Emma no sabía cómo sería volver a verlo, pero cuando lo vio de pie frente a la cafetería del pueblo, con la vista perdida y las manos en los bolsillos de su chaqueta, el corazón le empezó a latir más rápido.
Habían pasado semanas desde que se vieron por última vez. Semanas que para ella habían sido un cúmulo de emociones, dudas, descubrimientos… y también de un nuevo comienzo. El sol de la tarde caía sobre las extensas llanuras y el pueblo estaba tranquilo. Él alzó la mirada al sentir sus pasos, y durante un segundo, ambos se quedaron mirándose.
—Hola, Emma —dijo él finalmente.
—Hola, Cole —respondió, con una sonrisa.
Él la observó. Más serena. Más segura. Más… distinta.
—¿Puedo invitarte a un café? —preguntó él, sabiendo que sería la última vez.
Ella estuvo de acuerdo.
Entraron a la cafetería. El ambiente cálido dentro contrastaba con la brisa fresca del exterior. Se sentaron frente a frente, como tantas veces lo habían hecho. Pero esta vez, todo era distinto.
—He venido para ver cómo estaba todo en el rancho —empezó él—. Y… para verte.
Emma bajó la mirada. Era un momento inevitable. Lo sabía.
—Gracias por venir —dijo ella, sincera—. Yo también quería hablar contigo.
Él esperó.
—Cole… —Tomó aire, con los brazos apoyados sobre la mesa—. Me he enamorado de otro hombre.
La frase quedó suspendida en el aire. No hubo ningún dramatismo, solo una verdad dicha con respeto y cariño que solo puede haber cuando alguna vez existió amor.
Él cerró los ojos un segundo, asimilando sus palabras.
—Lo imaginé —respondió con voz baja—. Hay algo diferente en ti… más luz, quizás.
Emma sonrió con tristeza.
—Tú fuiste parte de mi vida, una parte hermosa, bonita, llena de amor y, en momentos, complicada. Pero ahora... ahora soy otra persona. Y ya no puedo seguir pensando en el pasado.
Y entonces, con una ternura inesperada, le tendió la mano.
—Te deseo lo mejor, Emma. De verdad. Que seas feliz. Que te vaya todo bien, te lo mereces.
Ella tomó su mano con suavidad.
—Y tú también, Cole. Espero que algún día encuentres a alguien que te mire como mereces.
—Tengo que decirte, aunque ya tomemos caminos diferentes, que tengo un hijo, un pequeño de cinco años, que tuve con Grace, mi esposa. Es el motivo por el cual me marché y te dejé sola en Canadá. Mi hijo está hospitalizado en Dallas. No fue otro, y jamás quise hacerte sufrir.
—¿Un hijo? ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Quizás por miedo a contarte que fui un padre cobarde al abandonar a mi pequeño con mi madre, dejando todo atrás y marchándome a Texas, donde me olvidé de todo trabajando, estando aislado del mundo.
—¿Y qué tal está tu hijo?
—Ha estado muy mal, en cuidados intensivos; ahora parece que poco a poco está mejorando. Ya está en casa de mi madre; pronto me lo llevaré al rancho conmigo.
—Deberías habérmelo contado, Cole; yo te habría apoyado y ayudado siempre. No tenías que haber dudado de mí.
—Lo sé... A lo mejor, Emma, es que no estoy preparado aún para tener una relación seria. A lo mejor todavía necesito aclarar mi mente.
—Y yo espero que te vaya todo bien, y que estés feliz junto a tu pequeño. De todo corazón, te lo digo como lo siento; tal vez alguna vez me dejes que pueda visitarte a tu rancho y pueda conocer a tu pequeño.
—Claro, Emma, las puertas de mi rancho siempre estarán abiertas para ti; podrás venir cuando quieras y conocer a mi campeón.
—Te tomo la palabra, y sabes que lo que digo lo cumplo, no se queda en palabras.
—Lo sé, Emma, gracias por ser como eres, por entenderme y no enfadarte conmigo. Eso dice mucho de ti, como mujer y como persona.
—¿Enfadarme? No, Cole, me molestó al principio, no lo entendí, pensé que tal vez fui una aventura para ti, y decidí volver a empezar yo sola desde cero.
—Sí, no fueron maneras, culpa mía, lo siento.
—No me pidas perdón, Cole, tu hijo es lo primero, y yo lo entiendo aunque no soy madre. Tomaste la decisión correcta; tu único error fue no contármelo, pero eso ya es agua pasada. Ya es mejor olvidar.
—Sí, ambos debemos seguir con nuestras vidas. Si alguna vez necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme, para lo que necesites, Emma.
—Gracias, Cole, lo mismo te digo; en mí siempre tendrás una buena amiga. Ya sabes dónde vivo y dónde trabajo. Ahí me tendrás siempre.
—Muy agradecido por todo, Emma, y me alegro de haberte conocido, aunque ahora tomemos caminos diferentes.
Cuando salieron, se abrazaron por última vez. Un abrazo largo y sin palabras.
Él la vio alejarse, con el cabello al viento y esa vitalidad que siempre había admirado. Cuando se quedó solo, suspiró y caminó de regreso a su camioneta.
Subió y condujo hacia las afueras del pueblo. En el asiento trasero, había una caja con juguetes para su hijo, regalos que él mismo había comprado junto a Mike para cuando Cole Junior regresara. Aún los guardaba.
Cuando llegó a la casa donde vivía su madre, Kiara salió al porche. Tenía una blusa sencilla, el cabello recogido y una sonrisa como siempre.
—¿Cómo fue? —preguntó ella, al notar el gesto pensativo de Cole.
—Nos despedimos —respondió él, mientras acariciaba la cabeza de su hijo dormido en el sofá—. Ya era hora. Por fin he tenido valor.
Kiara le miró.
—¿Estás bien?
Por primera vez, la miro de verdad. Kiara, que había estado allí sin pedir nada. Kiara, que sabía cuándo hablar y cuándo guardar silencio. Kiara, que había cuidado a su hijo como si fuera suyo.
—Lo estaré —dijo él, sin apartar la vista de ella—. Lo estaré.
Tal vez algún día abrirá su corazón; después de tanto tiempo y de saber que es una mujer que le gusta de siempre, en algún momento se decida a dar el paso.
Porque ambos en el pasado no se juntaron por respeto a Grace, pero ella ya no está, y ahora son libres de poder unirse y estar juntos.
Y eso ambos lo saben...
#1947 en Novela contemporánea
#11776 en Novela romántica
suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025