Amores heridos

27

Enorme y abrumador. No había otra manera de describir con mayor exactitud el peso en el pecho de Agustín. Incluso le costaba respirar a ratos. Malestar que se triplicó mientras tuvo que aguardar junto a Olga en la Fiscalía, aparentando una paciencia que lejos estaba de sentir. O cuando los hicieron ir de un lado a otro de la dependencia, obligados a repetir lo mismo frente a gente distinta. Por lo menos, el policía investigador que apareció, luego de horas desde que Olga le llamara, fue más concreto. Prometió que se encargaría y les recomendó hacer lo suyo por fuera, porque según él: "hay demasiados casos y en el de ustedes hubo comunicación reciente", pues en la mañana temprano, Olga había recibido otro mensaje del celular de Lily.

Agustín contuvo la de insultos hacia el hombre que le ascendieron por la garganta. De todos modos, al final prometió encargarse y no dejar que dieran de baja la denuncia por desaparición ni el boletín de búsqueda, al menos no hasta que se asegurara personalmente de que su hija estaba bien.

—Solo porque se la debo a Carlos.

Con eso se despidió y les solicitó regresar a su casa, también que estuvieran atentos a cualquier llamada, de él o de su hija. Antes de irse, Olga volvió a llamarla sin obtener más respuesta que otro mensaje.

—Esto no me gusta —dijo.

—Vamos a hacer lo que dijo el policía ese, darle los dos días que según van a estar de viaje.

El hambre los había abandonado a ambos, aun así, al salir, invitó a Olga a comer en una fonda cercana, a la que llegaron dando pasos inciertos. Era tarde y del taller no sabía nada, únicamente se aseguró de enviar un mensaje a Darío por la mañana, y otro a Ramón para que se anduviera con cuidado. Esperaba que su socio pudiera hacerse cargo. Nunca desconfió de sus capacidades, pero desde la llegada de Juan, su amigo parecía otro. No obstante, debió dejar de lado cualquier asunto que no fuera Lily.

Solo había alguien más a quien no podía sacarse de la cabeza. Tomó el celular del bolso de su pantalón, luego de ordenar un par de gorditas y un refresco a la encargada de la fonda, y le envió un mensaje a su güerita.

«Hola, mi ángel. Acabamos de salir de la Fiscalía».

La respuesta llegó enseguida, como si ella hubiera estado esperándolo, y no dudaba que así fuera, era tan atenta y amorosa, que solo leer sus palabras lo hizo sentirla cerca.

«¿Cómo te fue? ¿Ya saben algo?».

«Todavía no. Tenemos que esperar. Luego te cuento cómo estuvo».

«Que todo salga bien. Te extraño».

«Y yo a ti».

Habría seguido el intercambio de mensajes con su ángel, de no haber levantado un poco la vista para encontrarse con la expresión devastada de Olga, que lo hizo regresar de golpe a la realidad. Nunca la vio tan mal; el color se le había ido de los labios y mejillas, y unas ojeras profundas evidenciaban la falta de paz y recrudecían las diminutas arrugas que comenzaban a hacer presencia en su rostro. Hasta creyó contar más canas que la última vez que la vio.

—Vamos a confiar en este güey. Vas a ver que pronto la encontramos.

—Estuve viendo el caso de la muchacha que se fue a vivir con el novio... un día su mamá no supo más de ella y... Que fácil es matar a alguien aquí, pero que lo haga el hombre que se supone te quiere.

—Esa muchacha no es Lily.

Olga asintió, y pareció tranquilizarse cuando la encargada puso frente a ellos lo que pidieron.

—Me enteré de que estás saliendo con alguien —dijo, de repente, crispándolo. Afirmó con la cabeza, ignorando la razón de su comentario—. ¿Estabas hablando con ella?

—Sí, con mi güerita. ¿Cómo supiste?

—¿Te olvidas de que vivimos en el mismo barrio y de que hay muchos chismosos? —Olga dio un trago al refresco de naranja y suspiró—. De verdad te deseo que seas muy feliz.

—Muy feliz no fui cuando te fuiste.

—Perdóname por eso. Pero si no era así, no lo iba a hacer.

—¿Tantas ganas tenías de dejarme? —indagó, con un marcado reproche, apenas disimulado mientras masticaba la mordida que acababa de darle a la gordita.

El chicharrón que tanto le gustaba le supo a cartón. Intentó restarle importancia al hecho de que la repentina decisión de su esposa seguía causándole indignación, y fracasó. Necesitaba sacarse la espina.

—No, pero no era justo seguir. Es más, a veces creo que nunca lo fue estar contigo, tu abuelo me lo hizo ver.

—¿Y él qué tiene que ver? Si ya tiene años muerto —señaló, tras tragar el alimento con dificultad.

Olga seguía sin tocar bocado y con las manos abajo, sobre su regazo. Hubo un largo silencio, en el que ambos se apartaron del mundo y se sumergieron en su propio mar, conectado al del otro por un delgado hilo.

—Antes de casarnos fue a verme. Quería que te dejara, me insistió tanto que me hizo pensarlo. Igual tenía razón: tú eras demasiado joven, por más que te comportaras como un hombre, y yo cargaba con el peso de mis malas decisiones. Que eran muchas, pero Lily no era una de ellas. Cuando lo insinuó me dio tanto coraje que quise callarle la boca. Me prometí a mí misma que sería la mejor esposa para ti, la esposa que él me dijo que te merecías, una que solo viviera para ti, y no... la dejada de otro, que encima venía con paquete incluido.




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