Las noches de Emma se habían vuelto extrañas.
Desde que Álvaro apareció en su vida, una parte de su corazón parecía haber cambiado. Pero lo que más la desconcertaba no eran las miradas cruzadas ni las conversaciones breves. Eran los sueños.
No sabía en qué momento habían comenzado. Tal vez fue tras la última vez que lo vio salir de la cafetería con esa sonrisa distraída, o quizá fue cuando la ayudó a levantar las cajas que se le cayeron frente a la cafetería. Fuera cuando fuera, lo cierto es que su mente había empezado a construir un mundo paralelo en las noches: un lugar donde Álvaro y ella eran algo más que conocidos.
En su primer sueño, estaban en un campo dorado por el atardecer. Álvaro reía mientras tomaba su mano y corrían entre los caballos que pastaban libres, como si no existiera nada más en el mundo. Ella sentía la brisa en su rostro, la calidez de su piel contra la suya y la paz que solo se encuentra en los lugares donde habita el alma.
En otro, caminaban descalzos por un sendero cubierto de hojas secas, sin decir una palabra, pero entendiéndose con las miradas. Él la miraba con dulzura, y con un dedo dibujaba una línea en su mejilla, como si intentara sacar esa chispa de ella. Esa chica traviesa que sabía que era.
Los sueños no eran pasionales, sino tiernos. Emma despertaba cada vez con una sensación suave en el pecho, como si Álvaro hubiese estado realmente allí. Como si su aroma a tierra mojada y a madera se hubiese colado entre sus sábanas.
Una noche soñó que él le ofrecía una rosa blanca. No decía nada, solo la miraba con esos ojos oscuros e intensos que parecían saber más de ella de lo que ella misma le contaba. Emma la tomaba, y al hacerlo, la flor se volvía roja lentamente, como si absorbiera la calidez de sus manos.
Ese detalle la persiguió durante todo el día siguiente. ¿Qué significaba? ¿Deseo? ¿Temor? ¿Esperanza?
Cuando volvió a verlo, dos días después, sintió cómo le temblaban las manos. Estaba reparando una cerca cerca del rancho vecino, sin camiseta, con el torso bronceado y los músculos marcados por el esfuerzo. Alzó la vista y la vio. Y entonces le sonrió.
Fue una sonrisa leve, apenas una inclinación en los labios… pero fue suficiente para que todo su cuerpo se removiera. Ella le devolvió la sonrisa con timidez y siguió su camino. Pero esa noche volvió a soñar.
Esta vez estaban en una cabaña de madera, frente al fuego. Él le hablaba en voz baja, contándole historias que no alcanzaba a recordar al despertar, pero que en su interior parecían antiguas y lejanas. Emma apoyaba la cabeza en su hombro y sentía que no necesitaba nada más.
Despertó con una lágrima en la mejilla y una pregunta latiéndole en el pecho: ¿y si el corazón estaba tratando de mostrarle algo antes que su razón?
Ya no podía evitarlo... Álvaro no era solo un hombre atractivo. Había empezado a habitar un rincón secreto de sus emociones. Un rincón donde no entraba el pasado, ni las heridas, ni siquiera Cole. Era un rincón nuevo, tierno y lleno de luz.
Y mientras miraba por la ventana de su dormitorio cómo nevaba con delicadeza, Emma supo que algo estaba cambiando dentro de ella. Aunque no supiera aún hacia dónde la llevaría ese camino, no podía negar que cada noche, sin buscarlo, su corazón la conducía hacia los brazos de Álvaro.
A la noche siguiente.
La noche cayó sobre el pueblo como una manta suave de terciopelo. Emma cerró las cortinas de su habitación y encendió una pequeña vela perfumada que colocó sobre su mesita de noche. El silencio reinaba, roto solo por el leve tic-tac del reloj y el sonido del viento.
Se metió bajo las sábanas, abrazando a su pequeño chihuahua que se acomodó rápidamente a su lado. Sus pensamientos viajaron lejos, y como si su subconsciente quisiera hablarle más alto que nunca, se quedó dormida con la imagen de Álvaro flotando en su mente.
En su sueño, el paisaje era distinto. Estaba en un campo amplio, dorado por la luz del atardecer. El viento mecía suavemente las flores silvestres, y en medio de aquel cuadro tan poético, Emma caminaba descalza, con un vestido blanco que se movía como una caricia al ritmo del aire. A lo lejos, la figura de un hombre se acercaba a paso lento, seguro. Era Álvaro, con su porte imponente, los ojos brillando con dulzura y esa sonrisa ladeada que comenzaba a tatuarse en su memoria.
Sin decir palabra, él le tendía la mano. Emma la tomaba sin dudar. Bailaban sin música, sin ruido, solo con el sonido del corazón latiendo fuerte. Álvaro la miraba con ternura, como si ella fuese el secreto mejor guardado de la vida.
—Eres la mujer más maravillosa del mundo —le decía él en el sueño.
Emma despertó lentamente, con la sensación del roce de sus manos todavía sobre la piel. Su corazón latía despacio, con anhelo. Miró al techo durante varios minutos, intentando descifrar qué significaba ese sueño y por qué la había dejado tan tocada.
Ese día, en la cafetería, Álvaro volvió a aparecer. Llevaba una camisa azul remangada, el cabello revuelto por el viento y una mirada que la buscaba entre la gente. Cuando sus ojos se cruzaron, Emma sintió que el mundo se detenía. A sus pies. Él se acercó al mostrador y apoyó un codo suavemente.
—¿Me pones lo de siempre, Emma? —preguntó con una sonrisa.
—¿Cómo sabes que estoy de humor para servírtelo? —le respondió ella, intentando sonar indiferente, pero el calor subiéndole por las mejillas la traicionó totalmente.
—Porque hoy soñé contigo —dijo él, bajando la voz lo suficiente como para que solo ella lo oyera.
Emma sintió que se le encogía el pecho. ¿Era una broma del destino? ¿Una coincidencia absurda? No dijo nada. Solo le preparó su café.
Horas más tarde, cuando ella salió a tirar la basura al callejón trasero, Álvaro estaba allí, apoyado en la pared, fumando un cigarro que apagó en cuanto la vio.
—No quiero incomodarte —dijo él—, pero me gusta verte. Hablar contigo. Me haces sentir como si estuviera en casa.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025