El sol brillaba intensamente sobre Barcelona mientras Ana despertaba al siguiente día con una gran sonrisa en el rostro. La aventura del día anterior todavía permanecía fresca en su mente. Nunca antes había sentido una conexión tan genuina con alguien, y la idea de su cada vez más cercana amistad con Juan la llenaba de alegría.
“Un chocolate caliente y un paseo por el parque… ¿qué más se puede pedir?” murmuró para sí misma, sintiendo una oleada de felicidad envolviéndola. No obstante, la sensación de irrealidad la seguía, como si temiera que todo pudiera desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. Vivir una historia de amor digna de película parecía un sueño, pero Ani estaba decidida a que se volviera realidad.
Decidió invitar a sus amigos a su casa ese mismo día. Quería compartir el entusiasmo y hablar sobre la cita. La idea de contarles los detalles la llenaba de emoción. Además, Ana siempre había creído que compartir su felicidad multiplicaba la alegría.
En cuanto sus amigos, Sofía y Leo, llegaron, Ana estaba ya en la cocina, preparándoles unas galletas. Fue un pequeño ritual que había inventado para celebrar cada momento emocionante de su vida. Y hoy, aquel día era más que especial.
“¡Huele delicioso! ¿Qué estás cocinando?” preguntó Sofía, haciendo su entrada triunfal en la cocina, mientras Leo la seguía, con una sonrisa de complicidad.
“Galletas de chispas de chocolate. Después de la pizza y el desastre del café, pensé que unas galletas serían el postre perfecto”, respondió Ana, riendo mientras retiraba una bandeja del horno.
“¿Y qué tal la cita? ¿Algo más que chocolate derramado?”, preguntó Leo, arqueando una ceja, mientras se servía un vaso de agua.
“Fue genial”, respondió Ana, sintiéndose emocionada mientras comenzaba a relatar los detalles. Sofía se sentó junto a ella, completamente concentrada, mientras Leo se acomodaba a un lado, como si estuviera a punto de escuchar una historia emocionante. “Juan es como un soplo de aire fresco. Nos reímos tanto que me hizo olvidar lo torpe que soy.”
Los ojos de Sofía brillaban. “Eso suena increíble. ¿Crees que habrá una segunda cita?”
“Me gustaría, pero…” Ana vaciló por un momento, sintiendo pequeñas dudas asomarse en su mente. “¿Y si fue solo un buen día? ¿Y si no le gusto tanto como pienso?”
“Ni se te ocurra pensar así”, interrumpió Leo. “O sea, si se ríe y parece disfrutar tu compañía, ¡no hay nada de qué preocuparse! Además, tú eres genial. Él es el que se está perdiendo de algo único, no al revés”.
Ana no pudo evitar reír. “Gracias, pero… ¿y si me equivoqué? No me hace falta caer en otra decepción amorosa”.
“Es correcto no auto sabotearte”, reafirmó Sofía con tono comprensivo. “A veces el amor puede llegar en las formas más inesperadas. Lo mejor es disfrutar de cada momento, incluso los desastres”.
“Eso tiene sentido. Quizás debería invitarlo a salir de nuevo”, dijo Ana, sintiendo esa chispa de valentía emerger dentro de ella. Con un guiño decidido, pensó rápidamente en una idea. “¿Qué tal si hacemos una noche de juegos? Podríamos invitarlo a unirme, así podría conocer a todos.
“¡Eso sería genial!”, exclamó Sofía. “¡Los juegos siempre son la forma de romper el hielo! ¿Qué juegos tienes en mente?”
A medida que Ana compartía sus ideas, el excitante plan comenzaba a tomar forma. Una noche de juegos, comida abundante y risas, en la que todos se sintieran cómodos. “No solo sería una cena. Sería como un festival de desastres en el que todos pueden celebrar”, comentó Leo, encajando perfectamente con la idea.
“Perfecto, entonces un desastre de juego es lo que haremos”, exclamó Ana, sintiéndose más emocionada ahora que había tomado una decisión.
Después de elaborar un plan detallado junto a Sofía y Leo, Ana decidió que era un buen momento para enviarle un mensaje a Juan. Con sus dedos temblando, empezó a escribir. “Hola, Juan. Espero que estés teniendo un buen día. Estoy organizando una noche de juegos en mi casa el viernes. ¿Te gustaría unirte?”.
Con el corazón latiendo, se sintió capaz de enfrentar cualquier respuesta. Apenas unos minutos después, su teléfono vibró. “¡Claro! Suena increíble. Estoy dentro”, respondió Juan, y la adrenalina recorrió el cuerpo de Ana.
“¡Sí, sí, sí!”, gritó Ana, sin poder contener su emoción. Sofía y Leo intercambiaron miradas cómplices, comprendiendo que aquel era sólo el comienzo de algo que podría ser maravilloso.
“Todo va a salir bien, ya verás”, dijo Sofía, animando a Ana mientras ella comenzaba a planificar las mini travesuras que surgirían esa noche. “Solo relájate y sé tú misma. Vamos a hacer que se sienta como en casa”.
A medida que avanzaba la semana, Ana se sumergió en preparativos. Sin embargo, también se sentía un poco abrumada. La idea de hacer que su reunión fuera divertida, reveladora y, quizás, romántica, parecía un desafío monumental. Se concentró en los detalles, desde la comida hasta la decoración, porque quería que cada instante se sintiera especial.
El día viernes llegó finalmente, y Ana se encontró en su sala rodeada de globos y luces, probablemente más entusiasmada que cualquier niño en su cumpleaños. Pero también había nervios que hacían eco en su barriga. Con cada rincón decorado, la idea de que Juan llegara pronto la llenaba de ansia.
A medida que sus amigos llegaban, la diversión comenzó a multiplicarse. Sofía y Leo estaban listos para recibir a Juan y a los demás amigos que habían invitado. El ambiente se sentía cálido, lleno de risas y expectativas.
“¿Te gustaría que comenzáramos con un juego de cartas?”, sugirió Leo, quien había traído un juego de estrategia que siempre terminaba en risas.
“No, mejor comencemos con algo más dinámico como ‘Pictionary’”, intervino Sofía, mientras los globos de colores danzaban a su alrededor.
“¡Esto se va a volver caótico de una buena manera!”, respondió Ana, riendo ante la idea de camaradería que pronto llenaría su hogar.
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Editado: 04.12.2025