Amor sin instrucciones

Capítulo 27. Reglas y secretos

Capítulo 27. Reglas y secretos

—¿Instrucciones? ¿Reglas? —preguntó sorprendido Oleksio—. ¿Qué reglas?

—Ya que vamos a colaborar juntos toda una semana, nunca se sabe lo que puede pasar —Anna vaciló, buscando las palabras adecuadas, intentando explicarle a Oleksio que no quería que, por ejemplo, se le quedara mirando el pecho, intentara besarla o invadiera de alguna forma su espacio personal. En ese aspecto, ella era muy estricta. No soportaba la ligereza ni el coqueteo sin sentido.

Evidentemente, su pasión por las instrucciones había formado en su mente ciertas limitaciones que no podía superar y que se reflejaban en su vida cotidiana. Por eso decidió decir todo lo que la inquietaba.

—Para empezar, si estamos juntos en algún lugar, claro que debemos fingir que somos novios o prometidos. Pero cuando no haya nadie conocido cerca, no hace falta que me abraces, ni me tomes de la mano, ni nada de eso —comenzó la chica.

—Ah, pues eso no se puede —sonrió Oleksio—. Si fingimos ser prometidos, debemos hacerlo bien, con naturalidad. Te tocará aguantar toda la semana.

—¿Por qué? —se inquietó Anna.

—Porque podrían estarnos vigilando —dijo en voz baja, acercándose un poco más a ella—. Incluso ahora no estoy seguro de que no nos estén observando.

—¿Hablas en serio? —preguntó Anna.

Se giró hacia los lados. No había nadie cerca. Solo el jardín oscuro detrás de ellos, y al frente, el patio iluminado con guirnaldas y música. Algunas personas también paseaban por el jardín, pero no cerca de su banco.

—¿Recuerdas ese pendrive que desapareció y que, al pensar que fuiste tú, me puse furioso contigo?

—Sí, lo recuerdo —asintió Anna—. ¿Y qué tiene que ver el pendrive?

—Tiene que ver porque desde hace tiempo mi abuela dice que en nuestra empresa hay un topo. Y eso me preocupó. Decidí investigar por mi cuenta. Me presento en la empresa de Nora y recojo información. En la ciudad hay tres filiales nuestras que llevan muchos años trabajando. Conozco a casi todos los empleados; visito sus oficinas, hablo con ellos. También me conocen, claro, soy el nieto de su jefa. Y de manera discreta les pido que abran alguna página web o documento en su ordenador, y mientras tanto, copio en mi pendrive información sobre la situación y el estado financiero de esas empresas.

—¿Y? —preguntó Anna, intrigada.

—Y encontré algunos documentos extraños. Al insertar mi pendrive, se ejecutaba un programa oculto que también revelaba archivos protegidos con contraseñas. Los recopilaba todos, luego los revisaba, y si no eran útiles, los borraba. Así descubrí una operación financiera muy sospechosa. Pero necesitaba más pruebas, más documentos. Planeaba volver a esa empresa y seguir investigando, pero el pendrive desapareció. Por eso pensé que tú habías sido enviada a propósito. Que no eras ninguna limpiadora, y además te comportabas tan agresiva…

—¡Claro que sí! ¿Cómo no iba a ser agresiva, si no me habías pagado? —exclamó Anna—. ¡Y eso que limpié todo tu apartamento! Admítelo, ¿verdad que tienes un desastre enorme? ¿Cómo puedes vivir así?

—Ya me acostumbré —respondió él con una sonrisa—. No le doy importancia. Ese caos para mí está perfectamente organizado. Pero si quieres, puedes volver a limpiar mi habitación —añadió de repente—. Esta vez te pagaré.

—¿Me estás contratando como limpiadora? —se sorprendió Anna.

—Digamos que sí —asintió Oleksio—. ¿Qué te parece mañana?

Anna se quedó un poco descolocada. Mañana, en realidad, tenía el día libre: su jefe en la empresa de limpieza le había permitido faltar. Había decidido ir solo una vez por semana, para informar de su trabajo en la gran firma y, de paso, inventar alguna excusa de que estaba promocionando la empresa de limpieza. Por cierto, debía hablar con su nuevo jefe, Tymofiy Romanovych, para que realmente hiciera publicidad de su empresa y así tranquilizar a su supervisor.

Pero la propuesta de Oleksio era un poco extraña: primero que limpie, luego que no. Aunque, pensándolo bien, el dinero nunca sobraba. Y si además le pagaba por fingir ser su prometida, sería fantástico. Podría pagar su matrícula en la universidad, donde estaba segura de ser aceptada; ya no tendría que luchar por una plaza gratuita, podría estudiar tranquilamente como alumna de pago.

—¿Por qué no? —se encogió de hombros Anna—. Mañana puedo ir a limpiar.

—¡Trato hecho! —dijo alegremente Oleksio—. Te espero a las once.

Parecía tan contento de que ella aceptara que su buen humor, ya de por sí radiante, mejoró aún más. De pronto propuso:

—¿Y si bailamos otra vez? Uno rápido, como antes. Sabes, me gustó mucho. Nunca había bailado algo tan enérgico.

—Ese baile se llama polka, para que lo sepas —respondió Anna, y luego, para su sorpresa, accedió—. ¿Por qué no? ¡Vamos! Pero esta vez haremos algo distinto.

Se levantó, tomó el borde largo de su vestido y lo metió en el cinturón, creando algo parecido a una abertura. Una de sus piernas quedó descubierta hasta la rodilla, y el vestido subió un poco. Al menos así, Oleksio no volvería a pisarle el dobladillo.

—Ahora sí que no pisarás mi vestido —sonrió Anna, notando la mirada interesada de él en su pierna, visible por el improvisado corte.




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