Amores heridos

16

“¿Tienes planes para mañana?” había preguntado. Lo que en verdad quiso proponerle a Agustín fue subir con ella al apartamento y descubrir entre los dos lo qué podía depararles la noche. Pero, como tantas veces desde que alcanzó la adultez, los frenos impuestos por cada elemento que la configuró al crecer la detuvieron. Aun así, era la primera vez que una fuerza desconocida la impulsaba a desear explorar a otra persona de forma tan tentadora. A pesar de que había poco en común entre ellos, y de que una casualidad improbable fue la que reunió sus caminos, ese impulso crecía con cada llamada, mensaje y plan que tejían juntos.

Entró al ascensor con las fibras de su ser inquietas y acaloradas. Libre, era la mejor de las definiciones para la ligereza en su ánimo. Sonrió, en tanto apretaba el botón de su piso y expandía sus pulmones. Para prolongar la magia de la cita que acababa de protagonizar, sacó el celular y contempló la fotografía que Agustín y ella se tomaron al despedirse.

Le gustaba, sin duda alguna, Agustín le gustaba. Cuanto más lo observaba, más le fascinaba cada línea de expresión que marcaban su rostro, dulcificado por la ternura de sus ojos. El timbre de su voz, esa manera única de hablarle, atrevida y transparente… Estaba segura de poder escucharlo a todas horas sin experimentar el peso del agobio que a menudo entorpeció sus relaciones con otros hombres.

No identificaba si la responsable había sido la soledad, la necesidad de sentirse cercana a alguien o el placer de la compañía que Agustín era capaz de brindarle. Pero algo la hacía sonreír al verse en aquella imagen digital, a su lado. Él le había confesado que estaba feliz de haberla conocido, y saber que era un hombre casi libre de un amor pasado y herido la puso a saltar de alegría. Además, había disfrutado de la obra en su compañía, ambos lo hicieron. La confianza que se generó en el pequeño y acogedor espacio dentro de la Princesa resultó ser una conexión innegable. Hacía tiempo que no experimentaba esa sensación de familiaridad, de confianza extrema que fluía con cada palabra y oración destinada a exponer sus vulnerabilidades.

Sin expectativas, plazos ni pretensiones. Podía mostrarse tal cuál era.

Cientos de proyecciones para el siguiente día la acompañaron mientras en la tranquilidad de su hogar, retiraba el maquillaje de tonos ocres que adornaba sus facciones. Al terminar, deslizó el vestido a través de la curvatura de sus pechos, cadera y muslos, exponiendo su desnudez, apenas cubierta por la ropa interior. Con la piel enfriada por el ambiente, se tendió en la cama boca arriba. Las sábanas tersas sobre el colchón la envolvieron como si fuera la primera vez que experimentara la suavidad de su tela. Cerró los ojos, dispuesta a soñar, a sentir cada latido, pero el sonido de una llamada entrante desvaneció la nube onírica, espabilándola.

La pantalla le mostró un nombre distinto al que hubiera querido encontrar. Resignada, respiró hondo antes de responder.

—Hola, mamá.

—¿Por qué no me has llamado?

—Lo siento, he estado ocupada.

—¿Sigues molesta conmigo? No quisiste venir en tu cumpleaños. —La voz timorata de Margarita, destinada a encogerla a base de remordimiento, hubiera logrado su cometido de no sentirse tan satisfecha con la compañía de las últimas horas—. Sé que no debí contarle. No pensé que se fuera a enfadar de esa manera. No es un hombre malo, solo… tiene una forma de pensar distinta.

—Deja de justificarlo. Es un abusivo. Estoy harta, en cuanto… —calló; el último consejo de Sandra resonó en su cabeza. Su madre no era de fiar y, pese a romperle el corazón, era motivo suficiente para distanciarse—. Es tarde, deberías ir a dormir.

—¿Podemos vernos mañana? Te invito a comer. Verás que pueden hacer las paces. Gregorio ha estado de buen humor; la elección va muy bien, tú debes saberlo. El otro día estuvo aquí…

—Tengo planes —cortó. No le interesaba en lo absoluto saber nada de su padre.

—¿Planes? ¿Saldrás con alguien?

—No, pero tengo mucho trabajo pendiente. Estaré todo el día en casa, terminando.

—Esos no son planes, y trabajar así no te hará bien. Necesitas descansar, alimentarte bien. Si es que… sigues queriendo embarazarte. Yo te apoyo, hija. Tampoco me gusta la forma en que lo has decidido, pero…

—Mamá, estoy muy cansada, y mañana no puedo. Lo siento. Hablamos otro día…

—Marce…

—Descansa.

Colgó, mortificada al grado de que las extremidades se le enfriaron de repente. Con el mayor desgano, abandonó la delicia de sus sábanas para buscar la ropa de dormir, cenar algo y lavarse la boca. ¿Cómo no se le ocurrió invitar a Agustín a cenar? Incluso pudo ser otra visita a los hot dogs, igual lo habría disfrutado. Al darse cuenta de su desatino, la mortificación creció al triple. Al menos la consoló que pronto volvería a verlo. Antes de entregarse al agotamiento, le envió un último mensaje.

«Que duermas bien. Nos vemos mañana».

Él no respondió y solía hacerlo al instante, eso la descorazonó un poco. Quiso creer que ya se había dormido. Lo mejor sería hacer lo mismo.

El sueño fue reparador en muchos sentidos; la energizó. Y mucho más lo hizo el mensaje que leyó al despertar.

«Buenos días, güerita. ¿Cómo amaneciste?».




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