Capítulo 7. Una llamada inesperada
Anna regresaba a casa sintiendo que, por fin, todo empezaba a encajar, y casi daba saltitos de alegría, porque tenía la sensación de haber dado el primer paso hacia una nueva vida. Pero, como suele ocurrir en nuestra existencia, tras una ola de entusiasmo desbordante, a veces surge de repente algún momento inesperado que echa por tierra todas nuestras felices ilusiones.
Así ocurrió ahora: Anna iba sentada en la furgoneta colectiva camino de casa, soñando con descansar un poco, salir después a la tienda y comprarse ropa elegante de oficina, que, por supuesto, debía tener sí o sí. ¡Al fin y al cabo trabajaba ahora en una empresa tan importante! ¡Había que lucir impecable, al cien por ciento! Y también podía darse un pequeño capricho hoy, comprar un pastelito y comérselo con un café latte. Que este día fuese para ella una pequeña fiesta...
Y en ese momento, sonó el teléfono de la chica.
—¿Hola, diga? —respondió Anna, al ver que la llamaba la secretaria Bárbara de la empresa de limpieza. Quizá había surgido alguna pregunta sobre la formalización de su estatus especial en la compañía. Recordó de nuevo lo bien que había convencido a su jefe para quedarse en el trabajo, y por eso su voz sonaba alegre y animada.
—Anna, soy Bárbara de la empresa —la voz de la secretaria al otro lado de la línea estaba un poco tensa—. ¿Puedes hablar? Han surgido ciertas circunstancias... no muy agradables.
—¿Bárbara? Sí, estoy en la furgoneta —de pronto Anna sintió una extraña inquietud en el pecho—. ¿Qué ha pasado? ¡Espera un momento, ya bajo! —En efecto, había llegado a su parada, salió rápidamente y continuó la conversación.
—Anna, verás… —Bárbara respiró hondo—. Nos llamó un cliente. Y precisamente ese hombre en cuya casa limpiaste por error, al equivocarte de puerta. Afirma que le ha desaparecido un objeto, y quiere que tú… bueno, que tú vayas a su casa y lo devuelvas voluntariamente...
Anna sintió un súbito calor recorrerle el cuerpo, seguido de un frío helado, y el corazón le latía con locura.
—¿¡Quéee!? —exclamó, indignada—. ¡Yo… yo no he cogido nada!
—No te pongas nerviosa —dijo rápidamente Bárbara—. Pero él llamó aquí, a la oficina, porque no tenía tu número. Primero pidió solamente tu teléfono, decía que quería hablar contigo en persona. Pero cuando le informé de que no damos los números de nuestros empleados, entonces me soltó esa bomba. Dijo que, por ahora, no presentará denuncia a la policía, pero quiere verte… Yo todavía no he informado al jefe, pensé que sería mejor que lo aclararas tú misma. Si realmente tomaste algo, devuélvelo, y lo solucionamos. Ya estuviste hoy en el despacho del jefe, me diste lástima, por eso aún no le he dicho nada, pero ya entiendes que no podré ocultarlo mucho tiempo...
—¡Pero eso es imposible! —la voz de Anna temblaba—. ¿Cómo puede inventar algo así? ¡Yo no tomé absolutamente nada en ese piso! Bueno… rompí un jarrón, pero no cogí nada, ¡nada de nada! ¿Cómo puede pensar que soy una ladrona? ¡Es absurdo! Por el jarrón puedo pagar, pero eso no significa que yo…
—Te entiendo —murmuró Bárbara suavemente—. Sé cómo suena todo esto y lo que estás pasando. Pero quizá valga la pena ir hoy mismo a hablar con ese hombre, no dejarlo para mañana, y aclarar todo. Al fin y al cabo, él también quería que fueras y se lo devolvieras. Me dio la impresión de que tampoco quiere demasiado escándalo.
Anna incluso sollozó de la indignación, sin saber qué decir. Recordó a aquel desagradable desconocido y el incidente de ayer en su apartamento, cuando rompió el jarrón, y el corazón se le encogió al pensar que esto podía ser una pequeña venganza. ¿Y por qué no? Allí se alteró, le desordenó las cosas, además rompió el jarrón… ¡Claro que se enfadó, y ahora quería darle una lección! La gente puede ser muy distinta. Aunque ese hombre no parecía alguien rencoroso, las apariencias engañan… ¿y qué mejor que Anna lo sabía?
—Está bien —dijo al fin, intentando calmarse, aunque en su voz se percibían las lágrimas; era terriblemente doloroso recibir acusaciones tan infundadas—. Iré ahora mismo. Pero, Bárbara, créeme, ¡yo no tomé nada, nada!
—Pues explícaselo a ese cliente —respondió Bárbara—. Resuelve este problema hoy mismo, para que yo no tenga que informar al jefe. Puedo retrasarlo hasta la tarde, pero entiendes que, si hay una queja, tenemos que reaccionar... Si la policía se mete en esto, será un incidente desagradable que afectará la reputación de la empresa...
Anna prometió solucionarlo todo ese mismo día y devolver la llamada. Por dentro se retorcía de rabia y de injusticia: ¡maldita sea, cómo demostrar su inocencia, si ya la estaban sospechando! Aquella llamada inesperada le había arruinado por completo el ánimo festivo...