Cole no había dormido en toda la noche. Había permanecido junto a la cama de su hijo, observándolo en silencio, como si temiera que en cualquier momento su hijo partiera al cielo junto a su madre. Su pequeño seguía inconsciente, pero los médicos aseguraban que estaba estable.
Aun así, Cole no podía relajarse. Ni creía del todo lo que le decían.
Los recuerdos le venían una y otra vez: la llamada de Evelyn avisándole del accidente, la desesperación al ver a su hijo conectado a todas esas máquinas, la impotencia de no poder hacer nada más que esperar.
Y ahora Kiara...
Él sabía que tarde o temprano pasaría. Kiara siempre había estado ahí, paciente, esperando su momento. Pero Cole nunca pensó que se atrevería a dar el paso… no tan directamente. Ni muchísimo menos en esa situación.
Aún sentía su perfume impregnado en su camisa, el calor de su piel cuando ella le tocó el rostro. Sus labios, tan cerca… y él, tan cerca de ceder.
—Maldita sea… —susurró, frotándose el rostro con ambas manos.
La puerta de la habitación se abrió y Kiara entró con dos cafés en la mano.
—Te traje esto —dijo con una sonrisa. Sé que no dormiste.
Cole la miró con cautela antes de aceptar el café.
—Gracias.
Ella tomó asiento junto a él, tranquilamente, pero sus ojos hablaban por sí solos.
—Anoche me evitaste después de nuestra conversación —comentó con suavidad.
Cole bebió un sorbo de café antes de responder.
—Necesitaba tiempo para pensar.
Kiara lo observó fijamente.
—¿Y llegaste a alguna conclusión?
Cole la miró.
—Kiara, lo que pasó anoche…
—No pasó nada —lo interrumpió ella. Pero pudo haber pasado.
Él se quedó pensando y luego la contestó.
—Eso no cambia nada.
—¿No? —Kiara ladeó la cabeza. Cole, sé que me ves. Que no soy invisible para ti.
Cole cerró los ojos un instante.
—No quiero lastimarte.
—Entonces no lo hagas —susurró ella.
Hubo un momento de silencio entre ellos.
Kiara dejó su café en la mesita y se inclinó un poco hacia él.
—No tienes que darme una respuesta ahora. Solo piénsalo.
Cole apartó la mirada.
Kiara suspiró y se puso de pie.
—Voy a la cafetería del hospital. ¿Quieres algo?
—No, gracias.
Kiara salió de la habitación, dejándolo solo.
Cole se pasó una mano por el cabello, sintiendo que todo a su alrededor se volvía mucho más complicado de lo que ya era.
Y lo peor es que una parte de él sabía que era verdad lo que Kiara decía.
Porque sí la veía. Y si le gustaba, era una cosa que no podía negarse a sí mismo.
Y eso lo aterraba. Le daba miedo sentirlo y, al final, caer en sus brazos.
El reloj en la pared marcaba las nueve de la mañana, pero para Cole, el tiempo parecía estancado. Como si el tiempo no corriera en aquel maldito lugar. Su hijo seguía sin despertar, y la conversación con Kiara le daba vueltas en la cabeza, sin parar. Estaba a punto de volverse loco.
Le aterraba lo fácil que sería caer en la tentación. Kiara era hermosa, cariñosa, siempre había estado allí para él… Pero no era Emma.
El solo pensarlo lo hizo sentir culpable.
Emma...
La había dejado en Canadá con una excusa, una mentira a medias, y ahora estaba en Dallas atrapado en una situación que no se hubiera imaginado jamás.
Se frotó el rostro con ambas manos y apoyó los codos en sus rodillas. No podía seguir así. Necesitaba claridad.
Sacó su teléfono del bolsillo y deslizó la pantalla hasta encontrar el contacto de Emma. Su pulgar tembló sobre la pantalla antes de presionar la llamada.
Dos tonos.
Tres.
—¿Cole?
La voz de Emma sonó somnolienta al otro lado de la línea.
—Hola, pequeña —respondió con una sonrisa involuntaria. ¿Te desperté?
—No… bueno, sí. Pero está bien —bostezó suavemente—. ¿Cómo está tu madre?
Cole tragó saliva. No podía decirle la verdad.
—Bien. Es solo un problema familiar que tenía que resolver.
Emma guardó silencio unos segundos antes de hablar.
—¿Cuándo volverás?
Esa simple pregunta no tenía respuesta. Pero Cole se pudo defender.
—No lo sé aún.
El silencio de Emma esta vez fue más largo.
—Te extraño —susurró.
El corazón de Cole se apretó.
—Yo también te extraño, Emma.
Ella suspiró.
—¿Seguro que estás bien? Tienes la voz… no sé, extraña.
Cole cerró los ojos. Emma siempre podía leerlo; aun no teniéndolo delante, con solo escuchar su tono de voz, conocía su estado de ánimo.
—Solo cansado —mintió—. No te preocupes, ¿ok?
Emma pareció dudar, pero al final respondió.
—Está bien… pero dime si necesitas algo.
Cole sonrió, a pesar del lío que tenía en su mente.
—Solo necesito verte.
Emma rió suavemente.
—Entonces vuelve.
Cole suspiró.
—Pronto, te lo prometo.
Cuando colgó, se quedó mirando el teléfono en su mano. Quería cumplir esa promesa, pero su hijo estaba allí, herido, y Kiara no estaba dispuesta a rendirse.
La puerta de la habitación se abrió y Evelyn entró, con su expresión de madre preocupada.
—¿Hablaste con Emma?
Cole asintió sin mirarla.
Evelyn se sentó a su lado y tomó su mano entre las suyas.
—Hijo, sé que estás en una encrucijada… pero quiero que pienses en lo que es mejor para ti y para tu hijo.
Cole la miró.
—¿A qué te refieres?
—A Kiara —respondió con suavidad. Ella ha estado aquí siempre. Te adora. Y adora a tu hijo.
Cole sintió una punzada en su pecho.
—Mamá, no es tan simple.
Evelyn suspiró.
—Nunca lo es. Solo… no cierres los ojos a lo que tienes enfrente.
Se puso de pie y besó su frente antes de salir de la habitación.
Cole se quedó allí, con las palabras de su madre en su mente.
La batalla en su corazón apenas estaba a punto de comenzar.
Cole echaba la mirada atrás recordando su pasado cuando era un joven estudiante que soñaba con tener esposa e hijos y vivir en un gran rancho y criar caballos.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025