Amores heridos

2

Veinte años, había cuidado de Lily por veinte largos años; se gastó la juventud en ello. Si alguien se merecía hacer ese primer brindis era él. Carlos no la había llevado ni una sola vez a la escuela, no la ayudó a levantarse tras las caídas ni curó nunca sus rodillas laceradas. Las visitas al pediatra, graduaciones y momentos de crisis, absolutamente todo lo vivió Lily de su mano. El padre usurpador incluso ignoraba que, desde pequeña, el helado sabor mantequilla con nuez era su favorito y de las pocas cosas que la consolaban cuando algo la hería.

Perdió la cuenta de las veces que lo llamó en una tarde lluviosa de verano, llorando por algún muchacho estúpido, una pelea con su mejor amiga en turno o cualquier otra derrota que la dejara en el suelo. Entonces, él iba a comprar un litro de helado luego de salir del trabajo y ambos lo comían frente al televisor, mientras Lily se desahogaba en su hombro y se dejaba cobijar bajo su brazo, como un ave con las alas cansadas y necesitada de refugio. Olga intervenía, llamándoles la atención, acusándolos de glotones y a él de consentidor, pero solo era una careta para distraer a su hija; al final, terminaban los tres envueltos en risa gracias al helado y una película cómica.

Lily era una hija de papá y él era ese hombre, no Carlos. Con la determinación y el alcohol bullendo en su sangre y una bruma alrededor de su mente, avanzó con ligeros tambaleos hasta el escenario donde el hombre del micrófono seguía expectante. Él llegaría primero, así fuera lo último que hiciera.

Olga no pudo detenerlo pese a intentarlo. Con una fuerte sacudida, se libró de las manos de su esposa sobre el antebrazo, también se aseguró con una expresión feroz de dejar claro que no tenía más influencia en su voluntad. Fue señalado y puesto bajo la mira como el gran pecador, al fin y al cabo, él mismo se proclamaba como tal; solo podía pensar en lastimar a quien lo lastimó y cobrarse uno a uno cada mal rato que lo hicieron vivir en las últimas semanas. Olga no insistió. Agustín casi podía imaginarla rezando en silencio para que no hiciera una tontería, tan devota que resultaba imposible imaginar lo que le hacía en la cama por las noches, sobre todo en los primeros años de su relación.

Por otro lado, su rival se quedó de pie, quieto, como debió quedarse en un principio, en lugar de volver a separar a su familia. Ese hombre era la representación de todo lo que detestaba. A su hija no quiso verla, no mientras no dijera todo lo que se había guardado desde que ese infeliz apareció.

—Aquí tenemos al primer valiente. Puede decirnos quién es y cuáles son sus deseos para la feliz pareja. —Confundido, el encargado de amenizar le cedió la palabra ante los murmullos ininteligibles de los invitados y el silencio de la música ambiental.

Él le arrebató el micrófono y la tensión se expandió cual onda cargada de negatividad. El sonido se petrificó en el acto y dejó a todos con algo atravesado en la garganta. Algunos, acostumbrados a presentir el desastre, sacaron sus celulares y comenzaron a grabar, esperando obtener un buen espectáculo para las redes sociales.

El protagonista de tal escena carraspeó, las palabras tan claras en su mente se volvieron borrones impronunciables. Era un pésimo orador, ¿qué iba a decir? ¿qué estaba haciendo ahí? El salón se hizo más grande o él más pequeño, todo comenzó a dar vueltas hasta que sus ojos conectaron con los de Lily. La decepción y el reclamo que encontró en esos luceros le dio empuje para seguir.

—Pocos me conocen, pero ellos saben bien quién soy —comenzó, señalando a los novios y a Carlos—, y ella —Olga lo veía con ganas de matarlo—. A la novia la conozco desde hace veinte años.

—Eso es mucho tiempo señor, ¿es amigo de la familia?

—¿Amigo? Lily, ¿por qué no le dices a este quién soy?

Como respuesta, la novia le sostuvo la mirada, dolida y llena de tormenta; el pecho también le subía y bajaba con inusitada rapidez.

» Usted pidió al padre de la novia, ese soy yo. Agustín Martínez.

—Discúlpeme, señor Martínez, yo pensé. Como…

—No se disculpe, ahora mismo parezco lo que fui por tanto tiempo: un padre desechable. Una basura con una cartera grande, una que le costaba horas de chamba, pero que estaba a disposición, ¿cierto, Lily?

—¡Ya basta, Agustín! —El grito de Olga provocó que las exclamaciones de los presentes se elevaran.

—Esa niña bonita sabe que le deseo lo mejor del mundo, por eso estreché la mano del hombre que ahora es su esposo y pagué esta boda. Por eso me aseguré de que no le faltara nada, ¿o te faltó algo? ¡Dime que no te di! ¿En qué te fallé? No llevaras mi sangre, pero llevas lo mejor que pude darte. En cambio, este poco hombre. —Señaló a Carlos—. Lo único que hizo fue preñar a tu madre y desaparecer, ¿por qué tanto amor por él? ¿Qué te dio? ¿Es por qué se ve mejor? ¿Por qué él si fue a la escuela como tú? —Como ella no respondía, se dirigió a él—. Más de veinte años desapareciste, cabrón hijo de la chingada, ¡¿por qué te apareciste ahora?!

A esa altura, Lily no pudo contener las lágrimas y las dejó fluir junto a la desesperación reflejada en sus facciones. Olga ya estaba sobre el escenario, a su lado, sujetándolo del brazo. Sin hablar, le imploró que se callara. Nadie sabía qué decir o hacer, excepto la novia que, sin buscar consuelo, corrió rumbo a la salida, con su esposo detrás y seguida por las pantallas inmortalizando su huida en videos para tik tok.




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