El nuevo año había comenzado con un aire fresco y una sensación de posibilidades. Ana se despertó en su nuevo hogar, sintiendo que había un cambio en la atmósfera. Cada día traía consigo un sinfín de oportunidades, y se decidió a abrazar cada momento, reconociendo que la vida era un viaje que apenas comenzaba. A pesar de los desafíos que seguía enfrentando estando lejos de Juan, había una sensación de confianza en su corazón.
Las primeras semanas del semestre en la universidad fueron abarrotadas de actividades y proyectos. Ana continuó explorando su pasión por la escritura y terminó involucrándose en más actividades académicas. El taller al que asistió se había convertido en una extensión de su creatividad; mientras escribía relatos y versos, descubría su voz y desarrollaba su estilo. Se convirtió en un lugar donde su alma podía volar libremente, y donde la amistad con sus compañeros crecía cada vez más.
Sin embargo, había momentos en los que la distancia de Juan se sentía como una sombra. Aunque se mantenían en contacto frecuentemente a través de mensajes y videollamadas, sentía el eco de su ausencia, especialmente cuando se encontraba frente a situaciones y experiencias que deseaba compartir con él en persona.
Una de esas noches, mientras estaba en su habitación escribiendo un nuevo relato, Ana decidió que debía hacer algo significativo. “Quiero que Juan sepa cómo me siento, que sepa que, a pesar del tiempo y la distancia, sigue siendo importante en mi vida”, pensó mientras comenzaba a escribirle una carta.
En la carta, vertió sus sentimientos más profundos, hablando sobre cómo cada experiencia había reforzado su deseo de mantener su conexión fuerte. “Te extraño, Juan. La distancia ha sido difícil, pero cada día pienso en cómo lo han construido. Estoy aquí, disfrutando de la aventura, pero también extrañándote en cada paso que doy. Quiero que sepas que aquí, en este lugar nuevo, todavía llevas una parte de mí”.
Al finalizar la carta, Ana sintió que su corazón se llenaba de esperanza. Había algo poderoso en compartir sus pensamientos y sentimientos con él, y estaba decidida a enviarle esa carta y fortalecer lo que habían construido juntos.
Esa misma noche, mientras se acomodaba en su cama, se sentó para ver otra videollamada. Juan apareció en la pantalla, y su sonrisa iluminó el oscuro espacio de su habitación. “Hola, Ana. Siempre es bueno verte”, dijo Junior, su voz cargada de calidez.
“Hola, Juan. Te he extrañado tanto. Quería compartir lo que he estado sintiendo, así que te escribí una carta”, dijo Ana con una mezcla de ansiedad y emoción.
“¿Una carta? Siempre es especial recibir cartas. Estoy deseando leerla. Cuéntame cómo te va en tu nuevo lugar”, sugirió Juan, interesándose.
Ana sonrió antes de compartir todas sus aventuras, desde sus clases hasta las experiencias de socialización con sus nuevos amigos. Las palabras fluían como un torrente y, mientras hablaba, sentía que la conexión entre ellos seguía viva.
Después de que Ana compartió su experiencia, finalmente se sintió lista para abrir el corazón. “Esta semana, mientras exploraba un nuevo lugar, escribí una carta para ti. Quiero que sepas cómo me siento y la importancia de nuestra conexión”, explicó, sintiendo que cada palabra era un paso importante hacia la vulnerabilidad.
“Quiero escuchar todo lo que tengas que decir, Ana. Por favor, compártelo”, dijo Juan, su mirada resplandece con comprensión.
Ana tomó una respiración profunda y comenzó a leer su carta, permitiéndose sentir cada emoción mientras compartía sus sentimientos más sinceros. Habló sobre cómo había crecido en el extranjero, cómo había empezado a sentirse más cómoda y cómo echaba mucho de menos la conexión que tenían.
Cuando terminó, un silencio cargado llenó el espacio entre ellos. Juan miraba a Ana con atención, como si estuviera absorbiendo cada palabra, cada sentimiento.
“Gracias por ser tan sincera, Ana. Me haces sentir que esto, aunque nos separemos físicamente, siempre será especial entre nosotros”, respondió Juan, su expresión cargada de sinceridad.
La conversación continuó mientras ambos compartían historias y reflexionaban sobre sus propias luchas. La distancia podría haber traído desafíos, pero su conexión permanecía fuerte, como un hilo que los unía a través del tiempo y el espacio.
Poco después, Ana notó que Juan parecía un poco más tenso de lo habitual. “¿Está todo bien en casa? ¿Ha cambiado algo desde que hablamos la última vez?” preguntó, preocupada por la preocupación que se dibujaba en su rostro.
“Sí, pero no quiero que eso afecte cuánto significas para mí. Han surgido algunas complicaciones con mi familia que se han vuelto más complicadas. Aunque estoy lidiando con esto, quiero que sepas que no dejaré que eso interfiera con nuestra conexión”, dijo Juan, su voz resonando con sentido de compromiso.
Ana se sintió con un nudo en el estómago ante la noticia. “Eso suena difícil, pero estoy aquí para apoyarte. Siempre puedes contar conmigo”, contestó, sintiendo que la vulnerabilidad se había cruzado una vez más.
Ambos compartieron un momento significativo; el peso de la distancia parecía desvanecerse en la conexión que estaban creando. Pero, justo cuando el tema del intercambio se volvía inevitable, Ana se sintió nerviosa.
En ese momento, supo que había llegado el instante de hacerle algo importante. “Quiero planificar mi regreso a Barcelona. Aunque ahora estoy en esta nueva ciudad, quiero explorarte y descubrir cómo podría traer más de nosotros back, porque siempre has formado parte de mi historia”, dijo Ana, sintiendo que ese deseo se transformaba en algo poderoso.
“¿De verdad planeas regresar pronto? Eso sería increíble. Aunque la distancia entre nosotros sea intensa, el tiempo nos dará respuestas”, sugirió Juan, su voz llena de esperanza.
Con la llamada finalizada y decisiones por tomar, Ana sintió cómo el aire del universo parecía entrelazarse con lo que había comenzado a formar. “No importa dónde voy, sino las conexiones que crean luz en nuestras vidas”, pensó ella.
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Editado: 11.12.2025