Amor Salvaje

Capítulo 76º Emma.

El artículo estaba listo. Emma lo había escrito con el alma en cada línea, pero también con ideas nuevas. Había dejado su corazón en esas palabras. No se trataba solo de una experiencia personal disfrazada de crónica; era su historia. Su vida. Su grito a la libertad.

Envió el archivo a la dirección de Lucía y cerró el portátil con un suspiro profundo.

Haber escrito aquellas palabras la habían echo desahogarse. Afuera, el atardecer pintaba el cielo lleno de estrellas, y por primera vez Emma sintió que pertenecía a ese instante. Que estaba donde debía estar. Donde quería estar.

La respuesta de Lucía llegó al día siguiente a primera hora. El correo era breve, pero contundente.

"Emma.

Por favor, ¿puedes venir hoy a las 10? Quiero hablar contigo sobre tu artículo.

Lucía Méndez."

Emma se vistió rápidamente. Unos vaqueros, un jersey claro y su abrigo de lana azul. El corazón le latía como nunca. Durante el trayecto en autobús, no dejaba de preguntarse si había hecho bien. Si su sinceridad no había sido demasiada. Si revelar tanto de sí misma podía jugar en su contra.

Pero al llegar a la redacción y ver a Lucía esperándola con una sonrisa de oreja a oreja, hizo que las dudas se le fueran quitando poco a poco.

—Adelante, Emma —dijo Lucía, invitándola a entrar a su despacho.

La oficina era acogedora, con estanterías repletas de libros, enormes plantas, y una pequeña cafetera y licores de varios sabores. Lucía le ofreció una taza sin preguntar cómo la quería, y un vaso de licor de mora.

—He leído tu artículo tres veces —comenzó Lucía, sentándose frente a ella—. Y quiero que sepas que no suelo emocionarme con facilidad. Pero esto...

Emma se puso nerviosa, ante sus palabras.

—Esto es real. Doloroso. Valiente. Y necesario. Hablas del abandono, de la reconstrucción personal, del miedo a volver a empezar... pero también de la esperanza. No sé si lo notaste, pero terminas el texto con una luz, con magia. Con una fe en tus palabras que muchas lectoras necesitan leer.

Emma sintió un nudo en la garganta.

—Solo escribí lo que sentí —murmuró—. Lo que vivo cada día.

Lucía la miró fijamente a los ojos.

—Y eso es lo que hace especial a tus palabras. No son artificiales. Son cercanas. Con sentimientos...Emma, quiero que tu artículo sea la pieza central de la sección dominical. Pero además de eso, me gustaría proponerte algo más.

Emma la miró, incrédula.

—Quiero ofrecerte una columna. Semanal. Algo propio. Que escribas desde tu experiencia, desde tu mirada de mujer que lucha, cae y se levanta. No quiero que cambies tu estilo. Al contrario, quiero que lo mantengas intacto. ¡Nos harías un gran favor! ¡ Vales mucho! Tienes mucho potencial por que escribes con el corazón, y eso se percibe al leerte.

También quiero darte una sección de naturaleza y paisaje, eres fotógrafa, y tu trabajo es muy profesional.

Asi que tendrás dos columnas en mi periódico.

Emma se cubrió la boca con la mano, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—No sé qué decir...

—Acepta, Emma. Este es tu momento.

Y lo fue.

Esa noche, en su pequeña casa alquilada, Emma abrió el correo del periódico donde ya se mostraba su nombre impreso en la plantilla oficial.

"Emma Davis, Colaboradora semanal".

Miró por la ventana. Había llovido, y el aire tenía un aroma fresco, un olor a humedad, a mojado, que a Emma le encantaba.

Ceno una ensalada templada, y se tomó una infusión de té caliente.

Salió a caminar con Elvis, en la tranquilidad de la noche y se dio cuenta que tenía muchas cosas que contar, y que su experiencia, sus vivencias, podrían ayudar a muchas mujeres como ella.

A ella le había costado muchísimo, pero ahora se sentía más viva que nunca, con ganas de seguir adelante con su vida, y por qué no, ayudar a más mujeres como ella, a dar el primer paso.

Y qué mejor que con sus propias experiencias...




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