Muy temprano se despidió de su güerita, por más que quisiera quedarse a su lado hasta que el mundo dejara de girar. Pero no había manera. Ella se iría a cumplir con su jornada laboral y él debía hacer lo propio. Entre besos y abrazos, juramentos del vínculo que compartían, le prometió regresar en la noche.
Esperaría solo un día más; si al siguiente no podían ver a Lily y el policía investigador no les tenía noticias, estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluso si era ilegal. No sentía el menor agrado ni consideración por la familia de Eduardo. Desde la boda, se habían convertido en personas no gratas. Recordaba bien su actitud desdeñosa, como si no fueran iguales. Las hermanas y la madre apenas le dirigieron la mirada, y el resto de los familiares ni siquiera lo reconocieron como el padre de la novia.
Eran tan malditos como ese mal nacido, pensó, llenándose de rabia mientras conducía. Llevaba la radio de la princesa encendida, pero no soportó el sonido ajeno a sus pensamientos, y la apagó.
Olga le había dicho que pediría un permiso en su trabajo para dedicarse enteramente a lo referente a su hija; era la más afectada con la situación y le preocupaba que cayera enferma. Sin embargo, él también tenía asuntos por resolver. Primero, se dirigió al taller, con mayor apuro gracias a un mensaje de Ramón. El muchacho y Meny aguardaban en el portón cerrado a que alguien abriera el negocio, y no había señales de Darío ni de Juan. Aquella sorpresa para mal se sumó a la inquietud en su espalda.
Debido al tráfico de la hora pico, tardó cuarenta y seis minutos en llegar, para entonces, Darío ya se encontraba ahí. Discutieron a los gritos sin molestarse en ingresar a la pequeña oficina. Únicamente seguir preocupado y desgastado por Lily logró que, en algún punto, finalizara el altercado con una advertencia a su socio: si no podía hacerse cargo unos días, solo tenía que decírselo, él buscaría quién sí pudiera, así tuviera que pagar. O incluso le confiaría la tarea a Ramón, comenzaba a confiar más en el muchacho que en el buen juicio de Darío. De Juan hablaría después; esperaba haber sido claro en sus anteriores pláticas con Darío: a ese tipo no iba a renovarle el contrato; lo quería fuera de su taller.
La mañana transcurrió sin mayores novedades luego de que tanto Darío como él se tranquilizaran. Fue sobre las cinco de la tarde que una llamada puso su mundo de cabeza otra vez. Era Olga, envuelta en sollozos. Agustín tardó en comprender sus palabras:
—La encontraron —repitió ella—. A mi niña.
—¿Dónde? No qué estaban de viaje. Te dije que eran unos pinches mentirosos.
—Está en el hospital. No sé qué le pasó. El amigo de Carlos solo me dijo que fuéramos. ¿Puedes venir por mí? Por favor.
Por supuesto que iría.
Dejó el taller, esperando que Darío entendiera que realmente lo necesitaba entero y no enredado en líos personales. Apenas estacionó en la acera frente a la casa de Rosaura, Olga se subió a la princesa. Lo había estado aguardando afuera, hecha un manojo de nervios. Con extrema rapidez, Agustín se puso en marcha hacia el hospital donde les dijeron que se encontraba su hija; era lo único de lo que tenían certeza.
—¿Qué más te dijo el güey? —indagó, sin apartar la vista del frente y pisando el acelerador más de lo permitido.
—Solo que fuéramos. —Olga rompió en un llanto lastimero.
Las escasas palabras del policía investigador, lejos de calmar su incertidumbre, la aumentaron.
—¿Pero ella... cómo está?
—No sé.
Permitió que llorara sin interrumpirla, no tenía caso seguir atormentándola con cuestionamientos que se toparían con pared pues sabía tanto como él: nada en absoluto. Cuando llevaban unos minutos de trayecto, Olga habló por sí sola.
—Ayer en la noche le mandé la ficha de búsqueda a la hermana de Eduardo.
Agustín la miró de reojo y volvió la vista hacia adelante.
—¿Y qué te dijo?
—Nada. Leyó mi mensaje. Le puse que ya había denuncia y que si no veía a mi hija cuando su mamá dijo que regresaba: iban a ir directo a investigarla a ella. Que conocíamos a alguien de la Fiscalía y que más le valía... —Se detuvo de pronto, temerosa—. ¿Y si por lo que le dije le hicieron algo a Lily?
A continuación, lo miró, como buscando que desmintiera su suposición. No pudo hacerlo. Cruzó sus ojos con ella brevemente y siguió enfocado en conducir.
—Si le hicieron algo es porque son unos perros. No por lo que le dijiste.
El resto del tiempo permanecieron callados, imaginando lo peor.
Una vez que llegaron y estacionaron, Agustín tomó de la mano a Olga y la obligó a acelerar el paso, iban cuesta arriba y a ella parecía costarle caminar. En la puerta, pese a que había bastante gente, lograron localizar al policía investigador con el que se reunieron el día anterior.
—Que bueno que llegan —saludó, con un tono de urgencia y carente de amabilidad.
—Díganos qué pasó... ¿Ella está bien? —Olga emitió la pregunta con los labios temblando.
—El médico les dará un informe de su estado de salud. Según tengo entendido: lograron estabilizarla.
—¿Cómo que estabilizarla? ¡Queremos saber qué le pasó y verla! —intervino Agustín.