Evelyn
Hay días en los que me despierto y, por un instante, olvido cuántos años tengo. Supongo que es lo que pasa cuando llevas una vida entera en movimiento, sin parar: cuidando, dando, sosteniendo. Pero últimamente, me he dado permiso para mirar atrás. Para recordar todo lo que he vivido tan intensamente. Quizá porque el rancho está en calma esta mañana, o porque Cole Junior duerme abrazado a su peluche favorito. Tal vez sea solo que, por fin, tengo un poco de tranquilidad en mi interior.
Mi historia no fue extraordinaria, pero fue mía y fui feliz. Mucho. Me casé joven con un hombre que me hacía reír incluso cuando yo estaba cabreada por cualquier tontería. Que me llevaba el desayuno a la cama cada día desde que nos casamos, hasta que desgraciadamente lo perdí. Pasamos muchas noches románticas. Y nos encantaba bailar sin estar pendientes de la hora que fuera. Recuerdo su voz. Su olor a perfume recién puesto y tabaco suave. Recuerdo cómo me abrazaba por la espalda mientras preparaba café, y cómo me besaba en la mejilla. Aún recuerdo su calor sobre mi cuello y sus manos acariciarme las mejillas. Él lo fue todo para mí...
Cuando nació Cole, todo se volvió más intenso. Nunca imaginé que un amor pudiera duplicarse y desbordarme así de esta manera. Tener a mi hijo cuando nació por primera vez en mis brazos no tiene palabras, no se puede describir, solo se puede sentir. Y ahí tenía yo a los dos amores de mi vida. Cole salió igualito a su padre, alto, guapo, con porte. Me sentí la mujer más afortunada del mundo. Lo era. Mi hijo fue la continuación de ese amor. Creció hermoso, terco, valiente...
Perder a mi marido me rompió de una forma que me sumió en una angustia por muchísimos años... No se lo dije a nadie. Me lo quedé para mí; en mi interior, ahí llevaba yo esa pena y ese dolor tan grande. No lloré delante de nadie. No porque fuera fuerte, sino porque sentía que si me desmoronaba y caía... Y yo tenía que continuar con mi vida y con un pequeñín que cuidar. Así que seguí. Cocinaba. Trabajaba. Llevaba a mi hijo a la escuela y volvía a casa sola. Me acostumbré. A veces eso también es amar: aprender a vivir con la ausencia de alguien sin dejar que se vacíe del todo el corazón...
Cole creció y se enamoró de Grace, esa joven risueña que tenía luz en los ojos. Me costó aceptarla al principio. No porque fuera mala, sino porque nadie me parecía suficiente para mi hijo. Pero bastó verlos juntos para entenderlo. Se cuidaban, se amaban. Se necesitaban de una manera que me recordó a mí misma cuando conocí a su padre, el amor de mi vida para siempre... Jamás me volví a casar, ni tuve la intención de volver a estar con otro hombre.
Me sentí muy tranquila cuando se casaron.
Y entonces llegó mi nieto. Cole Junior. No hay palabra que capture lo que sentí al tenerlo en brazos por primera vez. Tal vez amor no sea suficiente. Tal vez fue agradecimiento, o simplemente la certeza de que la vida, por dura que sea, siempre encuentra cómo darnos un aliciente para seguir adelante...
Y entonces... el accidente. Esa maldita llamada. La muerte de Grace nos partió. A todos. Pero sobre todo a Cole. Nunca lo había visto así. Fue como si se hubiera roto en pedazos. Dolor, rabia, sin hablar ni una sola palabra, sin comer, totalmente destrozado, solo encerrado en su habitación, sin ganas de nada; incluso su hijo no le bastó. Se sumió en una tristeza que lo apartó de todo y de todos, incluida yo.
Se fue a Texas, buscando apartarse de todo el mundo, buscando algo que no le haría recordar a Grace a cada momento, un lugar en el que no estaría presente. Ni sus fotos, su perfume, su ropa. Me quedé con el niño. Porque alguien tenía que seguir aquí. Y porque yo no podía permitir que ese chiquitín creciera sintiendo todo ese sufrimiento.
Y aquí estamos ahora.
En este rancho, con el viento seco que huele a pasto y a leña. Cole Junior crece feliz. Cole... está aprendiendo a respirar de nuevo. Y Kiara... esa joven ha sido un regalo inesperado. Me ayudó a criar a mi nieto como si fuera suyo. Tiene la paciencia que yo ya no tengo, la dulzura que a veces la vida me ha limado.
La miro y veo en ella lo que vi en Grace: una mujer risueña que da amor, transmite paz, sin exigir nada. A veces me encuentro soñando con verlos juntos. A Cole y a Kiara. No porque quiera emparejar a mi hijo a la fuerza, sino porque lo veo más tranquilo cuando ella está cerca. Porque Cole Junior sonríe más cuando Kiara lo acuesta por las noches, contándole cuentos y haciéndole bromas. Porque quizá la vida quiera darle una segunda oportunidad.
Yo ya no espero grandes cosas para mí. Me basta con ver a los que amo encontrar un poco de paz. Y felicidad. No creo que eso sea poco.
Me levanto del banco del porche. Veo a Cole Junior junto a su precioso caballo y a Cole reparando la cerca con las manos firmes, al igual que lo hacía su padre.
Kiara se ríe a unos metros, con esa risa que contagia felicidad...
Y yo, por fin, respiro tranquila.
Esa imagen vale más que mil palabras.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025