Amor Salvaje

Capítulo 70º Confesiones al atardecer.

El cielo comenzaba a oscurecer al final de la tarde, mientras Emma recogía las últimas tazas de la jornada. La cafetería, como cada tarde de los jueves, se vaciaba despacio. Solo quedaban unas pocas mesas ocupadas por gente local que se resistía a irse, inmersos en sus conversaciones y risas.

—¿Todo en orden por aquí? —preguntó Charlie, apoyando un codo en la barra mientras la observaba con ese gesto tranquilo y sereno que lo caracterizaba.

Emma se lo confirmó aunque sus ojos parecían distraídos, como si ella estuviera allí, pero su mente divagara por caminos lejanos.

—Todo bien… solo un poco cansada —respondió, con una pequeña sonrisa.

Charlie ladeó la cabeza, con ese instinto protector que había desarrollado desde que ella llegó al pueblo. No se trataba solo de un interés pasajero, le preocupaba genuinamente. Había visto muchas mujeres pasar por la cafetería a lo largo de los años, pero Emma tenía algo diferente… algo que no la dejaba ser feliz totalmente, pero que parecía ser fuerte al mismo tiempo, o eso fingía a la perfección.

—¿Te apetece un café? Esta vez invito yo —le ofreció, señalando con la barbilla una de las mesas vacías junto a la ventana.

Ella dudó unos segundos, pero al final se dejó llevar. Se sentaron en silencio, con dos tazas humeantes entre las manos, mientras afuera el sol comenzaba a ocultarse tras los campos.

—¿Sabes? —dijo Charlie al cabo de un rato—. Cuando llegaste, pensé que no durarías ni una semana aquí. Tenías esa mirada de quien ha salido corriendo de algo… o de alguien, toda su vida. De ser un culo inquieto, ir de un lado para otro, sin pensarlo.

Emma bajó la mirada, sonriendo con tristeza.

—Corría de mí misma, en realidad. La vida me ha echo ser así, no logro asentarme en ningún sitio, nada me llena, nada me hace sentir bien, así que sigo moviéndome de un lugar a otro.

Charlie no dijo nada. Le dio espacio.

—Estuve en Canadá —continuó ella, con la voz un poco más baja—. Vivía en una cabaña en medio del bosque, intentando encontrar respuestas a mi situación. Me enamoré. Pensé que finalmente había encontrado paz y al hombre de mi vida. Pero no… Me dejó sola cuando más necesitaba su compañía.

—¿El tipo, por qué te dejó? —preguntó Charlie, sin suavizar la pregunta pero con voz tranquila.

Emma lo miró a los ojos.

—No me explicó nada. Solo se marchó. Me pidió que me quedara allí, mientras él resolvía “asuntos importantes”. No he vuelto a saber de él. Hasta hace poco. Salvo algún mensaje o llamada que recibí desde que se marchó. Diciéndome que pronto volvería, que no me podía decir más.

Charlie la miró fijamente.

—¿Y?

—Nos cruzamos por casualidad. En un camino. Él no sabía que yo vivía aquí. No tenía ni idea de que trabajo en esta cafetería. Salvo ayer cuando estuvo aquí, tomando café, y por lo que se ve averiguando de mí, ya sabes el pueblo es pequeño y los chismes vuelan, cuando no eres de aquí. Hemos quedado para tener una charla, es la última oportunidad que le doy para explicarse, ya quiero un punto final para todo, y ahí está incluido él.

—¿Y cómo te sentiste?

Emma respiró hondo. Miró por la ventana, como buscando las palabras exactas.

—Rota. Aunque ya no esperaba nada, verlo me hizo sentir todo. Y lo peor es que… no sé si todavía lo amo o si solo extraño a la mujer que era cuando estaba con él.

Charlie apoyó la mano sobre la de ella. Fue un gesto simple, pero con ternura.

—No estás sola, Emma. No tienes que demostrarle nada a nadie. Si estás aquí, si trabajas, si sonríes de nuevo… es porque tú has elegido hacerlo. Nadie más. Eso es lo que cuenta.

Emma lo miró, y por un segundo se sintió bien de verdad. No como una mujer rota o como alguien a la que hay que ayudar, sino como alguien que está comenzando desde cero.

—Gracias, Charlie —susurró—. A veces solo necesito que alguien me diga eso.

—Y te lo diré todas las veces que haga falta. Aunque tengas que escuchar a un viejo de 45 años que hace el peor café del condado —añadió con una sonrisa que logró sacarle una carcajada.

Fue entonces cuando Charlie notó cómo los ojos de Emma brillaban un poco más. No era amor. Aún no. Pero era algo mucho más valioso, era respeto, confianza… y quizás, un principio.

Charlie comenzaba a ver a Emma de una forma distinta, sus días en la cafetería con consejos, tardes de café con tertulias, charlas sobre sus vidas, y su trabajo juntos en equipo, era algo con lo que él había soñado siempre.

Con tener a su lado una mujer de la cabeza a los pies.

Una mujer luchadora, valiente, independiente, de gran corazón y además guapa.

¿ Quién era el idiota, que dejaba escapar una mujer así?

Charlie no lo entendía...

No entendía cómo alguien podía dejar ir a una mujer como Emma. Había visto muchas historias en esa cafetería, muchas despedidas... pero ninguna como esa. Emma era diferente. Tenía esa forma de mirar que te hacía sentir vivo. Esa risa que contagiaba en los días más duros. Esa manera de quedarse, y no abandonar, incluso cuando tenía motivos para marcharse.

Emma no era cualquier mujer, era una mujer especial, una mujer muy valiosa, una mujer única...




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