— ¿Señorita? – Escuché una voz aguda, llamarme y sonreí.
— Hmm… – Murmuré, abriendo los ojos y salté del susto.
— ¡Ay perdóname! Ya llegamos a destino, ¡bienvenida! – dijo la azafata, asustada y yo sonreí nerviosamente.
— ¡Gracias, entonces, ya me voy! – Dije huyendo de aquel avión ya casi vacío.
Después del bochorno fui a buscar mis cosas. En el aeropuerto no tardé mucho en encontrar a mi familia, ya que había un cartel que decía mi nombre, sonreí, abrazándolos fuerte.
— ¡Cómo los extrañé! – hablé entre lágrimas y los abracé a los tres con fuerza.
— ¿¡Y yo qué!? – Escuché la voz de María, mi amiga y sonreí al verla con su hermosa sonrisa de siempre.
Junto a ella, Julia, también estaba a su lado, ya bañada en lágrimas. Me lancé a sus brazos y así comenzó nuestro escándalo de siempre. La gente nos miraba riéndose, pero nosotras seguíamos como si nada, éramos el trío de amigas perfecto.
Salimos todos del aeropuerto y fuimos directo a casa.
[...]
— La tía Amelia es la mujer más bella de este mundo. – María abrazó a mi mamá, quien se reía.
— Suelta a mi esposa, María. – gritó mi papá entrando a la biblioteca y yo me reí.
— Ya dije que me la voy a robar, señor González. –se explicó María, riendo.
Y todo pareció volver a la normalidad, por Dios, extrañé tanto las bromas de mis amigas y a mi familia.
— Te extrañé, Cami… – habló mi hermanita Lucia y yo sonreí abrazándome contra mi bebé.
— Yo también te extrañé mucho, cariño, pero te prometo que estaremos juntas estas vacaciones. –Respondí divertida y ella sonrió emocionada.
— Clara quiere conocerte, es mi mejor amiga. – dijo Luci y yo sonreí.
— Hmmmm me alegra que tengas una mejor amiga, y ¿dónde la conociste?
—Se vino a vivir aquí hace un tiempo, a la casa de al lado, con sus papás. – dijo ella y yo me reí.
— ¿En serio? Qué suerte tienes, ¿no?– Le pregunté llena de curiosidad y ella se sonrojó.
(...)
Después del sabroso almuerzo que preparó mamá me fui a duchar y acomodar mis cosas en mi antigua habitación que aún permanecía intacta.
— Cami, ¿vamos a caminar? María y Julia también van. – preguntó la pequeña Luci y yo asentí, terminando de ponerme mi vestido de flores. Me pasé los dedos por el pelo y me arreglé la ropa.
—Vamos, hermosa. – Dije extendiéndole la mano.
Bajamos y María se reía con Julia de algo que veían en la tele, ellas siempre eran así, casi como unas hermanas más.
Mamá y papá habían salido al supermercado. Así que nos fuimos a caminar y Lucia se adelantó hasta la vereda del vecino.
—¡Luci! – la llamé y ella se giró para mirarme, pero enseguida me ignoró cuando una chica salió a su encuentro.
— ¡Clara, no tardes mucho! —Escuché hablar a una mujer rubia que salía de la casa vecina mientras pasaba junto a nosotras, casi ignorándonos por completo, en un acto muy arrogante de su parte.
—¿Quién es esa? – le pregunté a Julia.
— hmmm es Claudia, la madre de Clara. – dijo Julia y sonreí al ver a la niña.
Era sumamente blanca, con algunas pecas en la nariz, su cabello corto y rubio, completamente igual al de su madre.
De pronto, la veo caminar tímidamente hacia mí con Lucia a su lado.
—¡¡Hola, linda!! – dije inclinándome y poniéndome a su altura.
— Hola, ¿tú eres Cami? –me preguntó tiernamente y yo sonreí, asintiendo.
— Sí, ¿y tú eres Clara?— Le pregunté y ella asintió. —eres muy linda.
—Gracias, mi papá también dice eso... —murmuró y yo sonreí.
— Hola Señor Lombardo, ¿le gustó perder? – María le gritó a alguien que venía por la acera y yo me volteé para ver que estaba pasando.
— Los Pumas son buenos, pero nadie es mejor que el Nueva Zelanda, Mary. – Gritó la persona y yo corrí los ojos hacia él y se me secó la boca cuando vi a ese hombre hermoso y sumamente apuesto venir en una silla de ruedas automática, seguí su lento recorrido con mi vista sin poder ignorarlo. Por Dios, nunca he visto nada más hermoso que él.
— No babees, amiga. – Escuché la voz de Julia, quien me dio un ligero codazo y tosí.
— ¡Oiga, señor!, ¿ya conoce a mi amiga? —Escuché hablar a María, pero mis ojos miraban algo más.
— Mmmm... ¿Tú eres Camila, la hermana de Luci, no?—Apenas lo creí cuando pronunció mi nombre, normalicé mi respiración y sonreí.
—¿Sí, y usted es? – pregunté sonriendo como una idiota.
—¡Gustavo, Gustavo Lombardo! – Respondió extendiéndome su mano y yo sonreí estrechándola.
—Encantada… – murmuré con total sinceridad y él me dedicó una hermosa sonrisa blanca.
— Igualmente.
— Papi, ¿Podemos ir a caminar con ellas? – le preguntó Clara a Gustavo.