Emma, con su delantal a rayas y el cabello recogido en un moño desordenado, limpiaba la barra con tranquilidad. Había sido un día largo, pero satisfactorio. Poco a poco, empezaba a sentirse parte del pequeño pueblo. Ya recordaba los nombres de los clientes habituales, y algunos incluso le confiaban sus secretos personales como si la conocieran de toda la vida.
—Hoy estuviste brillante con la señora Wilson —comentó Charlie, saliendo de la cocina con una sonrisa.
—Solo necesitaba a alguien que la escuchara —respondió Emma, encogiéndose de hombros—. Me recordó a mi madre, no sé por qué.
Charlie la sonrió y durante un instante, ambos se quedaron en silencio, observando cómo el sol se perdía tras los campos texanos.
Las vistas eran impresionantes.
—¿Alguna vez pensaste en escribir sobre todo esto? —preguntó él, rompiendo el silencio.
Emma lo miró sorprendida.
—¿Escribir? ¿Sobre qué?
—Sobre la vida. Sobre lo que ves, lo que sientes. Tus columnas eran buenísimas, Emma. Aquí tenemos un pequeño periódico local, muy humilde, pero estoy seguro de que a la gente le encantaría leerte. Podrías escribir algo semanal.
Ella bajó la mirada, conmovida.
—Hace mucho que no escribo nada que valga la pena...
—Entonces ya es hora —dijo Charlie suavemente—. Porque tú sí vales la pena.
Aquella noche, ya en su pequeña casa de alquiler, Emma abrió su viejo portátil. Las teclas estaban polvorientas. Se sirvió una taza de té, encendió la lámpara del escritorio y abrió un documento nuevo. Se quedó contemplando la pantalla en blanco, y luego, casi sin pensarlo, empezó a escribir:
"Querido destino, esta vez no voy a esperarte. Voy a salir a buscarte, aunque me tiemblen las rodillas. Porque he comprendido que el valor no es no tener miedo, sino actuar a pesar de él..."
Las palabras fluían con naturalidad. No necesitaba escribir para otros. Lo hacía por ella. Porque algo en su interior despertaba de nuevo, como una semilla que vuelve a germinar después de un largo invierno.
Cuando terminó, suspiró y guardó el archivo con un nombre sencillo. Renacer. Se recostó en la cama con el portátil cerrado sobre el pecho y una sensación de alivio en el alma.
En ese instante, se dio cuenta de que, aunque el amor la había roto en pedazos, también la había moldeado. No necesitaba un final feliz con un hombre para sentirse completa. Se tenía a sí misma.
Al día siguiente...
Después de lavar los platos, se quedó sentada frente a la ventana con su cuaderno en las manos. El silencio de la casa le regalaba espacio para pensar, para sentir, para crear. Tomó el bolígrafo con decisión. Ya no se sentía como una hoja arrastrada por el viento, sino como una semilla que, por fin, empezaba a echar raíces en tierra firme.
Había enviado algunos artículos al periódico local, nada grande, apenas crónicas sencillas sobre la vida en los pueblos del sur, sobre las gentes que pasaban por la cafetería y las historias que intuía en sus secretos.
A la mañana siguiente, Emma tomó el primer autobús rumbo a la ciudad. El periódico estaba en pleno centro en un edificio enorme, con grandes ventanales y, aroma a tinta y café reciente. Se ajustó la bufanda y cruzó las puertas con el corazón latiendo a mil por hora.
—¿Emma Davis ? —preguntó una mujer al verla acercarse.
Era una mujer de unos cincuenta años, de cabello castaño claro recogido con elegancia y unos ojos serenos que transmitían calidez.
—Sí, soy yo —respondió Emma, extendiendo la mano.
—Soy Lucia Méndez, redactora jefe. Es un placer tenerte aquí, Emma. He leído algunos de tus artículos... Tienes un gran potencial.Y en estos tiempos, eso vale más que mil tesoros.
Emma sonrió, aliviada.
Lucía la condujo a través de la redacción con paso tranquilo. Mientras caminaban, le fue presentando a algunos compañeros, mostrándole el espacio y explicándole el tipo de artículos que buscaban. Pero en ningún momento hubo presión. Solo entusiasmo. Y respeto.
—No quiero que sientas que esto es una prueba —le dijo Lucía, deteniéndose frente a una mesa con vistas a la ciudad—. Es una oportunidad. Queremos que escribas algo. Lo que tú quieras. Tienes cinco días. Si nos gusta, hablaremos de algo más permanente. ¿De acuerdo?
Emma sintió un nerviosismo por todo su cuerpo, estaba entusiasmada.
—Estoy muy agradecida, de verdad.
Lucía sonrió y le palmeó suavemente el brazo.
—Tú mereces estar aquí, Emma. Necesitamos personas como tú.
Esa tarde, de regreso en casa, Emma abrió el portátil con una sensación distinta. No era la misma joven que había llegado de Nueva York hacia un par de años llena de sueños rotos. Ahora era una mujer que había sobrevivido al abandono, a la distancia, al olvido… y había decidido levantarse por sí misma.
Comenzó a escribir. Sin filtros. Sin miedo.
Su historia.
Sin nombres. Sin fechas. Solo emociones. Soledad. Coraje. Esperanza. Y una pregunta al final.¿Cuántas veces puede una mujer reinventarse sin perder la fe, en sí misma?
Esa noche, volvió a sonar su teléfono.
Era un mensaje de Cole.
"Si estás bien, solo respóndeme eso.No quiero molestarte.Pero necesito saberlo."
Emma miró la pantalla en silencio. Luego dejó el teléfono boca abajo sobre la mesa.
No estaba lista.
Tenía otras prioridades.
Como terminar ese artículo.
Y recordar quién era, antes de que el amor la destrozara nuevamente.
Antes de que Cole irrumpiera nuevamente en su vida.
Por qué en el fondo, ella no lo olvidaba.
A pesar de todo lo vivido, su amor por él, aún era demasiado fuerte.
Aunque ahora era capaz de no contestarle, sin odiarse a sí misma, por no hacerlo.
¿ Acaso él, se preocupaba por ella?
Bendita pregunta...
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 22.05.2025