Amor y guerra

Capítulo 4. Retentiva.

Tendrás que dejar de buscarme, porque yo nunca cesaré de buscarte.

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip Dick en 1968

(Escrito por WhiteRaven23)

Capítulo 4          

Retentiva.

Abroché el último botón del cuello de mi vestido negro hasta las rodillas, el mismo que tuve que comprar para el funeral de la Abuela. Creo que habían pasado dos meses o más, realmente no tomaba cuenta, lo que sí note, que en su funeral nadie lloró o estaban dolidos como ahora.

Según mi mamá, ella ya había vivido lo que debía y todos, incluidos, mis tíos, sabían que no quedaría mucho que compartir con ella. No estaba enferma por aquel tiempo, solo los años le fueron pasando y solo un día dejó este mundo. Dormida, sin rastro de dolor o pesar. Solo se fue.

Su día paso por compartir anécdotas mientras comíamos, algunos de mis primos corriendo dentro hasta que mis tías los echaran al jardín, mientras ellas seguían con sus charlas, y mis tíos tomando cerveza en el porche mientras checaban que los pequeños no fueran a acercarse al coche fúnebre, para ya partir.

Estaba contemplando por la ventana del primer piso a los que iban llegando, algunos familiares ya habían llegado desde muy temprano, así que los que se iban acercando eran vecinos, amigos de la familia y conocidos del colegio de mi hermano, compañeros de clase acompañados de sus familiares.

Parecían marchar a paso lento y pesado, cabizbajos y en silencio.  Supuse que mi papá estaba recibiéndolos, desde que habían traído el cuerpo de Bruno no había querido entrar a la casa hasta que fuera el momento de llevarlo.

Mamá no me miraba, no tanto como antes, desde lo sucedido se la ve sombría. Quiero decir, todos nos veíamos así, pero en ella era más… antinatural, que para mí papá y yo que no éramos un alma de las fiestas, sino más tranquilos y moderados en muchos aspectos. Aun colaban las secuelas de sus lágrimas en sus rostros, de una noche de verano helada y vacía, en la habitación de junto, “su” habitación.

En la mañana parecían haber aprovechado algunas pocas horas de sueño, pero mamá se veía pálida, y con los ojos hinchados, era una mujer que le gustaba verse bien presentable pero cuando la vi a primera mañana, solo se había hecho una coleta baja pasándose los dedos por su cabello, sin mucho esfuerzo y una lavada de cara.

Y mi papá, durmió en el sillón mirando unas fotos de Bruno, una de las que luego puso para exhibir. Él… no parecía haber derramado lágrimas, pero tenía la vista hinchada de refregarse de tanto en tanto los ojos con su pañuelo de un tramado viejo y descolorido. Aquel “viejo trapo”, decía mamá, que usaba para sonarle la nariz a su hijo cuando se ponían a reparar la camioneta.

Tocan la puerta de mi habitación, ya media abierta. Y por el reflejo de la ventana, veo que es mamá.

-Maderin, ¿estás lista? – Solo asiento, para tomar mi celular, con la pantalla encendida, en ella tenía una foto de mi hermanito y yo, felices en un día como hoy.

Un día soleado.

***

Para aquel tiempo, solo era un simple joven enamorado de una bella chica que solo había visto un par de veces, y para cuando quise acercarme estaba comprometida y a punto de casarse.

La verdad, es que siempre la vi como a algo efímero, aun para la enfermedad que le arrancaría la vida. Pero en ese tiempo mi personalidad adolecente era retraída y casi invisible para aquella chica que brillaba por sí misma. No un brillo superficial, más allá de lo que podía llegar a ser, sociable o amistosa, era esa clase de persona, de las pocas, que no se olvidan, que a simple vista a uno le es inolvidable, te quita la mirada.

Lo que me lleva a admitir, que no fue un flechazo, más bien fue como si me obligaran a recordarla. La mención de ella por amigos y compañeros, habíamos ido al mismo colegio pero nuestras edades eran diferentes, aula alejadas, y reuniones que raramente coincidíamos así que no había circunstancia que me diera de acercarme directamente. Aun así, verla pasar por los pasillos, simplemente me hacía mirar en su dirección.

En ese tiempo creía atraerme su sencillez. Hasta que todo acabo, nos fuimos por caminos separados.

Para el momento en que la volví a ver, fue en una estación de trenes esperando por uno que la llevaría quien sabe dónde, y yo por embarcarme a una aventura. Esa estación en la que se había transformado en nuestro transporte en momentos de necesidad, y ahora en mi salida.

En cuanto todo se descarrió pude entrar a unos de los baños del parque para cambiarme y salir corriendo, andaba con todo lo que necesitaba. Guarde las pocas pertenencia restantes, y al salir decidí tirar en uno de los tachos aquel ridículo disfraz. Ciertamente, si Norman aun quería matarme, aquellas ropas solo le ayudarían a encontrar más rápido a su blanco.

No me preocupé de si había hecho un buen trabajo desmaquillándome con el agua, o si las personas que iba chocando a medida que me abría paso por las calles, miraban el horror en mi semblante. Cuando hube llegado, me sentía cansado, y sudoroso con el correr de la brisa.

Me senté en la banca, apoyando los codos en mis piernas y sujetando toda la tragedia que estaba rondando mi vida y mi conciencia, para llorar, en silencio.

Llorar por mi amada Elizabeth, por aquel pequeño que murió, por el deseo prohibido de ambos y por haber convertido a aquel hombre en un asesino. Todo había sido mi culpa…mi culpa.

***

Cuando logró llegar a su auto, no se percató que había cerrado el auto, por lo que, con los nervios, y una bronca que comenzaba a surgir por la inutilidad que mostraban sus manos, se le cayeron. Cuando le sobrevino otro temblor, cayó de rodillas sosteniéndose de la manija del auto, la puerta se abrió por si sola. Con rapidez, se metió en el coche y con torpeza introdujo las llaves en el contacto.




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