Salí de la redacción con el aire tibio de la tarde acariciando mi rostro. Caminé despacio por las aceras del pequeño pueblo, sin prisa, con tranquilidad y muy relajada. El elogio de Lucía me había tocado más de lo que jamás hubiera podido imaginar. Durante tanto tiempo dudé de mí, de mi voz, de lo que podía ofrecer al mundo, y oír a alguien decirme "me alegra que estés aquí" me hacía sentir totalmente feliz y afortunada.
Al llegar a casa, dejé mi bolso en el sofá, me até el cabello en un moño alto y preparé un café. Me senté frente al ventanal que daba al pequeño jardín trasero, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí… en paz. Aún dolía. Aún había cicatrices. Pero ya no eran heridas abiertas. Iban curando y yo me sentía mejor y más confiada en mi misma.
Esa noche no escribí. Solo me dejé llevar por la tranquilidad que tenía, disfrutar de mi tiempo relajadamente y ahora por fin, me volvía a sentir útil.
Al día siguiente, volví temprano a la cafetería. Charlie me recibió con su habitual sonrisa y esa forma sutil de cuidarme, sin invadir mi espacio.
—He leído el artículo —me dijo mientras preparaba café—. Me conmovió, Emma. No sabía que tenías esa fuerza dentro. Esa fuerza interior tan escondida.
—Yo tampoco lo sabía hasta hace poco — le respondí, siendo completamente sincera con él.
Se quedó observándome más de lo habitual, y por primera vez, sentí algo distinto en su mirada. No era solo admiración. Era otra cosa… algo que intentaba ocultar. Y que yo comenzaba a sospechar. Pero yo no podía darle entrada a eso. Charlie era parte de mi vida, me había dado un trabajo, me había apoyado siempre, era mi jefe y un buen amigo, y yo no quería confundir las cosas.
—Gracias por confiar en mí, en este lugar, donde lo das todo cada día —añadió él, como si supiera lo que pasaba por mi cabecita.
— Gracias por no hacer preguntas cuando necesitaba silencio, y estar apartada, por que necesitaba esa soledad— le dije, sonriendo.
Las horas pasaron tranquilas. Clientes habituales, risas suaves, aroma a café y bollería recién hecha. Cada pequeño detalle, cada momento, era especial en la cafetería, donde yo dialogaba con las clientas que venían todas las tardes a tomar su té con pastas, y hablaban de la vida cotidiana en este tranquilo y pequeño pueblo.
Al caer la tarde, recibí un mensaje inesperado.
Lucía. El artículo ha tenido una gran acogida. Quieren que escribas dos columnas a la semana.¿Te interesa?
Mi corazón dio un salto de alegría. Dos columnas cada semana. Mis palabras eran leídas por mujeres que estaban viviendo o habían vivido mi misma experiencia, o muy parecida. Ayudar, ser escuchada, mi vida empezaba a tener sentido.
Emma. Por supuesto que sí. Estoy lista.
Y al enviar esa respuesta, supe que algo dentro de mí también había cambiado, no volvería a esconderme. Ya tenía una meta bien clara en mi vida. Seguir creciendo. Seguir hablando. Aunque me doliera. Aunque tuviera miedo. Aunque a veces me sintiera sola.
Pero lo tenia claro, ser luchadora y jamás tirar la toalla, ser valiente y no mirar hacia atrás, el futuro estaba delante de mí, delante de mis ojos, y yo tenía simplemente que mirar hacía delante, y guiarme a mí misma.
Yo misma tenía que construír nuevamente mi vida, y lo estaba logrando...
Esa noche, abrí el portátil y escribí una nueva entrada, esta vez para mí.
"A veces, perderlo todo no es el final, sino el comienzo de una nueva versión de mí misma."
#477 en Novela contemporánea
#1659 en Novela romántica
suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 22.05.2025