Amor Salvaje

Capítulo 92º Sentimientos y dudas.

El cielo amanecía de color pastel, entre rosa y dorado; parecía envolver las montañas. Emma miraba a través de la ventana de la cocina mientras su pequeño chihuahua daba vueltas alrededor de sus pies, esperando su desayuno. La taza de café humeante entre sus manos y la tarta que había preparado y ya tenía en el horno eran suficientes para despejar el nudo que sentía en el pecho desde aquella tarde en la que Álvaro la había mirado de esa forma… tan directa.

Desde entonces, algo había cambiado. Álvaro no solo aparecía en sus días: ahora también vivía en sus noches, en sus sueños. Y aunque se resistía a admitirlo, sus emociones empezaban a dibujar nuevas formas en sus pensamientos.

—Tienes cara de no haber dormido, jefa —dijo Charlie, dejándose caer en una de las sillas de la cafetería, mientras Emma servía el primer café del día.

Ella sonrió con sutileza, dejando la taza frente a él.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Porque te conozco, y no es solo falta de sueño. Estás… diferente —alzó las cejas—. ¿Es por ese domador que ronda por aquí últimamente?

Emma negó con la cabeza, pero el rubor en sus mejillas fue respuesta suficiente.

—No seas ridículo, Charlie. Es solo un cliente… uno más.

—Sí, claro. —Uno más que te sonríe como si fueras la única mujer en la tierra —le contestó él antes de llevarse el café a los labios.

Emma ladeó los ojos, pero no respondió. Porque en el fondo, Charlie tenía razón.

Álvaro apareció a media mañana. Llevaba una camisa blanca arremangada hasta los codos, con el pecho ligeramente abierto, y un sombrero en la mano. Su andar era sereno, seguro, como si el tiempo se moviera a su favor, sin prisas. Cuando sus ojos se posaron en los de Emma, le bastó una sonrisa para hacerle palpitar el corazón.

—¿Puedo pedir algo fuera de la carta? —preguntó, inclinándose un poco hacia la barra.

—Depende. Si me dices qué es, quizás pueda hacer una excepción.

—Tu compañía. Aunque sean cinco minutos.

Emma se quedó en silencio, sorprendida por su audacia, pero también encantada. Álvaro tenía una forma de hablar que parecía sacada de otra época.

—Lo siento, señor... esto es un local serio. No ofrecemos ese tipo de servicio —respondió con una sonrisa juguetona.

Él rió, mostrando esa fila de dientes blancos que hacía que todas las clientas de la cafetería se giraran a mirarlo.

—Tendré que seguir viniendo, entonces. Hasta convencerte.

Aquella tarde, mientras Emma recogía la compra semanal en el pequeño mercado del pueblo, lo volvió a ver. Estaba en la zona de la fruta, eligiendo unas manzanas rojas. Ella intentó pasar de largo, pero él la vio.

—Otra vez tú —dijo Álvaro, mientras se acercaba con un cesto en la mano. ¿Me estás siguiendo?

—¡Por favor! Este es mi pueblo —replicó ella—. Si alguien sigue a alguien, ese eres tú.

—Entonces estamos destinados —bromeó él, deteniéndose frente a ella—. ¿Te gustaría tomar un café, fuera del horario laboral?

Emma se mordió el labio, entre la risa y el nerviosismo.

—No lo sé… ¿No te parezco una mujer difícil?

—Sí, y me encantas por eso.

La respuesta fue tan directa y tan segura que Emma sintió calor recorriéndole la piel. No estaba preparada para ese tipo de interés. Y, sin embargo, se sorprendía a sí misma esperándolo.

Esa noche, al cerrar los ojos, Emma volvió a soñar con él. Caminaban por un sendero nevado; él le tomaba la mano y le hablaba de caballos salvajes, de España, de su vida lejos de allí. En el sueño, Emma reía con libertad, sin miedo, sin dudas. Y cuando él se detenía para mirarla, con ese brillo encendido en sus ojos oscuros, ella se despertaba de repente del sueño.

A la mañana siguiente, Emma salió a caminar con su chihuahua. Necesitaba despejar la mente, respirar el aire frío que tanto la ayudaba a pensar cuando los sentimientos se volvían confusos. Caminó hasta los límites del bosque, donde los árboles formaban un pasillo natural que llevaba al viejo establo abandonado que conocía desde hacía un tiempo.

Pero no estaba vacío.

Allí, de pie entre la madera gastada y en silencio, estaba Álvaro. Tenía el cabello un poco revuelto por el viento y sostenía un lazo entre las manos; estaba entrenando a un joven potro que se resistía al control. La escena era pura energía contenida: la fuerza del animal, la firmeza de sus movimientos… y luego sus ojos se encontraron con los de Emma.

—¿Vienes a ver cómo domino bestias salvajes? —preguntó con una sonrisa.

—No sabía que estarías aquí —respondió ella, intentando sonar casual, aunque su corazón latía a mil por hora.

—Siempre vengo temprano. Es cuando los caballos están más despiertos. Igual que yo.

Emma se acercó, sin quitarle los ojos de encima. El potro, curioso, relinchó y caminó hasta ella, y ella lo acarició suavemente. Álvaro la observaba con atención.

—Tienes buen instinto con los animales —dijo en voz baja—. Se nota que eres una mujer con sensibilidad… aunque a veces lo escondas detrás de esa coraza tuya.

Emma se giró para mirarlo. El aire entre ellos se llenó de algo sutil y poderoso.

—No sé por qué me analizas tanto —le contestó.

—Porque quiero entenderte.

Él dio un paso más. No la tocó, pero estaba cerca. Lo suficiente como para que Emma sintiera su calor, su aliento suave al hablar.

—¿Por qué? —preguntó ella con sinceridad, bajando por un instante su escudo, ese que llevaba desde hace tiempo, desde que Cole se fue.

Álvaro bajó la mirada a sus labios y luego volvió a sus ojos.

—Porque desde que te vi, sentí que eras importante.

Emma respiró hondo, sintiéndose vulnerable y al mismo tiempo viva. No contestó. Solo acarició una vez más al caballo y luego se giró para marcharse.

—Emma —la llamó él antes de que se alejara—. No voy a rendirme contigo.

Ella se detuvo solo un segundo. Lo suficiente como para que él supiera que sus palabras le habían llegado. Después, siguió caminando, con el corazón latiendo tan fuerte que su pequeño chihuahua tuvo que apurar el paso para seguirla. En el fondo, empezaba a querer que no se rindiera tampoco.




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