Charlie se levantó un segundo y volvió con dos tazas de café recién hecho. Colocó una frente a Emma, con esa delicadeza que tanto le caracteriza.
—Sigue teniendo un efecto en ti —murmuró él mientras soplaba su taza.
Emma apretó los labios. Le costaba admitirlo, pero sí.
—Es como si solo su presencia me recordara que no estoy preparada, que sigo pensando en él —confesó—. Y odio sentirme así.
Charlie se quedó en silencio unos segundos antes de hablar.
—Emma… nadie olvida del todo, en tan poco tiempo. Sólo aprendemos a vivir con las cicatrices y su dolor.. Tú has hecho un trabajo admirable. Te reconstruiste nuevamente, sin que nadie te ayudará.
Ella tragó saliva, intentando no emocionarse. Las palabras de Charlie siempre la tocaban en lo más profundo, como si supiera exactamente lo que necesitaba oír, sin dramatismos, sin palabras huecas.
—¿Y tú crees que él puede cambiar? —preguntó de pronto—. ¿Que alguien que huyó cuando más lo necesitaba puede hoy decirme que aún le importo?
—No lo sé —admitió Charlie con honestidad—. A veces la gente cambia. A veces solo vuelve para abrir otra herida. Lo único que sé es que tú mereces algo más que medias verdades y arrepentimientos tardíos.
Emma bajó la mirada. Las lágrimas querían caer de sus ojos y correr por sus mejillas.
—Una parte de mí quiere correr a sus brazos —dijo en bajito —. Y otra... otra quiere cerrarle la puerta en la cara. Pero no sé cuál de esas partes es la que de verdad siento.
Charlie no respondió de inmediato. La observó como si pudiera leer sus pensamientos, sin decir ella ni una sola palabra.
—Tal vez no tienes que decidir aún. A veces, el tiempo es el único que puede ordenar lo que el corazón siente.
Emma estuvo de acuerdo. Sus dedos jugaban con la taza caliente entre sus manos. Sentía que necesitaba ese momento, esa conversación. Charlie no solo era su jefe. Era su amigo, su apoyo, y quizás… algo más que ahora la hacía sentir confundida.
—Gracias por ser siempre tan paciente conmigo —murmuró.
—Es fácil tener paciencia con alguien como tú —dijo él, con una sonrisa ladeada—. Aunque a veces me desquicias cuando dejas quemar todas las tostadas.
Emma rió, soltando finalmente un poco de esa tensión que llevaba días cargando. Charlie rió con ella. Era su forma de cuidarla, de devolverle la paz sin molestarla.
—Prometo no quemarlas más —bromeó.
—Te lo recordaré mañana a las seis de la mañana —dijo él, y ambos se quedaron en ese pequeño remanso de paz, rodeados del aroma del café y del silencio que sólo existe entre personas que se entienden de verdad y donde sobran las palabras.
Emma respiró profundo. Se levantó despacio.
—Tengo que volver a limpiar la máquina del espresso antes de que me gane otro regaño.
Charlie sonrió mientras ella se alejaba, pero sus ojos quedaron fijos en ella. Y por un instante, en su mirada se coló algo que no solía dejar salir, una chispa de sentimientos que llevaba tiempo escondiendo.
Y aunque Emma no lo sabía aún, Charlie también tenía su propia lucha interna
En otro lugar...
El motor de la camioneta rugía bajo mis dedos, pero yo no escuchaba nada. Mi mente era un completo lio.
Desde aquel encuentro en el camino, la imagen de Emma no salía de mi cabeza. Su voz, su forma de mirarme, esa mezcla de sorpresa, dolor y reproche… La había reconocido enseguida, incluso antes de verla del todo. Era como si mi cuerpo supiera que estaba cerca, como si mi corazón hubiera recordado su ritmo solo al verla.
Y, sin embargo, no había tenido el valor de preguntarle dónde vivía, qué hacía en ese pueblo perdido, por qué su cabello olía aún a libertad.
Me golpeé el volante con la palma.
—Cobarde de mierda… —murmuré.
Había pasado la noche en vela, recordando todo. Mi partida, mi ausencia, el eco de mis pasos cuando me fuí a Dallas. Desde entonces… hasta ahora.
Solo algun mensaje, alguna llamada...que idiota soy.
¿Cómo había terminado aquí, a veinte kilómetros del rancho?
Empecé a hacer preguntas. No era difícil cuando conocías a la mitad del pueblo. Y aunque nadie la mencionaba directamente, algo llamó mi atención: una cafetería pequeña en la calle principal había contratado a una camarera nueva hace unas semanas. Joven, callada, reservada. Nadie sabía mucho de ella.
No necesitaba más pistas. El corazón me lo gritaba.
—Allá vamos…
Aparqué en la esquina, con las ventanillas bajas. La cafetería no era más que un local de fachada blanca con una pizarra con tiza rosa que anunciaba el especial del día. Me quedé un par de minutos observando desde la camioneta, dudando si entrar o no.
Entonces la vi.
Salía por la puerta trasera, con una caja entre los brazos y un delantal negro sobre unos vaqueros desgastados. Su cabello recogido en un moño despeinado. Caminaba rápido.
No podía moverme. Solo verla me hizo sentir un nudo en el estómago.
Un nudo que había olvidado cómo se deshacía.
—Emma…
Su nombre escapó de mis labios suavemente. La seguí con la mirada hasta que volvió a entrar.
Y entonces lo supe. No podía quedarme de brazos cruzados. No otra vez.
Al día siguiente, regresé. Esta vez me armé de valor y entré al local.
Una campanilla anunció mi presencia. El aroma a café recién hecho me envolvió, junto con el sonido de vajilla y risas lejanas. Me senté en una mesa junto a la ventana, sin mirar alrededor. Fingí revisar el menú, aunque no leía nada.
Entonces su voz.
—Buenos días, ¿le tomo su pedido?
Levanté la mirada.
Ahí estaba. Emma.
Sus ojos se agrandaron al verme. La bandeja tembló ligeramente en su mano. Tragó saliva.
—Cole…
—Hola, Emma.
El silencio fue más potente que cualquier frase ensayada. Ella no dijo nada más. Se limitó a bajar la mirada, apretando los labios.
—No esperaba encontrarte aquí —dije.
—Y yo no esperaba que vinieras —respondió.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 22.05.2025