Habían pasado ya cuatro días desde que llegué a Rosario y debo confesar que si hubiera sabido que serían unas estupendas vacaciones, las habría tomado antes.
Durante estos días disfruté pasar el rato con las chicas, María se propuso a recogerme y traerme todos los días, por cierto, hoy íbamos a salir a pesar de que el día amaneció nublado y esta lluvia no ayudaba mucho.
Mamá y papá salieron a arreglar algunas cosas de sus trabajos, se llevaron a Luci con ellos, y yo estaba sentada en mi habitación esperando que apareciera el auto de María mientras miraba por la ventana. Sin embargo, me sobresalté cuando vi a alguien tirado en la acera. Era Gustavo.
Bajé corriendo de inmediato por las escaleras y salí de mi casa, sin importarme que la lluvia aún caía copiosamente.
—¡Gustavo! – lo llamé, corriendo hacia él y agachándome para ayudarle.
— Maldita sea… – murmuró, apretando sus manos, que sangraban por haber sido ralladas por el suelo, al igual que sus rodillas.
—¿Qué sucedió? – pregunté, corriendo su silla, y me di cuenta de que era eléctrica. Parecía que estaba adaptada para deportistas.
— Estaba entrando a la casa, pero empezó a llover y sin querer me quedé atascado.– Respondió y tomé su mano, ayudándolo a levantarse para sentarse en la silla cuando noté que él la acercó a su lado. Realmente yo no fui de mucha ayuda, ya que con sus fuertes brazos consiguió montarse enseguida.
Al ver que aún llovía muy fuerte, lo empujé con dirección a mi casa, porque estaba más cerca, pero él se negó.
— Tengo que ver si Clara despertó.– Murmuró y yo asentí. — Muchas gracias, Camila.
— ¿Tu esposa no está en casa? – Le pregunté y él negó.
—No, ella tuvo que hacer un viaje de imprevisto.—me explicó rápidamente.
— Salgamos de la lluvia– le dije y él se rio.
Empujé su silla hacia su casa, sin que pudiera protestar, y al llegar, Clara estaba parada bajo el alero, con un puchero en los labios, y abrió la gran puerta para que entráramos rápidamente.
Momentos después, Gustavo se retiró para tomar una ducha caliente mientras yo me quedé con Clara en la sala.
— ¿Él se hizo daño? – preguntó la pequeña entre lágrimas y le acaricié la cara.
— No, solo se cayó, amor, todo está bien. – respondí y ella me miró con los ojos llorosos.
— ¿tú puedes cuidar de él? Por favor. – preguntó y yo sonreí.
— Sí, princesa. – respondí y ella apoyó su cabeza en mi pecho.
Ya había ayudado a cambiar la ropa mojada de Clara, que apenas estaba salpicada por la lluvia, mientras que yo aún seguía con mi sudadera un poco húmeda.
De pronto vi que venía Gustavo con la silla eléctrica. Vestía pantalones deportivos blancos y una camiseta de Fútbol.
— Oye bebé... – llamó Gustavo y Clara saltó del sofá, aferrándose a su padre. Sonreí ante la escena, él la cargó besando su frente.
— Vi cuando te caíste– ella murmuró contra el cuello de su padre. —Quise correr, pero Cami ya estaba ahí, ¿de verdad estás bien, Papi?—Gustavo le sonrió tan cariñosamente a su hija que suspiré de ternura.
— Estoy genial, solo fue un descuido. – Respondió y ella sonrió, apoyando nuevamente su cabeza en su pecho.
— Cami, gracias por cuidarnos. – dijo la pequeña y yo sonreí ante esa cosa tan hermosa.
— No es necesario que me lo agradezcas, princesa. – respondí y ella se sonrojó.
— Muchas gracias, Camila, no sé cómo agradecerte.– dijo Gustavo.
—Pueden darme las gracias almorzando en casa, ¿qué les parece? – pregunté y ambos sonrieron.
(...)
Me reí de las payasadas de Gustavo en la mesa, a pesar de insistirle, él prefirió que comiéramos en su casa, la lluvia ya había parado, pero aún hacía un frío increíble.
— ¿Papi me lo cortas? —Preguntó Clari y Gustavo accedió, cortándole el pollo. Había preparado un pollo al horno y ensalada.
— Esta ensalada está maravillosa, Camila. – dijo Gustavo y yo sonreí tratando de ocultar mi felicidad.
— Cami, ¿tienes novio? – preguntó Clara y los ojos de Gustavo se abrieron como platos.
— ¡¡Clara!! No hagas ese tipo de preguntas. –la regañó su padre y ella bajó la cabeza.
—Lo siento...
— No, no tengo, Clari. – respondí y ella se veía extraña.
—Pero Luci dijo que salías con Lucas del periódico.– dijo y yo casí me ahogué con la lechuga. Luci era una chismosa.
—¡Clara Lombardo! – la volvió a regañar Gustavo y ella se quedó en silencio, volviendo a comer.
— Lucas es mi amigo. – Respondí y ella no pareció creerlo.
— Uhum…– murmuró y yo me reí alto esta vez, sacudiendo la cabeza.
Inmediatamente después del almuerzo me retiré a mi casa porque Gustavo me comentó que iban a prepararse para ir a visitar a su madre, y yo sentí una inmensa sensación de vacío cuando me enteré de que estarían fuera de la ciudad por varios días.