Álvaro llegó a la cafetería puntual, como cada mañana. Emma ya estaba detrás del mostrador, sirviendo algunos cafés, con el cabello recogido de forma desenfadada, con ese delantal y esa blusa que a él le parecía el uniforme más sexy que había visto jamás.
—¡Buenos días, neoyorquina! —le saludó él animado, inclinándose sobre la barra—. Hoy te ves particularmente hermosa... ¿Es porque sabías que venía?
Emma sonrió y se lo negó con la cabeza de manera divertida.
—No, es que hoy estrené shampoo. Pero gracias por notarlo.
Álvaro soltó una carcajada.
—Vaya, entonces me declaro fan de ese shampoo. —Le guiñó un ojo—. ¿Qué tienes por ahí para mí?
—Un café y una tostada. Como todos los días —replicó ella, sirviéndole la taza humeante—. Aunque puedo añadir una sonrisa gratis, por ser cliente habitual.
—¿Solo una? Exijo al menos tres. —Se llevó la taza a los labios y bebió con los ojos fijos en ella—. ¿Y qué planes tienes después de tu turno?
Emma se apoyó en la barra con los codos, acercándose un poco más.
—¿Y si te digo que me muero por ir al cine? Hace años que no piso uno.
—Perfecto. Justo quería invitarte. Pero... —fingió pensárselo—, necesito un favor.
—¿Qué clase de favor?
Álvaro sonrió pícaro.
—Que aceptes venir conmigo... pero en pijama.
Emma soltó una carcajada.
—¿En pijama? ¡Ni loca!
—Vamos, sería divertido. Tú y yo, con pantuflas incluidas. Romperíamos la rutina. Además, seguro que eres adorable en pijama.
Emma se mordió el labio, conteniéndose la risa.
—No me provoques, Álvaro.
Él se inclinó aún más.
—¿Y si te provoco… qué harás?
Una atracción que cada día se hacía más fuerte. Emma lo miraba a los ojos, divertida pero algo nerviosa. Él sabía que tenía el poder de hacerla reír… y de hacerla sentir bien.
—Si me sigues provocando —le dijo ella, fingiendo seriedad—, te prepararé un café descafeinado.
Álvaro se llevó una mano al corazón, fingiendo estar herido.
—¡Eso es jugar sucio, Emma!
Se quedaron mirándose en silencio un par de segundos, y la complicidad era más intensa cada día.
Emma bajó la mirada, levemente sonrojada. Había algo en Álvaro que la dominaba sin esfuerzo. Le devolvía un poco de la jovencita que fue, aquella que reía, que improvisaba, que no pensaba tanto en el mañana. Y que vivía cada noche y cada minuto.
—Está bien —cedió finalmente—. No prometo el pijama, pero acepto la cita al cine.
Álvaro sonrió de oreja a oreja.
—Perfecto. Te recojo esta tarde.
—No te retrases, ¿eh?
—Por ti, jamás.
La tarde llegó pronto y, fiel a su palabra, Álvaro apareció en la puerta de la casa de Emma, tocando con insistencia. Cuando ella abrió, lo encontró con una bolsa de palomitas ya preparada y una sonrisa radiante.
—¿Palomitas antes de salir?
—Es parte de la experiencia —contestó él.
Emma se echó a reír y lo invitó a pasar mientras terminaba de arreglarse. Él se acomodó en el sofá, observando cada rincón de su hogar con curiosidad.
—Tu casa es muy tú —comentó—. Ordenada, elegante, pero con toques desordenados encantadores.
—¿Toques desordenados? —Emma se asomó desde el dormitorio.
—Sí. Como esos libros abiertos en la mesa, o la manta tirada en la silla.
—Se llama personalidad —replicó ella entre risas.
Cuando salió, vestida con unos vaqueros ajustados y una blusa sencilla pero elegante, Álvaro la miró de arriba abajo y silbó.
—Definitivamente deberías venir en pijama, pero así tampoco me quejo.
Emma negó con la cabeza, divertida, y juntos salieron rumbo al cine.
Durante la película, Álvaro no perdió oportunidad de bromear en voz baja, de hacer comentarios ingeniosos que la hacían reír a pesar de intentar concentrarse en la película. Cada vez que él rozaba su mano, ella sentía ese cosquilleo inconfundible, algo que se había vuelto cada vez más frecuente...
Al salir, caminaban bajo el cielo estrellado. Él le tomó la mano; ella no se la negó. Al contrario, unió los dedos con los suyos, sintiendo que encajaban a la perfección. Que eran dos almas gemelas.
—Gracias por esto —le dijo Emma en voz baja—. Me hacía falta un poco de normalidad… y de locura.
—Contigo, cualquier locura se siente perfecta —susurró Álvaro, acercándose peligrosamente a sus labios—. Pero no quiero besarte aquí… no quiero que sea rápido ni improvisado. Quiero que sea cuando estés completamente segura.
Emma lo miró, conmovida por su paciencia y por su respeto.
—Estoy segura —le confesó.
Y entonces, él la besó. Un beso suave, pausado, con una ternura que la hizo vibrar por completo. No fue un beso de pasión inmediata, pero sí de cariño, y con precaución.
Cuando se separaron, ella le sonrió con timidez.
—¿Sabes a quién me recuerdas?
—¿A quién?
—A los chicos que conocía cuando tenía dieciocho años. Me hacían reír así… pero tú me haces sentir aún mejor, como si no hubiera pasado el tiempo, como si fuera aquella joven y alocada Emma de nuevo, y me gusta recordar aquellos tiempos…
Álvaro la abrazó fuerte.
—Pues qué bueno hacerte sentir nuevamente tan joven. Yo también recuerdo cuando era de esa edad e íbamos con las amigas a las discotecas, a las acampadas... ¡Qué recuerdos! Pero ahora actualmente me siento afortunado de haberte conocido, ¿sabes? El pasado ha sido maravilloso, pero el presente lo es aún más; es lo que estamos viviendo ahora.
—Tienes razón, pero a veces mirar atrás sienta bien...
—Sí, no lo dudo, siempre recordaremos cosas, detalles, lugares, personas, porque lo hemos vivido.
—Así es, lo bueno y lo no tan bueno. ¡Pero ya!, que soy una aguafiestas, con mis recuerdos y mi melancolía. ¿Me acercas a casa, verdad? La película ha estado genial, y me lo he pasado muy bien.
—Yo también, y más con tu compañía.
Álvaro la acercó hasta la puerta de su casa, donde le dio un beso en la mejilla y se despidió de ella, guiñándole un ojo.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025