El sonido de las ruedas del carrito se deslizaba por el suelo del supermercado mientras Emma avanzaba por los pasillos, concentrada en su lista. Tomaba los productos con calma, revisando fechas de caducidad, comparando precios y anotando mentalmente qué cosas aún le quedaban en la despensa.
Era sábado por la tarde, y aunque no le gustaban mucho las aglomeraciones, había elegido ese momento porque necesitaba abastecerse para la semana. Llevaba una sudadera color crema, jeans desgastados y el cabello recogido en una coleta alta. Se sentía cómoda, ligera. Libre.
En su carrito ya había frutas, avena, café, pan artesanal, verduras frescas y un par de latas de su estofado favorito. Antes de irse, se dirigió al último pasillo, el de comida para mascotas. Abrió una pequeña sonrisa al recordar a su chihuahua esperándola en casa, acurrucado en su mantita.
—Esto te va a encantar, canijo —murmuró en voz baja, tomando una bolsa de croquetas premium con sabor a salmón.
No lo vio venir.
Literalmente, no lo vio. Porque cuando se giró para avanzar, su carrito se chocó contra otro. Ambos se detuvieron en seco. Emma levantó la vista con rapidez, dispuesta a disculparse… y se quedó con la boca abierta.
Cole.
Él también se quedó inmóvil, con la misma expresión de sorpresa. Sujetaba una caja de galletas en una mano y una bolsa de manzanas verdes en la otra. Vestía jeans, una camisa azul con las mangas remangadas y una chaqueta negra que dejaba ver su físico robusto y elegante. Su cabello estaba un poco más largo, desordenado. Y en su mirada se notaba… cansancio.
—Hola —dijo ella, bajando lentamente la vista hacia su carrito.
—No sabía que vivías por aquí —dijo él al fin.
Emma soltó una pequeña risa.
—Cambiaron muchas cosas desde que me dejaste sola, Cole.
Él la miró.
—Estoy… aquí solo por el día. Vine al rancho a ver unas yeguas que acaban de parir. Me enteré esta mañana y traje algo de comida. No pensaba quedarme.
—Yo vengo por las croquetas del pequeñajo —respondió ella, alzando la bolsa con una leve sonrisa.
Cole le sonrió.
—¿Tienes un perro?
—Un chihuahua —respondió. Luego añadió con ironía: Tranquilo, no sustituye a nadie. Solo me acompaña en mis días largos. Y mis oscuras noches.
Cole bajó la mirada. Ella había cambiado. No solo físicamente, sino en la forma en que se plantaba frente a él. Con más fuerza. Más distancia.
—¿Estás bien? —preguntó, porque no podía evitarlo.
—Estoy saliendo adelante —respondió, sincera. Y añadió: "Tengo trabajo en una cafetería". Estoy viviendo sola, tranquila… aprendiendo a no necesitar más que mi propia compañía. Y bueno, la de mi pequeñín Elvis.
—Me alegro —dijo él, bajando la voz.
Emma sintió que el corazón le latía rápido, como si su mente la traicionara con recuerdos que ya no tenían cabida en su presente. No quería quedarse ahí más tiempo. No quería revivir lo que tanto le estaba costando olvidar.
—Fue bueno verte —le dijo.
—Emma…
Ella lo miró un segundo más.
—Cuídate, Cole.
Y sin esperar ninguna respuesta, siguió su camino por el pasillo. Él la observó alejarse. No sabía si debía ir tras ella, si debía explicarle todo lo que aún no le había contado. Pero algo dentro de él le dijo que no. Que no era el momento.
Emma salió del supermercado con el alma echando chispas. Se detuvo unos segundos antes de subir al coche.
Y respiró hondo.
Ese encuentro no estaba en sus planes. Pero tal vez… era una señal de que aún había cicatrices abiertas, aunque ella creyera haberlas cerrado.
De regreso a casa, el sonido de la radio sonaba bajo, una melodía suave que acompañaba el repiqueteo de la lluvia ligera sobre el parabrisas. Emma conducía con las manos firmes al volante, pero con el corazón agitado. Por fuera, iba concentrada en la carretera. Por dentro, llevaba un nerviosismo de mil demonios.
Ver a Cole así, tan de cerca, con esos labios que antes le prometieron un "para siempre" y luego desaparecieron, la había dolido más de lo que quería admitirse a sí misma.
Pero también estaba orgullosa.
No le había pedido explicaciones. Había mantenido la dignidad intacta, y eso, para alguien que había pasado noches enteras sin dormir por él, era una victoria.
Cuando llegó a casa, su pequeño chihuahua corrió a recibirla con esa energía y cariño que solo los animales demuestran. Emma dejó las bolsas sobre la encimera y lo alzó en brazos, dejándose mimar por sus lengüetazos suaves en la mejilla.
—Hoy vi al pasado en un pasillo del supermercado —le susurró al perro—. Pero tranquilo, no voy a retroceder.
Encendió una vela con aroma a vainilla, puso algo de jazz suave de fondo y comenzó a guardar la compra. Todo en su casa estaba en su sitio. Limpio, armonioso, pequeño, pero lleno de detalles que hablaban de ella. Flores secas en un jarrón de cristal, libros apilados cerca del sofá, una manta de lana tejida por su abuela colgada con cariño en una butaca.
Una vida sencilla, sin lujos.
Preparó una infusión y se sentó frente a su cuaderno de hojas gruesas. Lo usaba para escribir pensamientos sueltos, ideas para su novela o simplemente frases que la ayudaban a entenderse. Tomó el bolígrafo y dejó fluir lo que sentía.
“He cambiado. No soy la misma chica que lloraba por su ausencia. Ahora camino sola, y aunque a veces tropiezo, tengo la fuerza para levantarme sin pedir ayuda. Verlo me ha dolido. Pero también me ha recordado lo lejos que he llegado, sin depender de nadie para ser feliz”.
Suspiró al cerrar el cuaderno. Una parte de ella, la más honesta, reconocía que aún sentía cosas por Cole. Pero ya no eran cadenas. Eran recuerdos. Ecos de voces que a veces sonaban fuertes… pero que ya no la afectaban tanto.
Cenó ligero, dio un baño caliente al perro y se metió en la cama temprano, con un libro entre las manos. Leyó algunas páginas, aunque la cabeza le daba vueltas. Las palabras de Cole, su forma de mirarla, la duda que parecía habitar en su mirada...
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025