Amor Salvaje

Capítulo 103º La cita.

Álvaro llegó puntual a casa de Emma. Llevaba un ramo de rosas frescas en la mano, con los tallos cuidadosamente envueltos en papel kraft y un lazo de cuerda rústica que le daba un toque encantador. Al verla abrir la puerta, la miro sonriendo.

—Para ti —dijo, ofreciéndole las flores con un gesto elegante—. No podía venir a verte con las manos vacías.

Emma rio, halagada y emocionada por el detalle.

—Son preciosas, gracias. Espera un momento que las pongo en agua.

Mientras ella buscaba un jarrón, Álvaro recorrió con la mirada cada rincón de la casa, intentando imaginar un poco más de la vida de Emma en aquel lugar que ahora también empezaba a formar parte de su historia.

—¿Lista? —preguntó cuando la vio volver.

—Lista —respondió con una sonrisa, y agarrando su bolso.

—Hoy tengo algo especial planeado —anunció de manera misteriosa—. Te voy a llevar a un rincón del pueblo que me enamoró desde que llegué.

Condujo unos minutos hasta salir del núcleo del pueblo y adentrarse en un sendero de tierra flanqueado por árboles que se extendía hacia la llanura. El sol de la tarde poco a poco iba cayendo.

Finalmente, llegaron a un mirador natural desde el que se veía el valle entero. El viento fresco les acariciaba el rostro y el silencio solo se rompía por el canto de algún pájaro.

—Este lugar... —murmuró Emma—. Es increíble.

—Lo descubrí hace poco —explicó Álvaro mientras se sentaban en una roca plana—. Cuando necesito pensar o estar en paz, vengo aquí. Me recuerda a España, a los paisajes que veía en el sur cuando era pequeño.

Emma lo miró con curiosidad.

—Nunca me has hablado mucho de tu infancia.

Álvaro confirmó con la cabeza, pensativo.

—Nací en Andalucía, en un pequeño pueblo de la sierra. Mi padre me llevaba cuando era un crío a ver los caballos en las haciendas de algunos de sus clientes, y de niño crecí detrás de la barra del restaurante, entre el polvo de las cuadras y el olor a heno. Siempre supe que ese sería mi destino. Cuando era adolescente, me fui perfeccionando, trabajando en distintas haciendas, por Granada, Almería y Sevilla, hasta que conocí a un empresario texano que me ofreció venir a Estados Unidos. Fue una decisión dura, al dejar aquí a mi familia, sobre todo a mi madre, que es lo mejor para mí, aunque los quiero a todos por igual; ella siempre es tan especial para mí. Una madre es una madre, pero el mundo es muy grande para quedarse siempre en el mismo lugar.

—Y ahora estás aquí —dijo Emma con una sonrisa—. Y yo también.

Ambos se quedaron callados, contemplando el horizonte. Álvaro se recostó apoyando sus manos detrás de la espalda y la observó de reojo.

—Me gusta estar aquí contigo. Me hace sentir que todo encaja, que mi vida necesitaba ordenarse, no solo tener un trabajo que me apasiona y una familia maravillosa, sino tener a mi lado a una mujer admirable, como lo eres tú, ¿sabes?

Emma se sonrojó ligeramente.

—A mí también me pasa algo parecido.

De pronto, él sacó una pequeña navaja del bolsillo y empezó a tallar algo en un trozo de madera que había recogido del suelo.

—¿Qué haces? —preguntó ella.

—Un recuerdo para que este momento quede grabado en algo más que en nuestras memorias.

Minutos después, le mostró la madera: había tallado sus iniciales y un corazón sencillo.

—Ahora este pedazo de madera lleva algo nuestro —dijo él con picardía.

Emma lo miraba con ternura.

Álvaro, con ese aire bromista y encantador, tenía la capacidad de hacerla sentir como una adolescente otra vez, como si la vida aún le guardara sorpresas dulces e inesperadas.

—Gracias por traerme aquí —dijo en bajo, ella.

—Gracias a ti por venir —respondió él, inclinándose hasta rozar su frente con la de ella.

Permanecieron así unos instantes, en silencio, respirando el mismo aire, compartiendo esa paz que solo nace cuando el corazón late en armonía con el de otro.

Cuando el sol empezó a esconderse, regresaron a la camioneta prometiéndose ambos que ese no sería el último lugar especial que compartirían juntos.

—Aún tengo muchos rincones para mostrarte —dijo Álvaro al arrancar el motor—. Y no pienso quedarme con ninguno guardado para mí solo. Los quiero disfrutar contigo.

Emma sonrió, sintiendo que su historia juntos apenas comenzaba.

Que tal vez por fin su corazón había encontrado su otra mitad.

Y así llegaron a la casa de Emma, donde Álvaro le dio un beso en la mejilla y se despidió con un "...mañana nos vemos en la cafetería".

Emma entró en la casa y se quedó contra la puerta. Mirando a su hogar, aunque ya se estaba preguntando por qué no se compraba su propia casita con su pequeño jardín y porche. Aquel pueblo era donde se sentía feliz, y donde tenía pensado quedarse.

Tiene su trabajo de camarera en la cafetería trabajando para Charlie. Escribe en un periódico local y tiene una sección de fotografía. Está en un pueblo perfecto, en armonía y tranquilidad, y ahora conociéndose seriamente con Álvaro. Y también, por supuesto, con su adorable Elvis.

¿Qué más podía pedir?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.