Amor Salvaje

Capítulo 63º Tiempo para pensar.

La cabaña se sentía más vacía que nunca.

Emma despertó con la sensación de que algo le faltaba. No era solo la ausencia de Cole, era una especie de vacío que hacía que todo fuera más difícil. Como si el aire mismo le faltara para respirar. Miró el lado vacío de la cama, aún tibio en sus recuerdos, y soltó un suspiro.

Se levantó sin prisa, tratando de distraerse con pequeñas rutinas. Preparó café, se puso su suéter favorito y se sentó frente a la ventana. Afuera, la nieve seguía cayendo con la misma parsimonia con la que lo había hecho los últimos días, pero ya no la encontraba mágica. Ahora parecía simplemente… fría.

—Te extraño —susurró, como si él pudiera escucharla desde donde estuviera.

Pasaron las horas entre recuerdos y sola, acompañada junto a su perrito Elvis. Revisó su móvil esperando noticias, alguna señal de Cole, pero solo encontró un mensaje escueto de la noche anterior.

"Todo bien. Te escribo mañana. Cuídate".

Emma se mordió el labio. Algo no encajaba. Esa no era la forma en que Cole se comunicaba con ella. Él solía ser detallista, protector, casi poético. Y ahora ese mensaje tan frío, tan distante… No era normal.

Parecía haber regresado nuevamente al Cole que conoció nada más llegar al rancho. Frío y distante, anticomunicativo y ausente.

Trató de convencerse de que estaba exagerando, de que seguramente era el estrés, pero su intuición le decía otra cosa.

Y a ella nunca le fallaba su intuición; Cole le escondía algo...

Mientras tanto, en Dallas, la situación era completamente distinta.

Y eso no se lo imaginaba Emma, de ninguna manera.

Cole observaba a través del vidrio del hospital a su hijo, rodeado de máquinas y cables. El corazón se le partía en mil pedazos cada vez que lo veía tan frágil, tan pequeño. Nada en el mundo podía prepararte para ver a tu hijo debatirse entre la vida y la muerte.

Evelyn estaba sentada a su lado, en silencio, con las manos juntas y rezando, como hacía cada día.

—No deberías haber venido solo —murmuró de pronto.

—No tenía opción, mamá. Emma no puede saberlo aún. Es más complicado de lo que parece.

Evelyn lo sabía, pero en sus ojos se veía la preocupación. Conocía a su hijo, y también conocía a Emma. Guardar un secreto así iba a ser una bomba de relojería. Pero no era momento de hablar de eso, y ella respetaba lo que Cole decía, lo entendía perfectamente; su vida tampoco había sido fácil.

—Los médicos dicen que responde a ciertos estímulos… —comentó ella.

Cole cerró los ojos. Esa mínima esperanza era todo lo que tenía ahora. No tenía nada más. Y no se perdonaba que su hijo estuviera ahora en esa cama, en vez de estar correteando y jugando en el parque con otros niños.

En ese instante, Kiara apareció por el pasillo. Llevaba un abrigo rosa claro, el cabello recogido en un moño informal y cara de ternura en el rostro.

—Traje algunas cosas del niño —dijo, sosteniendo una mochila azul con dibujos de dinosaurios. Su peluche favorito y una manta con su olor, con la que siempre se recuesta en el sofá, pidiéndome un cuento de dragones y vampiros. Quizás le ayude.

—Gracias, Kiara —dijo Evelyn, mientras Cole simplemente se quedó callado, sin despegar la vista de su hijo.

Kiara se acercó a él con cautela, notando el cansancio y que no tenía ganas de hablar.

—¿Quieres que te dé un poco de espacio?

—No —respondió él, sin mirarla. Solo… quédate.

Ella lo hizo. Tomó asiento a su lado, en silencio, dejando que el tiempo pasara sin decir ni una sola palabra. Solo estando ahí. Y, aunque Cole no dijo una palabra tampoco, agradeció ese gesto de que le dejara quedarse a su lado.

Horas después, cuando el reloj marcaba las once de la noche, Evelyn convenció a Cole de que debía ir a descansar.

—No puedes seguir así, Cole. No ayudas a tu hijo si no te cuidas. Debes comer algo y debes dormir, acuéstate unas horas y descansa. Yo me quedo con él —le dijo, firme.

Él accedió a regañadientes.

En el apartamento de Cole, donde se hospedaba temporalmente su madre, su hijo e incluso algunos días Kiara, el silencio le dio algo de tranquilidad. Cole se dejó caer en el sofá y por fin desbloqueó su móvil. Había varios mensajes de Emma sin responder.

"¿Todo bien?"

"¿Cómo va tu día?"

"Solo dime que estás bien".

Leyó cada uno con el corazón en un puño. Le dolía; sabía que Emma estaba sola, en aquel lugar solitario. Quería decirle la verdad. Quería contarle todo. Pero no podía. No, todavía no.

No era el momento, ni era fácil contarle la existencia de su hijo, de haberlo abandonado. ¿Qué pensaría ella de todo eso, seguramente...? Qué tipo de padre era, y cómo había podido ser capaz de abandonar a un hijo.

Entonces, escribió:

"Te extraño más de lo que imaginas. Pronto estaré contigo. Solo confía en mí".

Emma recibió el mensaje mientras cenaba sola frente a la chimenea. No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Apretó el móvil contra su pecho y susurró para sí misma.

"No sé qué me duele más… si tu silencio, o esta maldita certeza de que te estoy perdiendo justo cuando más te necesito.

Me lo repito bajito, como un susurro a mi corazón: respira, Emma… aunque te duela, aunque lo extrañes, aunque no esté.
Porque si esto no es amor, no sé qué es… cada parte de mí sigue buscándote, incluso en tu ausencia. Y sabiendo que no estás junto a mí."

"Y lo más triste de todo… es que sigo amando a quien ya no me mira igual."

Pero Emma también se hace preguntas...

¿Y tú qué haces, mientras yo sufro por dentro?

¿Cómo duermes tranquilo sabiendo que me has dejado sola en este lugar tan remoto? ¿Acaso no debes darme alguna explicación?




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