Amor y Desastres

Capítulo 11: Nuevos Horizontes

El inicio del nuevo semestre estaba a la vuelta de la esquina. Ana se sentía emocionada y ansiosa por volver a su rutina en Barcelona y explorar las oportunidades que tenía por delante. La noticia sobre la posibilidad de irse al programa de intercambio había reiniciado su impulso por avanzar, pero a la vez estaba llena de preguntas sobre cómo manejaría la distancia con Juan.

El clima cambiaba lentamente en Barcelona; el calor del verano daba paso al refrescante aire del otoño. Ana disfrutaba de estas primeras semanas, como si el cambio de estación refrescara sus pensamientos y le diera la motivación para aprovechar cada momento.

Desde el festival cultural, la conexión con Juan se había vuelto aún más fuerte. Con las semanas de verano desapareciendo, se esforzaban por sacar el máximo provecho de su tiempo juntos. Habían planeado días repletos de exploraciones por lugares nuevos, cenas improvisadas y noches de charlas sinceras, todo mientras compartían la emoción de enfrentar el futuro nebuloso.

“¿No sería genial si hiciéramos una lista de lugares que queremos visitar esta temporada?”, sugirió Ana un día mientras se acomodaban en un café del barrio gótico. La idea de escribir su propio “plan de aventuras” les emocionaba.

“Amo esa idea. Siempre es bueno tener algo que esperar”, dijo Juan, tomando su café con entusiasmo. “Podríamos intentar ir a algún lugar de las afueras para explorar nuevas vistas”.

Las risas y la emoción comenzaron a llenar el aire; esbozaron un plan que incluía desde excursiones a montañas hasta galerías de arte escondidas que siempre habían querido visitar. La idea de crear una lista de deseos se convirtió en su proyecto favorito, y mientras compartían cada nueva idea, sentían que el futuro no solo era incierto, sino que también estaba lleno de posibilidades.

Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, la fecha de su partida comenzó a hacer eco en su mente. Ana no podía evitar sentir que, en medio de la emoción de planificar nuevas aventuras, también había una sombra de anticipación y miedo. “¿Qué pasará cuando me vaya? ¿Podremos mantener nuestra conexión?”.

Un día, mientras paseaban por el parque, la ansiedad se convirtió en lo inevitable. “Juan, ¿qué vamos a hacer cuando esté lejos? Necesito saber que esto no va a cambiar lo que tenemos”, admitió, sintiendo que un nudo se formaba en su estómago.

Juan la miró, comprensivo. “Ana, el tiempo y la distancia no tienen por qué romper nuestra conexión. Mintiendo, quiero que ese vínculo crezca, incluso si estamos lejos. Solo porque estemos en diferentes lugares no significa que no podamos seguir adelante”, dijo, sonando decidido.

“Sí, pero también tengo miedo de perderte. E ir al intercambio significa que no seré capaz de compartir lo que estoy sintiendo aquí contigo. Tengo momentos que deseo contar y no sé si tendré esos momentos”, respondía Ana, sintiendo que cada palabra era como un grano de arena que se acumulaba.

“Lo que hay entre nosotros es más que esos momentos. Un vínculo real sigue vivo incluso a través de la distancia. Haremos videollamadas, mensajes, y cuando pueda visitarte, y cuando regreses, tendremos tantas historias por contarnos. Prometamos eso”, dijo Juan, con sinceridad.

Lo que Juan decía resonaba en su corazón, pero la incertidumbre seguía acechando. “Está bien, vez a poner palabras sinceras en eso. Lo intentaremos”.

A medida que transcurrían las semanas, Ana continuó preparándose para su viaje mientras lidiaba con la mezcla de emociones que la invadían. En su mente, seguía anotando en una lista mental todas las cosas que necesitaba saber sobre su nuevo destino, sobre su futuro y su viaje. Sin embargo, cuanto más pensaba, más se insistía en lo que podría ser.

A medida que el día de su partida se acercaba, Ana sintió que era un momento crucial, y decidida a dejar las cosas claras, decidió organizar una cena de despedida.

“Juan, ¿qué te parece si hacemos una cena especial esta semana? Algo donde todos puedan estar y celebrar, antes de que me marche”, propuso Ana, sintiendo que era una forma significativa de cerrar su ciclo.

“Eso suena increíble. Podríamos invitar a algunos amigos y hacer algo especial. Será una buena forma de mostrar cuánto hemos compartido”, respondió Juan, iluminando su rostro.

Así que comenzaron a planear la cena. Juntos, realizaron una lista de amigos y empezaron a discutir el menú que incluiría las comidas que habían tanto adorado durante el verano. Para cuando llegó la fecha, Ana estaba nerviosa y emocionada a la vez mientras arreglaban todo.

La cena se llevó a cabo en la terraza de Ana; el aire fresco de septiembre era perfecto para una noche alegre. Cuando los invitaciones llegaron y los amigos se reunieron, la energía era contagiosa. La mesa quedó bellamente decorada, todo listo mientras las risas del grupo comenzaban a llenarlo.

A medida que la cena avanzaba, las historias fueron surgiendo. Las anécdotas de las aventuras pasadas se compartieron, así como las emociones de las vivencias que había tenido, lo que había hecho sentir la presencia de Ana en la vida de todos.

“Esta noche es una celebración de todo lo que hemos compartido. Sabemos que en este momento hay mucho en juego, pero siempre llevaremos con nosotros los momentos que hemos creado aquí”, dijo Ana en un tono conmovedor mientras saludaba con su copa.

Todos levantaron sus copas y brindaron por ello. Sin embargo, entre la alegría de la velada, Ana sintió que había algo más. Tenía un nudo en el estómago mientras sentía que había algo que no se había abordado.

Cuando todos terminaron de comer y comenzaron a disfrutar del postre, decidió que era el momento de abrirse. “Junté unos pensamientos, y quiero que todos sepan cuánto los aprecio, especialmente tú, Juan”.

Juan la miró con atención, mientras ella continuaba: “Hoy me siento feliz, pero tengo miedo de lo que el futuro traerá. Este intercambio lo veo como un gran cambio y tengo la esperanza de que no afecte lo que hemos construido”.




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