Cole
El motor de la camioneta rugía suavemente mientras el camino de tierra se abría ante él. A ambos lados, los campos parecían infinitos, y el rancho ahí estaba, silencioso y apartado del mundo. Pero esta vez, Cole no encontraba paz en el paisaje ni en el aire templado de Texas.
La había visto.
Después de tanto tiempo, de tantos silencios, de tantos días en los que pensó que ella estaría lejos —o tal vez ya lo había olvidado—, ahí estaba. De pie frente a las neveras del supermercado, con el cabello recogido en una coleta, un jeans desgastado y esa expresión dulce que siempre lo atraía. Emma. Su Emma. Aunque ya no lo era.
La camioneta chirrió al detenerse frente al establo. Bajó con las bolsas en la mano, pero su mente seguía en ese breve encuentro. No había tenido tiempo de decirle nada. Solo alcanzó a preguntarle cómo estaba, y ella… Ella se limitó a sonreír, amable pero distante, como si su historia hubiera quedado atrás. Como si él fuera un capítulo ya cerrado.
Pero a él sí le dolía.
Dejó la comida sobre la mesa del comedor del rancho y se quitó el sombrero, pasando una mano por su cabello. Respiró hondo. El aroma de la tierra, del heno, de los caballos recién nacidos debería haberlo conectado con su rutina. Pero todo lo sentía distinto. Su mente solo tenía esa imagen. Emma con una bolsa de pienso para perros en una mano.
—Vive cerca —se dijo en voz baja. ¿Qué hace aquí… sola?
No sabía que ella había vuelto. Ni siquiera sabía que se había ido. Porque, en el fondo, nunca preguntó lo suficiente.
Entró al establo y se acercó a las yeguas. Una de ellas acababa de parir y la cría se tambaleaba torpemente, aprendiendo a sostenerse sobre sus patas. Cole se agachó a su lado, acariciando la crin de la madre con cuidado. Ver el inicio de una vida le provocó un nudo en la garganta.
—Ojalá todo fuera tan sencillo como esto —murmuró.
Pero su vida, su historia con Emma, no lo era. La había dejado sin explicaciones. Por miedo, por egoísmo, por circunstancias que nunca supo cómo manejar. Y ahora, encontrarla ahí, tranquila, viviendo su vida, lo hacía sentirse como un cobarde por todo lo que había perdido por no saber quedarse.
Emma.
El aroma de café recién hecho invadía cada rincón de la cafetería. Emma colocaba las tazas en la bandeja mientras Charlie revisaba el inventario detrás del mostrador. La mañana había comenzado con clientes habituales, y aunque trataba de concentrarse en su trabajo, su mente seguía pensando en lo vivido el día anterior.
—¿Estás bien? —preguntó Charlie, sin mirarla directamente.
Emma lo miró con una sonrisa. Pero Charlie la conocía. Sabía leer entre líneas y, sobre todo, sabía cuándo no insistir.
—Solo estoy cansada —mintió.
Pero la verdad era otra. Volver a ver a Cole la había hecho volver a pensar, a dudar. Aunque no lo mostrara, ni se lo dijera a nadie.
Entre una mesa y otra, entre cafés y facturas, su mente volvía a ese pasillo del supermercado. A esos segundos...
Charlie la observó mientras ella atendía a una pareja mayor. Cuando regresó al mostrador, él le dejó una taza de café con leche espumosa decorada con una flor de canela encima.
—Para ti. —Con cariño —le dijo.
Emma le regaló una sonrisa y pareció volver a la tranquilidad.
Pero cuando regresó a casa esa noche, al ver la bolsa de pienso de su chihuahua, recordó los ojos de Cole. Su mirada. La pregunta que no terminó de hacerle. Y sintió miedo.
Porque tal vez no todo estaba olvidado. Porque tal vez… su historia aún no había terminado.
Charlie.
Charlie fingía revisar el pedido de café como cada semana, pero en realidad llevaba más de cinco minutos observándola. Emma movía las tazas con rapidez, limpiaba las mesas con esmero y sonreía a los clientes como si no pasara nada. Pero él lo sabía. Algo pasaba.
La había visto entrar esa mañana con un brillo distinto en los ojos. No era tristeza. Era desilusión. Y Emma, cuando algo la tenía preocupada o de los nervios, no era de hablar. Se volvía más meticulosa, intentaba estar más ocupada de lo normal. Y eso, para Charlie, era preocupante.
Apoyó las manos en la barra de madera y la siguió con la mirada cuando cruzó hacia la cocina con una bandeja vacía.
—No te metas —se dijo a sí mismo. Ella necesita su espacio.
Pero no era tan sencillo. Desde que Emma había llegado al pueblo, escapando de una vida que nunca le había contado completamente, Charlie sintió que entre ellos había algo que iba más allá de lo profesional. No, amor, lo sabía. Pero sí un cariño hondo, de esos que se ganan con tiempo, con confianza.
Ella era brillante. Tenía una luz especial, incluso cuando intentaba esconderla. Y por eso, ver esa tristeza en su rostro le ponía nervioso.
Cuando ella regresó con la bandeja limpia entre las manos, él se atrevió a preguntarle.
—¿Todo bien, Emma?
Ella se detuvo frente a él. Con la duda de si decirle la verdad o seguir fingiendo que se encontraba perfectamente.
—Sí —respondió—. Solo fue un día largo.
Charlie no insistió. Sabía que lo haría cuando estuviera lista. Sabía también que, como todos los que llegan huyendo de alguien o algo, tarde o temprano el pasado les pisa los talones.
Y él estaría allí.
Volvió al inventario, pero no dejaba de pensar. ¿Quién era el responsable de ese brillo apagado en su mirada? Seguro que el famoso Cole.
¿Y por qué, en el fondo, deseaba tener el poder de borrarlo, de poder quitarlo de la vida de Emma?
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025