24/12/2017
Alba
¡Oh nochebuena! Por fin llegó el mejor día de todos, la mejor festividad del año. ¿A quién no le gusta la Navidad? Pavo, salsa de ciruelas, regalos, los abuelos y el recalentado. Mis padres ahorran durante todo el año para poder comprar boletos y viajar a Ecuador durante estas fechas, usualmente nos quedamos hasta año nuevo. Han sido pocas las veces que no hemos podido venir, pero en los últimos cinco años tenemos el récord de no haber faltado ni una sola vez.
Toda nuestra familia está aquí: mis abuelos, tíos, tías y como quince primos por el lado de mi madre; la mayoría de familiares de mi padre viven en España y no los vemos muy seguido. Aquí solo se ha quedado su madre, mi abuela, y siempre nos quedamos en su casa cuando venimos.
La tradición familiar en estas fechas es sagrada, nos encontrarnos en la casa de mi tía Roxana porque es la tía rica, soltera y con la casa más grande (mi tía favorita, claro); repartimos los ingredientes entre familias y llegamos medio temprano para que los adultos cocinen y los niños jueguen. Cuando el sol está por ocultarse empieza la competencia de juegos de mesa, videojuegos y algún deporte. La persona que consiga más puntos por victorias en las tres categorías se convierte en la persona más suertuda del mundo, acreedora del premio más codiciado del año. Este es el único regalo que compra la tía Roxana, cada vez es algo diferente e inesperado, pero absolutamente costoso; es decir, algo que solamente ella podría costear en la familia.
El anterior año fue un viaje en crucero por el Caribe y se lo ganó mi primo Juan Carlos, tres años mayor. En el 2015 fue una entrada a Disney World en Orlando–Florida, con boleto de avión incluido, hotel y todos los beneficios por una semana, ese año ganó mi tío Gabriel y destrozó mi sueño de conocer Disney para siempre.
– No creo que eso lleve manzanas –dije tratando de hacer una mueca de disgusto.
– No creo que te pedí tu opinión –respondió mi tía Roxana, añadiendo más manzanas a la ensalada, con una expresión burlona en su rostro.
– Pero… –no se me ocurrió nada inteligente que decir– no es justo –murmuré, rendida.
– La vida no es justa Alba, el mundo no es justo –dijo con un tono más serio de lo que esperaba– eso es algo que deberías ya aprender.
– ¿Por qué me dices eso? Solo no voy a comer esa ensalada, no es para tanto –mencioné mientras me levantaba de la silla con la intención de irme.
– Así como yo lo digo, muchas personas van a decirte que esta ensalada debe llevar manzanas, porque es la receta tradicional, lo que siempre se ha hecho –hizo una pausa– Eso no quiere decir que tú la debas hacer igual, ¿cierto? –asentí con la cabeza, confusa– pero si tú no la haces y alguien más la hace por ti, te la debes comer por educación, ¿verdad? –de nuevo, confusión total– En este mundo injusto, muchas personas te van a obligar a comer esta ensalada y te mentirán diciendo que si no la comes, no habrá ninguna otra ensalada que podrás comer en el futuro, entonces la terminarás comiendo, así no te guste –levantó el tazón que contenía la ensalada y lo guardó en el refrigerador, regresó y me miró directo a los ojos– Cuando tengas el poder de hacer tu propia ensalada, ahí es cuando vas a poder elegir si le pones manzanas o no, si sigues la receta al pie de la letra o inventas la tuya –me sujetó las manos con delicadeza– prométeme que vas a inventar tu propia receta.
La miré desconcertada, sin saber de lo que estaba hablando, ¿me estaba sermoneando por no querer una ensalada que mezcla dulce con sal? porque si es así, fue un poco dramático. Al ver mi expresión, soltó mis manos y se dirigió al horno.
– Discúlpame –dijo finalmente– tuve un sueño que me ha estado atormentando todo el día, eso es todo. Anda a revisar si Lucas ya llegó con el vino.
– Esta bien… –dije y salí de inmediato. Vaya, estas fechas sí que la ponen sentimental.
El sol se había ocultado hace un par de horas y la competencia ya mismo terminaba. Eso significaba dos cosas importantes: la primera, que íbamos a comer todo ese banquete delicioso muy pronto y, la segunda, el anuncio del ganador o ganadora junto con la entrega de los regalos. Era de esos momentos en los que la emoción y los nervios se sentían en el aire, en los que podías oler el sudor y escuchar los corazones latiendo a mil por hora.
Mientras Michael Bublé cantaba de fondo “Santa Claus Is Coming to Town”, esperaba en la fila del bufet, ya había puesto de todo en mi plato, dejando un gran espacio para lo mejor de lo mejor: el pavo. Marina, hija de mi tío Gabriel, el hermano mayor de mi madre, hablaba sobre algo que le había sucedido a su amiga del colegio. Las dos teníamos la misma edad, pero yo nací un par de meses antes.
– Es por eso que yo le dije a Milena que no vaya a esa fiesta, pero no me hizo caso y pasó lo que había predicho –parloteaba Marina sobre algún chisme. Ya mismo me toca, ya mismo te saboreo pavo encantador– su novio estaba ahí con Isabel, disque como amigos, pero nada que ver, si ya iban juntos más de tres meses –un poquito más y te tendré en mi estómago– y yo sabía que iba a terminar con el corazón roto, por algo le dije que no fuera, pero esta mujer es terca.
Llegó mi turno y de manera irrespetuosa, probablemente, agarré tanto pavo como pude. Esta obsesión seguro que está mal, pero en este momento no me importaba en lo absoluto.