Cerezos en flor y recuerdos de seres queridos. Todos tan lejos de aquí.
-Masaoka Shiki
Capítulo 3.
Quebrarse.
(Escrito por: Aras Atedrielle)
Los gritos no exactamente de emoción inundaron el lugar, el rostro del payaso se desfiguraba con las lágrimas y su semblante empalidecía mientras observaba al hombre que disparó, pero no es cualquier hombre, él debe ser sin duda alguna Norman Miller, esa persona que compartía el amor y la vida de su difunta amada.
Las manos de Norman temblaban, pero él no podía distinguir si era por la maldita enfermedad o por el crimen que acababa de cometer. No era la primera vez que quitaba una vida, aunque esto fue un terrible error, su objetivo estaba intacto y un niño yacía en el suelo.
Fueron apenas unos segundos que parecían eternos, el ex honorable capitán observa como ese maldito payaso que le robó la mujer que amaba caía de rodillas y lloraba, mientras una joven sostenía el cuerpo del niño desconsolada por la muerte de un ser querido.
El arma estaba en el suelo, sus manos temblaban al igual que sus piernas como gelatina, sería inútil cogerla y apuntar de nuevo, así que corrió con todas sus fuerzas y se camufló con todos esos visitantes que corrían despavoridos por el disparo.
Mientras Robert prácticamente vio su vida pasar por sus ojos y en forma fugaz el recuerdo de su amor prohibido con una mujer casada.
No es algo que alguien desee compartir el amor de su vida y solo poder reunirse en momentos efímeros y cartas llenas de sentimientos.
Robert Zaragoza era un aprendiz de payaso. Aunque a la mayoría le suena ridículo el hacer reír a las personas, no es una tarea fácil.
Un simple payaso enamorado de una hermosa mujer casada.
Elizabeth Miller, ese era su nuevo apellido de casada, no fue una boda arreglada sino con alguien quien ella amaba. Ella sabía que era una locura estar de amante con un payaso y engañar a un miembro de la marina. El único problema, que luego se volvió un alivio, era que su marido podía pasar meses en el mar alejado de ella, dejándola preocupada con un posible deceso, eso la hacía sentirse muy sola, pero la mayoría de las mujeres como ella llenaban ese vacío con sus hijos.
Elizabeth sabía que era ella la que no podía tener hijos, no estaba comprobado por un médico, pero ella lo había intentado no solo con su marido sino también con su amante.
Fue una idea descabellada, si funcionaba no sabría quién es el padre o puede que sí. Y su marido podría sospechar sí el pequeño bebe salía con los ojos castaños al igual que los de su amante. Lo mejor sería que su bebé tuviera los ojos azules y no grises como los de su marido, para que ninguno de los dos tratara con desprecio al bebé. Pero Elizabeth anhelaba ser madre y tener una versión de ella y de alguno de los hombres que ella amaba. Porque a pesar de estar engañando a su esposo con una relación paralela, ella le tenía un gran cariño.
Algunas veces deseaba que Norman hubiera sido un mal esposo, para poder correr a refugiarse en los brazos de su amante, pero no era así.
Norman Miller fue su amor de infancia, comenzaron su relación formal cuando tenían 17 años y él, a pesar del cansancio de pertenecer a la marina y los combates en unidades militares, nunca cambió la forma en que la miraba.
Sus ojos grises como el acero la observaban con un brillo que a pesar de los años y de la terrible enfermedad que la invadió jamás cambiaron.
Siempre la trataba con tanto amor que a veces la hacía sentir culpable de engañarlo, pero ella también amaba a Robert, aunque sólo fuera por pocos momentos y cartas que se enviaban.
Con la enfermedad Elizabeth odiaba sentirse inútil y era la que recibía la correspondencia, para que su marido no encontrará la carta de su amante, también hacía algunas tareas del hogar hasta que fue internada en el hospital.
Conocía muy bien a su esposo y esa traición jamás la perdonaría, puede que no la lastimaría a ella, aunque de eso no estaba completamente segura, pero podría jurar que él mataría con sus propias manos a Robert.
Por ese motivo fue sumamente cuidadosa que no descubriera su vida paralela, y que su amante no conociera en persona a su esposo y quien sabe montar una cena de celos poniendo en alerta a Norman.
Norman cada vez se volvía un honorable miembro de la marina y un héroe, pero también Robert era un héroe a los ojos de Elizabet, no por salvar la patria ni usar armas sino hacer reír a los niños, ver como esos pequeños sonreían con el payaso torpe o cuando regalaba globos.