Emma salió del supermercado con una bolsa de papel entre los brazos. Su pequeño chihuahua iba dentro de su transportín azul marino, asomando la cabeza y observándolo todo. Llevaba un par de días nerviosa, pero intentaba mantenerse tranquila, o al menos disimularlo muy bien.
Y entonces, lo volvió a ver.
Álvaro.
Apoyado contra su camioneta, con las mangas remangadas, el rostro bronceado por el sol y esa sonrisa de niño travieso que tanto provocaba a Emma. Al verla, alzó una ceja con picardía.
—¿Te sigo atrayendo o todavía estás haciéndote la difícil? —le preguntó con descaro.
Emma bufó.
—Eres incorregible.
—Y tú irresistible cuando te haces la dura —respondió, caminando hacia ella.
Ella se quedó quieta, con las bolsas en los brazos y el corazón acelerado sin razón lógica. Él tomó una de las bolsas como si no pesara nada y la acompañó hasta su coche.
—¿Qué haces esta noche? —preguntó él, directo.
—Dormir. Tengo una relación seria con mi almohada.
Álvaro soltó una carcajada.
—No sé qué me gusta más de ti; si tu sarcasmo o tus ojitos cuando tratas de ocultar que te mueres por salir a divertirte conmigo.
Esa última frase tocó la fibra más sensible de Emma.
De pronto, se vio con dieciocho años, con unos vaqueros rotos, pintándose los labios con sus amigas en el baño de una discoteca en Nueva York. Música alta, luces de colores, risas. Besos en la primera cita. Hasta altas horas de la madrugada. Su corazón roto por mensajes que no llegaban, cuando un chico le había gustado tanto, pero no volvía a verlo. Había vivido tantas cosas: su primer amor, sus borracheras, sus noches de playa. Confesiones con su mejor amiga y viajes sorpresa donde lo había pasado de película.
Álvaro le transmite aquella época de juventud tan alocada; él es tan divertido, tan directo, tan juvenil.
Pero ya no era aquella adolescente con sueños en la mente y rebeldía en sus actos. Ahora era una mujer que conocía el sabor de las pérdidas, del sacrificio y del amor que al final siempre te deja una huella imborrable.
Y, sin embargo… Álvaro tenía esa capacidad absurda de hacerla volver. Su entusiasmo, sus bromas tontas, su forma de mirarla y de tratarla. La hacía sentir joven de nuevo.
—¿Emma? —su voz la sacó de sus recuerdos.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Sí. —Solo recordaba cosas —respondió con una sonrisa melancólica.
Álvaro la observó.
—¿Puedo invitarte a dar un paseo por el campo? Nada de citas ni compromisos. Solo aire fresco, dar una vuelta por el sendero, caballos y una excusa para seguir viéndote reír.
Ella dudó por un segundo, imaginó a Cole. Todo lo que había pasado junto a él...
Pero el presente era este. Este era el momento. Este hombre ocupaba sus días en la cafetería, sus mejores momentos. Sus cruces por la calle o en el aparcamiento del supermercado, en el parque...
—Está bien —le contestó.
El paseo fue improvisado, libre y ligero. Montaron en dos yeguas tranquilas del rancho donde trabajaba Álvaro. Él le contaba anécdotas graciosas con acento español, y ella reía con la cabeza inclinada hacia atrás, sintiéndose libre, como hacía tiempo no se sentía.
En un claro del bosque, se detuvieron. Álvaro bajó del caballo y le ofreció la mano para ayudarla a desmontar. Emma la tomó, y por un segundo, sus dedos se rozaron de forma inesperada.
—No te pareces a nadie que haya conocido —le dijo él.
—Tú tampoco —admitió ella, aún sin soltar su mano.
—Sé que hay heridas, y no quiero entrar donde no me han dado permiso…
Emma no le dijo nada. Solo lo miró.
Y entonces, él se inclinó, lento. Sus labios rozaron los de ella, despacio. No fue un beso apasionado. Fue un beso tierno, suave.
Y Emma se dejó llevar.
Emma bajó la mirada después del beso, aún con el corazón latiéndole fuerte y las piernas temblándole. Se sentía confundida, pero al mismo tiempo… se sentía bien.
—¿Sabes? —dijo Álvaro, con una sonrisa mientras le apartaba un mechón de pelo del rostro. Si me hubieras dicho que ibas a besarme así de bonito, me habría echado colonia.
Emma soltó una risa que le salió desde lo más profundo, y Álvaro la miró como si acabara de ver un milagro.
—¿Tú no puedes tomarte nada en serio? —preguntó ella, divertida.
—Claro que sí —respondió. Me tomo en serio mis tareas en el rancho, los caballos… y besarte, por supuesto. Pero si no le echamos un poco de humor a la vida, nos volvemos fríos. Y tú, Emma, no pareces una chica fría. Más bien algo tímida, es lo que creo yo.
Ella se sonrojó.
—Eres un seductor.
—¡No! —exclamó él, llevándose teatralmente una mano al pecho. Soy un romántico incomprendido con un máster en hacer sonreír a mujeres que han olvidado cómo se hace.
—Modesto, además —añadió ella, riéndose otra vez.
—Lo intento —respondió él con una reverencia exagerada. ¿Y tú? ¿Siempre fuiste así de testaruda y encantadora?
—Solo con los que me caen bien —dijo, mordiéndose el labio.
—Entonces estoy salvado —contestó Álvaro. Porque si alguna vez dejas de mirarme con esa sonrisa, me voy directo al psicólogo.
Emma volvió a reírse.
Él la observó un segundo más, luego caminó hacia su caballo, pero antes de subir, se volvió y le guiñó un ojo.
—Esto apenas empieza, Emma. Y no pienso rendirme. Soy un sacasonrisas y, por lo que veo, no lo hago nada mal.
Y ella se quedó allí, cerca de su casa, observando cómo se alejaba.
Álvaro había aparecido en su vida, sin esperarlo, sin planearlo, para volver a hacerla sentir, volver a hacerla sentirse viva en todos los sentidos.
¿Sería demasiado pronto? O mejor no dejarlo escapar.
Es la atención de todas las mujeres en el pueblo; se lo comen con la mirada.
Es tan atractivo, tan seductor, tan llamativo con ese eje andaluz, con esa sonrisa tan encantadora que levanta pasiones en las jóvenes del pueblo.
Y Emma no sabe qué hacer, aunque no lo quiere perder. Pero todavía no se ha secado esa espinita que tiene clavada en su corazón; todavía Cole sigue vivo en sus pensamientos.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025