ella con una sonrisa tierna—. Nunca quieres hablar. Pero en algún momento tendrás que hacerlo, Cole. Antes de que sea demasiado tarde.
Evelyn se puso de pie y le dio un suave beso en la cabeza antes de salir de la habitación.
Cole se quedó mirando la puerta cerrada durante un largo rato, con las palabras de su madre sonando en su cabeza.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo de lo que significaban.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025