Amor sin instrucciones

Capítulo 20. La misión de Nora

Capítulo 20. La misión de Nora

Nora esperó unos segundos más en silencio antes de hablar con voz pausada:

—Pero mis instrucciones no las discutiré aquí delante de todos —dijo abriendo los brazos—. Es un asunto confidencial. El resto de los invitados ha venido a divertirse, no a escuchar mi “testamento”. Así que, sigan disfrutando —añadió dirigiéndose al público y levantándose de su silla—. Pero ustedes, mis queridos candidatos —Nora miró a las tres parejas que había mencionado—, los invito a acompañarme a mi despacho.

Los invitados comenzaron a murmurar entre ellos; algunos incluso suspiraron con fastidio, decepcionados por no enterarse de lo más interesante. Pero Nora alzó la mano, y el silencio volvió de inmediato.

—Entonces —dijo con solemnidad, poniéndose un elegante sombrero—, pido a mis futuros herederos que vengan conmigo ahora a mi despacho. Allí les anunciaré su tarea.

Anna, junto con Oleksio, que la miraba con un gesto sombrío y algo confundido, siguieron a la abuela.

—Si quieres, no voy —susurró Anna mientras caminaban uno al lado del otro. Ella entendía perfectamente que era una intrusa, una figurante, y que los secretos de Nora no la concernían en absoluto. Esa, al menos, era la explicación que se dio al semblante serio de Oleksio—. Entiendo que es algo importante y…

Pero él la interrumpió con un leve movimiento de cabeza y murmuró también en voz baja:

—No, ven conmigo. Quiero que estés presente. Además —añadió mirando el reloj en su teléfono—, la fiesta todavía no ha terminado, y ya te he pagado por quedarte hasta el final.

Anna apretó los labios, a punto de soltar una carcajada indignada, pero se contuvo. Decidió guardar silencio porque… bueno, ¿a quién quería engañar? ¡Estaba muriéndose de curiosidad! Quería saber qué tarea recibirían esas tres parejas. Todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor era tan emocionante… ¡Era una aventura! No, mejor dicho: ¡UNA AVENTURA! En su vida aburrida y monótona, donde lo más intenso que le pasaba eran sus frecuentes desmayos, aquello era un auténtico acontecimiento.

Las amplias puertas del despacho de Nora se cerraron tras ellos con un golpe sordo y pesado. Todos tomaron asiento: algunos en el sofá, otros en los sillones, y en la habitación reinó un silencio denso, expectante.

Anna, acomodada junto a Oleksio en el sofá, echó un vistazo alrededor. Las paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros; en un rincón se alzaba un globo terráqueo antiguo, y sobre el escritorio macizo destacaba un elegante jarrón con rosas rosadas.

Nora se sentó tras el escritorio y recorrió con la mirada a cada pareja. Su sonrisa había cambiado: ahora era seria, casi autoritaria.

—Bien, mis queridos —empezó—. Ha llegado el momento de anunciarles la tarea de la que dependerá el futuro de Oleléia.

Anna casi gritó del asombro.

¿Oleléia?!

Sus pensamientos volaron por su cabeza como un enjambre de gorriones. ¡Entonces Nora no era una anciana excéntrica! ¡Era la dueña de todo un imperio empresarial! ¡Dios mío! Oleléia, la famosa cadena de tiendas de ropa de la que hablaban hasta en las noticias. Una poderosa corporación que dictaba tendencias y precios en el mercado. ¡Y justo en una de sus sucursales era donde Anna había empezado a trabajar!

Tragó en seco, conteniendo un grito de sorpresa. Permaneció en silencio como un ratoncito. Jamás habría imaginado que terminaría sentada frente a una mujer cuyo nombre, en el mundo de los negocios, se pronunciaba casi en susurros, con respeto… y con envidia.

“Vaya sorpresa… Resulta que soy la novia del nieto de una de las mujeres más influyentes del país. Pero ¿cómo no la reconocí antes?” pensó Anna, echando una ojeada a Nora, cuyo maquillaje llamativo la hacía parecer una persona completamente distinta de la elegante empresaria que a veces aparecía en revistas. Aunque, claro, Anna nunca había prestado demasiada atención a la vida privada de los magnates. Lo suyo eran los actores guapos, no los ejecutivos de traje.

—Mi tarea es sencilla —dijo Nora finalmente, reclinándose en su silla y colocando la carpeta de documentos sobre la mesa—, pero no crean que será fácil cumplirla. No se trata de resolver acertijos ni de jugar al tres en raya. Es una verdadera prueba, que demostrará si son capaces de mantener mi corporación en sus manos. Porque los negocios son siempre una lucha, un riesgo constante y la habilidad de saber leer a las personas.

Hizo una pausa. Todos los ojos estaban fijos en ella. Luego, con voz clara y firme, pronunció:

—Dentro de dos días, llegará a Ucrania el representante de una gran compañía extranjera. Quieren firmar con nosotros un contrato multimillonario. O… con nuestros competidores.

Los presentes se miraron entre sí, conteniendo el aliento.

—Solo sé el número del vuelo y la hora de llegada —continuó Nora—. Nada más. Ni foto, ni nombre, ni siquiera el género. Esa persona siempre viaja de incógnito. Esta empresa tiene sus propios métodos para estudiar a las compañías con las que planea colaborar. Sus agentes se alojan en hoteles comunes, se comportan como turistas, observan durante una semana, escuchan, prueban, se informan… y solo entonces deciden con quién firmar el contrato.




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