Era domingo por la tarde y la cafetería estaba cerrada. Las calles del pequeño pueblo parecían haberse detenido en el tiempo, apenas algún coche pasaba de vez en cuando, y el sonido de la brisa acariciando las ramas de los árboles se colaba por las ventanas entreabiertas. Charlie me había invitado a quedarme un rato más después de limpiar. Dijo que necesitaba ayuda con unas facturas. La verdad es que, aunque no lo admitiera en voz alta, me venía bien la compañía.
—¿Te molesta quedarte un ratito más? —me preguntó desde detrás del mostrador mientras revisaba unos papeles.
—En absoluto. Me gusta estar aquí cuando todo está tan tranquilo. Ya no me asustan tanto los silencios, al contrario me dan paz.
Él me lanzó una mirada fugaz, como si hubiese comprendido el subtexto detrás de mis palabras. No insistió. Se limitó a servirme una taza de café y se sentó frente a mí, en la mesa del rincón.
—¿Cómo vas con tu diario? —preguntó, refiriéndose a mi cuaderno de notas donde solía garabatear ideas, recuerdos o pequeñas crónicas.
—Ahí va… —sonreí—. No es un periódico, tan grande ni tan importante, pero me mantiene viva.
—Tal vez deberías publicarlo algún día, ese libro que subes en pequeñas columnas, eres valiente y tienes una forma de ver el mundo que vale la pena compartir. Puede ayudar a muchas personas, créeme.
Me quedé en silencio, sorprendida. No sabía que él se fijaba tanto en eso.
—Gracias… Eso significa mucho para mí, más de lo que imaginas.
Él me miró con una sonrisa que hablaba por si sola, no hacía falta palabras. Charlie no era un hombre de halagos. Eso lo había aprendido con el tiempo.
La conversación se desvió a temas más ligeros, los clientes más excéntricos, los problemas con los proveedores, el clima inestable de la zona. Pero entre palabra y palabra, yo notaba cómo Charlie me miraba con una calidez especial. Como si estuviera agradecido de tenerme allí. Como si mi presencia llenara un espacio vacío en su vida.
Y sin embargo, dentro de mí, todo seguía igual.
Lo apreciaba profundamente. Su compañía era reconfortante, su amistad sincera. Me había abierto las puertas cuando más lo necesitaba, sin pedir nada a cambio. Pero no sentía mariposas, ni nudos en el estómago, ni esos impulsos extraños que solía sentir con Cole. Era diferente. Como una mano amiga. Y eso también era valioso, muy valioso para mí.
—¿Sabes qué me gusta de ti, Emma? —dijo de repente.
—¿Qué?
—Que no finges ser fuerte. Lo eres. Pero no necesitas esconder las grietas y el dolor que llevas dentro.
Lo miré con un nudo en la garganta. No supe qué decir. Solo le miré con una pequeña sonrisa, sabiendo que esas palabras eran sinceras.
—Gracias, Charlie. Por estar, por no preguntar demasiado, por simplemente… dejarme ser.
Él se quedó mirándome, como quien entiende más de lo que dice.
Nos quedamos allí un rato más, hablando de todo y de nada. El ambiente se volvió más íntimo, pero no en un sentido romántico. Era una intimidad tranquila, como la de dos personas que, sin buscarlo, han aprendido a caminar juntas por un tramo del camino.
Y aunque yo no lo miraba con deseo, sí lo hacía con gratitud. Porque en este nuevo comienzo, su amistad se había vuelto un pilar. Y a veces, eso también es amor. No el que te acelera el corazón, sino el que te sostiene cuando sientes que vas a caer.
Es esa amistad verdadera que hace tiempo no tenía, desde que terminé mi carrera de fotógrafa y empecé a salir con Daniel, ahí dejé atrás a mis amigas, a mis confidentes.
Ahora tenía a Charlie, ese amigo incondicional, que me apoyaba y me comprendía, a él que me escucha, sin criticar mis decisiones, a esa persona que espero tener siempre en mi vida, a ese amigo que nunca querré perder.
Ojalá sea siempre mi Charlie, mi mejor amigo...
¿ No creéis que merece la pena tener una persona así, en la vida ?
Yo creo que si...
#476 en Novela contemporánea
#1656 en Novela romántica
suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 22.05.2025