Amor y Desastres

Capítulo 2: Café, Confusiones y Nuevos Comienzos

Tras aquella primera cita inolvidable, Ana no podía dejar de pensar en Juan. Cada pequeño detalle se repetía en su mente como una película en bucle: su risa contagiosa, la forma en que levantaba una ceja al contar una historia, e incluso cómo se había burlado amistosamente del café en su camisa. Aquel día soleado se convirtió rápidamente en uno de esos recuerdos que iluminan los días grises, y para ella, el resplandor no se apagaba.

Al siguiente día, Ana se sentó en su habitación mientras el sol se filtraba a través de la ventana. Decidió darle un vistazo a su vestuario, como si decidiera qué parte de su personalidad quería destacar en su próxima cita con Juan. Tras varios cambios de ropa sin mucho éxito, optó por un vestido floral que siempre había considerado “demasiado” para una simple salida. Pero en realidad, quería demostrarle a Juan que no solo era una chica torpe, sino también una chica segura de sí misma. “¡Hoy será un gran día!”, se dijo a sí misma mirándose al espejo.

Mientras tanto, Juan, por su parte, también lidiaba con sus propias mariposas en el estómago. Tras la primera cita, se había dado cuenta de que no solo había encontrado a alguien con quien reírse; había encontrado a alguien que podía ver lo desastroso y bello de la vida al mismo tiempo. Pensando en cómo hacer que su segundo encuentro fuera aún más especial, Juan recordó un café detrás del parque donde solía ir de niño. Era un lugar que no solo ofrecía el mejor chocolate caliente de la ciudad, sino que también tenía un ambiente acogedor casi místico.

Así fue como Juan decidió sorprender a Ana. “No hay mejor manera de continuar nuestra historia que con un buen chocolate caliente y un entorno encantador”, pensó mientras se dirigía al café para reservar una mesa. La idea de compartir ese espacio íntimo lo llenó de entusiasmo.

Horas más tarde, Ana caminaba hacia la dirección que Juan le había enviado. Al llegar al lugar, sus ojos se iluminaron al ver el entorno: un pequeño y acogedor café rodeado de jardines y flores, como sacado de un cuento de hadas. La decoración era pintoresca, con luces parpadeantes que colgaban de las ramas de los árboles y un aroma tentador que prometía felicidad en cada sorbo.

Cuando Ana entró, vio a Juan esperando en una mesa junto a una ventana. Su sonrisa la hizo sentir como si estuviera en el lugar correcto. A pesar de los nervios que le martillaban el estómago, avanzó hacia él con confianza. “Hola, espero no haberte hecho esperar”, dijo Ana, sintiendo el ligero rubor en sus mejillas al acercarse a él.

“Para nada”, respondió Juan, sonriendo de oreja a oreja. “Esto se llama llegada triunfal. ¡Te estaba esperando con ansias!”

Se acomodaron y comenzaron a charlar. Ana notó que Juan había cambiado, como si la energía del lugar lo hubiera rejuvenecido. Entre risas y guiños, compartieron historias de su infancia: Ana relató cómo una vez hizo un almuerzo desastroso para sus amigos y terminó sirviendo espaguetis con salsa de chocolate, mientras que Juan reveló su interés por el ciclismo: “Mis amigos y yo solíamos andar en bicicleta por la ciudad sin rumbo, hasta que un día uno de ellos se cayó y nos dio más risa que miedo”.

A medida que la conversación fluía, Ana no pudo evitar sentir que la conexión entre ambos crecía. La idea de que lo ridículo de la vida podía unir a dos personas era algo que nunca había considerado así. Hasta que llega el momento de hacer el pedido.

La camarera, una joven animada con un moño alto y un gran corazón, se acercó a su mesa. “Hola, chicos. ¿Listos para decidir qué dulce tentación se llevarán hoy?” preguntó con una sonrisa.

“Definitivamente quiero el chocolate caliente”, dijo Juan con entusiasmo.

Ana, sintiendo un impulso súbito, decidió ser un poco audaz. “Yo también, pero, ¿qué clase de tentación se necesita para acompañar eso?”

La camarera palmeó su rostro pensativa. “Si buscan el efecto sorpresa, los muffins de frambuesa son los mejores. ¡Son frescos y tienen un sabor explosivo!”

Ambos se miraron y, con una sonrisa cómplice, decidieron pedir los muffins de frambuesa además del chocolate caliente.

Mientras esperaban, Juan le contó sobre un reciente viaje de senderismo que había hecho. Sus ojos brillaban mientras explicaba las vistas que había visto y cómo había aprendido a confiar en su instinto. “La vida es como una montaña, a veces subes y parece que nunca llegarás a la cima, pero los paisajes a medida que subes son lo que lo hace magnífico”, dijo con sinceridad. Ana se perdió en sus palabras y sonrió ante su forma de ver el mundo.

“Me encantaría probar eso”, respondió ella, imaginando la experiencia subiendo montañas con él. “A veces pienso que deberíamos hacer una lista de cosas que jamás haríamos y luego hacerlas. Eso sería divertido.”

“¿Una lista de locuras? Me interesa. ¿Qué tienes en mente?”, preguntó Juan.

“Definitivamente comer helado en diciembre, saltar en paracaídas y quizás… una partida de paintball”, dijo riendo. La idea de hacerlo juntos la llenaba de emoción.

Los ingredientes de este encuentro eran perfectos, pero cuando el pedido llegó, la vida decidió hacer de las suyas una vez más. Al intentar tomar la taza de chocolate caliente, una pequeña chispa de movimientos torpes surgió y el dulce líquido se derramó, no sobre ella esta vez, sino sobre la mesa, salpicando incluso a la camarera que había traído los pedidos.

Ana contuvo la risa mientras la camarera intentaba secarse lo mejor que podía. “¡Lo siento mucho! ¡Soy una imán de desastres!", exclamó, riendo al ver la reacción de Juan, quien por supuesto, no pudo aguantar la risa tampoco.

“Deberías vender tus buenos deseos con el chocolate caliente”, bromeó él, viendo la situación como parte de la comicidad de su cita. “Nunca se sabe cuándo podría ser útil.”

La camarera, con una sonrisa sarcástica, se disculpó e instó a Juan a que la ayudara a limpiar. “Este debe ser un día para recordar”, comentó mientras trataban de limpiar la mesa.




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