Al día siguiente en la cafetería, hubo un ambiente relajado, las familias desayunaban tranquilas y los niños jugaban en el parque, daba gusto verlos disfrutar, me traían recuerdos de mi infancia.
Volví a casa caminando despacio, sin ninguna prisa, disfrutando del aire tibio del atardecer.
La jornada había sido larga, pero no agotadora. Estaba aprendiendo a disfrutar de los pequeños silencios, de mi rutina lejos de los problemas, de ese nuevo equilibrio que comenzaba a tener, aunque fuera lentamente.
Charlie se había vuelto un apoyo incondicional para mí. Su compañía tranquila, sus palabras sabias, esa manera suya de no juzgarme. A veces bastaba con que me dejara una taza de café sobre la mesa sin decir nada para que sintiera que alguien me comprendía. Y eso, para mi, valía oro.
Estaba guardando mis cosas cuando sonó el timbre. Me pareció extraño, no esperaba a nadie. Me asomé por la ventana y el corazón se me cayó a los pies.
Daniel.
Mi ex. Mi pasado. Mi herida.
Abrí la puerta.
—Hola, Emma —dijo.
Me quedé inmóvil en la puerta. No sabía si cerrarla de golpe o abrazarme a los recuerdos. Pero no hice ni una cosa ni la otra.
—¿Qué haces aquí? —pregunté al fin, manteniéndome firme.
—He venido a hablar. A explicarte todo lo que nunca tuve el valor de decirte.
Sus ojos estaban cansados, su ropa arrugada. Parecía haber envejecido diez años en lugar de uno. Pero no era mi problema. O al menos, eso quería creer.
—Daniel, no creo que haya nada que pueda justificar lo que hiciste.
—Lo sé. Y no he venido a pedir perdón esperando que me abraces y todo se arregle. Solo quiero que me escuches. Una vez.
Suspiré. El corazón me latía fuerte, pero la razón me obligaba a mantenerme firme. Le hice un gesto para que pasara, aunque cada fibra de mi cuerpo me pedía que cerrara la puerta.
Se sentó en el sofá.
—Te fallé —comenzó, bajando la mirada—. Me dejé llevar por una crisis estúpida, por el miedo a no estar a la altura. Me sentía desilusionado, perdido… y encontré a alguien que me hizo olvidar todo eso. Pero nunca dejé de amarte, Emma.
Me quedé en silencio, escuchando sus palabras.
—Después de irme, todo se estropeó. La relación con ella no duró ni seis meses. Y lo peor es que no me dolió perderla. Me dolió perderte a ti. Tu forma de mirar la vida, de hacerme reír, de creer en mí cuando ni yo mismo lo hacía. Tu seguridad en todo, eras la que me guiada.
—No puedes volver y pretender que nada pasó —dije, por fin—. He cambiado, Daniel. Ya no soy aquella Emma que dejaste.
—Lo sé. Pero aún así… tenía que venir. Solo para decirte que si algún día necesitas alguien que te recuerde lo maravillosa que eres, aquí estoy.
Se levantó despacio, como si tuviera miedo de romper ese momento. Y me miró por última vez.
—Cuídate, Emma.
Cerré la puerta detrás de él. No lloré. No esta vez, ni ninguna más. Pero sentí una punzada en el corazón, no de amor, sino de dolor por todo lo que pudo ser y no fue con Daniel.
Me acerqué a la ventana y lo vi alejarse por la calle polvorienta, más solo que nunca. Y entonces supe que, aunque su reaparición había removido mis heridas, mi presente no estaba con él.
Y estas últimas palabras habían sido una despedida.
Una despedida para los dos, él había limpiado su conciencia, y se marchaba tranquilo, yo no lo amaba, pero no le deseaba ningún mal, simplemente que comenzará de nuevo como yo lo estaba haciendo, dejando atrás el pasado, y comenzando de nuevo.
Estábamos distanciados, desde el momento que me abandonó. Y ya no había marcha atrás.
Y yo estaba lista para perdonarlo, y para olvidarlo.
Me miré al espejo por última vez. Ya no buscaba respuestas en mis ojos ni reproches en mi reflejo. Sólo veía a una mujer cansada de arrastrar heridas que no merecía. Había llorado lo suficiente, había malgastado pensamientos, recuerdos, ilusiones… por alguien que no supo quedarse.
Hoy no lo odiaba. Ya no. Eso también se había terminado.
Respiré hondo, como si con ese aire pudiera soltar todo lo que me ataba a él. No voy a fingir que no duele, porque sí, dolió. Pero me cansé de ser parte de un pasado que él rompió sin mirar atrás.
—Te perdono, Daniel —dije en voz baja, aunque ya no estuviera. Aunque nunca más lo escuchara.
Te perdono por mentirme, por soltar mi mano cuando más la necesitaba. Por romper la confianza que había entre los dos, por romper mi corazón en mil pedazos..Y también me perdono a mí, por haberme quedado tanto tiempo esperando a que volvieras.
Hoy cierro la puerta. Hoy dejo de esperarte. Hoy empiezo a vivir sin ti.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 22.05.2025