Emma necesitaba aire. Pero no de ese que se respira, sino del que oxigena el alma. Por eso salió a caminar sin rumbo fijo, dejándose llevar por las veredas de tierra que bordeaban el bosque, con su pequeño chihuahua tirando de la correa, curioso por cada piedra, cada rama, cada ruido del viento.
El cielo comenzaba a teñirse con los colores del atardecer, y el crujir de las hojas secas bajo sus botas la ayudaba a desconectarse un poco de todo lo que estaba sintiendo. Desde aquel día en el supermercado en que se cruzó con Álvaro, su cabeza era un lio. No lo conocía. No sabía nada de él. Pero había algo en su forma de mirar que le había quedado grabado en su mente.
Y como si el destino hubiera escuchado sus pensamientos, volvió a verlo.
El destino que tanto estaba cambiando su vida, su manera de pensar y actuar, el mismo que le ponía personas en su vida, y al mismo tiempo se las quitaba.
Él venía a caballo, montado con elegancia. El animal, un castaño de pelaje brillante, trotaba con calma, sin prisa. Álvaro llevaba una camisa de lino remangada hasta los antebrazos, un chaleco marrón, vaqueros y botas polvorientas. La barba de tres días y el cabello oscuro, revuelto por el viento, le daban un aire salvaje, libre. Como un personaje sacado de una novela...
Al verla, detuvo al caballo con una orden suave. Y, sonrió.
—Tú y yo vamos a tener que empezar a pensar que el universo está jugando a cruzarnos —dijo con ese acento español que convertía cada palabra en una chispa, con ese acento sevillano.
Emma sonrió, bajando la mirada.
—O simplemente es un pueblo pequeño —respondió con un leve rubor que se esforzó en disimular.
—¿Pequeño? No sé, para mí sigue siendo un laberinto de árboles y caminos de tierra. Pero si lo recorro y apareces tú... entonces empieza a gustarme.
Emma soltó una pequela risa, y su chihuahua ladró, celoso de no estar recibiendo ninguna atención.
—Este es Romeo —dijo ella, agachándose para acariciar al perrito.
—¿Y tú? ¿Julieta? —preguntó Álvaro, desmontando con agilidad.
—Emma —contestó ella, sin perderle de vista.
—Álvaro. Domador de caballos en el rancho al norte del pueblo... y aparentemente, experto en encuentros fortuitos.
—Mi perro se llama, Elvis—a sido una broma.
—Vale, eres bromista también, perfecto, me gustan las chicas alegres, paso de las sosas y aburridas—contestó.
Se quedaron en silencio unos segundos. El viento balanceaba las ramas de los árboles y movía los mechones sueltos del cabello de Emma. Él se acercó un paso, tranquilo, sin invadir su espacio.
—¿Te molesta si te acompaño un tramo? —preguntó.
Ella dudó un instante. Pero algo en su mirada, en su tono al decirlo, le pareció un chico sincero. No buscaba impresionarla. Solo caminar.
—Vale —dijo, encogiéndose de hombros—, pero solo si no me juzgas por hablarle a mi perro como si fuera una persona.
—Te advierto que yo les canto a las yeguas —respondió, con una sonrisa que le dibujó un hoyuelo en la mejilla izquierda—. Así que vas ganando.
Caminaron juntos. Álvaro llevó al caballo por las riendas, Emma sujetaba la correa de Elvis. Hablaron poco al principio, solo lo justo. El tipo de conversación fácil que se da cuando no se quiere impresionar, cosas del clima, del pueblo, de la comida. Luego, con naturalidad, surgieron temas más personales.
Emma le contó que vivía allí desde hacía un tiempo, que antes había vivido en Nueva York. Él pareció interesado en la conversación.
—¿Y qué te trajo a este rincón del mundo? —preguntó.
Emma bajó la mirada, pensativa.
—Cansancio. Y... necesidad. Necesitaba silencio. Volver a lo simple. Necesitaba olvidar, cambiar de aires.
—Entiendo —murmuró Álvaro, con los ojos clavados en el horizonte—. Yo también me fui del ruido. Aunque en mi caso fue más...
Emma lo miró de reojo, pero no preguntó. Y él no explicó.
Al llegar a un claro donde los árboles dejaban entrar el último sol del día, se detuvieron. Elvis olisqueaba una piedra mientras Álvaro le soltaba las riendas al caballo para que pastara.
—¿Sueles salir a caminar así, sin rumbo? —preguntó él.
—No siempre... pero últimamente me ayuda. Pensar mientras camino, ¿sabes?
—Sí. A veces el cuerpo necesita andar para que la cabeza no se pare. En esta vida hay mucho que reflexionar. Y, mucho en lo que pensar.
Se quedaron unos segundos callados, mirando cómo el cielo se iba oscureciendo. Emma se sorprendió de lo cómodo que le resultaba el silencio con él. No se sentía obligada a llevar una conversación constantemente. Álvaro no parecía tener prisa por hablar ni por agradar. Y eso, de alguna manera, le generaba una calma que le gustaba.
—¿Te gusta domar caballos? —preguntó entonces ella.
—Me gusta ganarme su respeto sin obligarlos a nada. Ellos sienten el miedo, la rabia, la ansiedad. Y si tú estás en paz, ellos se relajan. Es casi como bailar con ellos... sin tocar música.
Emma lo miró con curiosidad.
—Nunca lo había pensado así.
—Tampoco yo, hasta que un caballo me lo enseñó.
El viento sopló más fuerte. Emma cruzó los brazos sobre el pecho, y Álvaro lo notó.
—Ya refresca. ¿Te acompaño de vuelta? —preguntó.
—Si, por favor.
Caminaron en silencio, pero no era un silencio extraño. Era de esos que se llenan con la presencia, con el ritmo acompasado de dos personas que empiezan a unirse sin darse cuenta.
Al llegar al borde del sendero que conducía a la casa de Emma, ella se detuvo.
—Gracias por la compañía —dijo.
—Gracias a ti —respondió él—. No todos los días se conoce a una mujer, tan maravillosa como tú.
Emma sonrió.
—Hasta la próxima, domador.
—Hasta la próxima, Emma.
Y sin necesidad de nada más, sin necesidad de darse los números de móvil, ni excusas falsas, Álvaro se despidió, subió a su caballo, y se alejó por el sendero.
El reloj del campanario del pueblo dio las seis. Emma caminaba por la acera con una bolsa de papel en brazos. Había pasado por la panadería antes de volver a casa, y el aroma del pan recién horneado se mezclaba con el aire fresco de la tarde. Se detuvo unos segundos frente a una tienda de antigüedades, distraída, mirando una vieja cámara de fotos en el escaparate, cuando una voz profunda la sacó de su ensueño.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025