El pequeño Cole Junior dormía profundamente en su habitación, con su peluche abrazado al pecho y una pequeña sonrisa en su rostro. La excursión por el pueblo lo había dejado rendido. Evelyn ya se había retirado a descansar también, y la casa quedó en un silencio, solo roto por el canto de los grillos afuera.
Cole bajó las escaleras en silencio, en camiseta gris y vaqueros, y encontró a Kiara en la cocina, con una taza de té en las manos. Tenía el cabello suelto, algo poco habitual en ella.
—No podía dormir —dijo ella al notar su presencia—. El día fue... bonito.
Cole se apoyó en la encimera, frente a ella.
—Sí —respondió—. Fue un buen día. Hacía mucho que no disfrutaba tanto.
Kiara le ofreció una taza, y él aceptó. Se sentaron en la mesa, frente a frente, disfrutando de ese momento en solitario.
—Gracias por estar con nosotros —dijo él, tras un rato de silencio.
—¿Por estar? —preguntó ella, con una leve sonrisa.
—Sí. Por quedarte. Por no abandonar a mi hijo cuando yo no tuve fuerzas para estar junto a él, no tuve valor ni para mí mismo. No supe reaccionar bien, y tú siempre estuviste con él y con mi madre.
Kiara lo miró.
—Lo hice por él… lo quiero con locura, también por tu madre, ella es una gran luchadora, una gran mujer… y por ti también, aunque nunca me lo pediste. Siempre estuve ahí, Cole. Manejando mis sentimientos hacia ti, en silencio, en secreto. Luchando por intentar sacarte de mi mente, de mi vida, pero no pude. Y aquí estoy, no te pido nada, no quiero provocar algo que no sea real entre nosotros, tal vez simplemente seamos buenos amigos, puede que lleguemos a algo más, pero lo dirá el tiempo... Por mi parte, siempre te he querido y siempre te querré.
Cole bajó la vista. Le costaba, pero empezaba a entender. A reconocer lo que tenía delante y lo que había estado evitando todo este tiempo.
—No sabía cómo seguir —confesó—. Después de lo de Grace… El dolor me había destrozado por dentro. Todo era irreal para mí. Tú y mi madre fueron quienes se mantuvieron en pie y cuidaron... a mi hijo. Yo solo estaba... ausente, vencido. Sin ganas de seguir adelante.
Kiara extendió una mano y la apoyó suavemente sobre la suya. El contacto fue suficiente para que Cole levantara la mirada.
—Todos tenemos derecho a equivocarnos y a reaccionar así —le susurró ella—. Pero también tenemos la responsabilidad de intentar salir adelante, por mucho que nos cueste, por muy duro que sea... Por los que nos aman... y por nosotros mismos.
Él estuvo de acuerdo.
—Kiara —dijo de pronto—, me he dado cuenta de que cuando te miro, no solo veo a la mujer que ha cuidado de mi hijo y ha estado siempre junto a mi madre… Veo a alguien que también ha estado pendiente de mí.
Ella bajó la mirada por un segundo, sin saber qué contestarle.
—No soy perfecta, Cole. Pero aquí estoy. Y si algún día tú también lo estás... sabré esperarte. Ya te he dicho sinceramente lo que siento por ti.
Él se levantó despacio y rodeó la mesa hasta quedar frente a ella. No hizo falta decir más. Solo la abrazó. Un abrazo sincero, largo, de esos que se sienten con el corazón.
Y ella, sin hablar, se aferró a él.
Allí, en aquella cocina iluminada por una luz escasa, en una casa llena de recuerdos y heridas, donde Cole había elegido estar, lejos de su madre, de su propio hijo y del resto del mundo.
Solo con el contacto de Mike, su mano derecha y sus trabajadores, pero ahora era el momento de darle un giro a todo, para él, para su vida, pero lo más importante, para el pequeño de la casa.
Ambos se sentían cómodos; ya no eran indiferentes el uno con el otro.
La chimenea del salón iluminaba todo, haciendo del espacio un lugar acogedor y romántico; Cole y Kiara se trasladaron allí, aun con las tazas humeantes en las manos. Se sentaron en el chaiselongue, con música suave de fondo. Solo el crujido de la leña al arder y el suave tic-tac del viejo reloj sobre la repisa marcaban el paso del tiempo.
Y devolvían a Cole al pasado, cuando él era un pequeño de la edad de su hijo.
Kiara apoyó la cabeza en el hombro de Cole. Él deslizó un brazo sobre sus hombros y la besó; era la primera vez que se atrevía a tenerla más cerca de esa manera, dejándose llevar.
Esa tranquilidad de sentirse bien junto a Kiara le daba la libertad de sincerarse más.
—A veces me pregunto cómo habría sido todo si Grace siguiera aquí —comentó él, sin mirar a ningún sitio en particular—. Pero me doy cuenta de que pensar en eso no cambia el presente… pero aún me cuesta olvidar.
Kiara permaneció en silencio. De alguna manera ella le comprendía... Después dijo:
—Las personas que amamos no desaparecen nunca de nuestras vidas. Se quedan en nuestro corazón y en nuestros pensamientos para siempre. . Es la forma en que elegimos cuidar lo que dejaremos atrás. Para comenzar de nuevo, pero el pasado siempre estará ahí, Cole, y nunca olvidaremos a Grace.
Cole apretó un poco más su abrazo.
—Nunca imaginé que volvería a sentir esto —le confesó—. Este deseo de compartir lo que soy, cómo me siento en estos momentos y lo que siento por alguien… de verdad.
Kiara levantó la cabeza para mirarlo.
—No tienes que apresurarte, Cole. Yo no voy a ninguna parte. Solo quiero que estés bien… contigo mismo, primero. Lo demás puede esperar. Tenemos tiempo y necesitas tiempo, no tenemos ninguna prisa.
Sus ojos se encontraron, y por un instante largo, sus miradas se quedaron clavadas. . El roce de sus frentes juntas y la forma en que sus dedos se buscaron con naturalidad. Todo fluía sin necesidad de forzar las cosas.
Y entonces él sonrió, de esa forma que no le habían vuelto a ver. Con esa mirada con chispa, picarona, divertida. La sonrisa que perdió cuando Grace falleció.
—Gracias por no rendirte conmigo —le dijo, en voz muy baja, a Kiara.
Ella no contestó. Solo cerró los ojos.
Y se aferró, abrazándolo profundamente.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 03.08.2025