Amores tradicionales

Cap 1:Una vida normal

Durante mucho tiempo, el mundo funcionó sin cuestionarse a sí mismo. Las ciudades seguían su ritmo, las máquinas cumplían su función y las personas asumían que el orden era algo natural. Nadie pensaba en lo frágil que podía ser ese equilibrio, ni en lo fácil que era romperlo.

Hasta que alguien lo escuchó.

Italia no fue el primer lugar donde ocurrió, pero sí uno de los primeros donde quedó registrado.

Pietro Russo tenía diecinueve años y una vida que, en apariencia, no llamaba la atención. Vivía en Roma, estudiaba, caminaba las mismas calles todos los días y evitaba destacar. No porque le diera miedo, sino porque siempre había sentido que, si se quedaba quieto el tiempo suficiente, nadie notaría lo diferente que era.

Yo siempre supe que el ruido me afectaba más de lo normal.

No era molestia, era otra cosa. Una sensación física. Como si cada sonido tuviera un peso, una forma, un lugar específico donde debía encajar. Cuando no lo hacía, algo dentro de mí se tensaba.

Esa tarde tomé el metro como cualquier otro día. El vagón estaba lleno, saturado de voces, pasos y el rechinar constante de los rieles. Para los demás era solo caos cotidiano. Para mí, era un desastre.

El sonido estaba mal.

No sabría explicar cómo lo sabía. El ritmo del tren era irregular, las vibraciones no coincidían, como si varias cosas intentaran avanzar a tiempos distintos. Sentí presión en el pecho y me sujeté de la barra metálica con más fuerza de la necesaria.

Cerré los ojos.

Respiré lento.

No pensé en arreglar nada. Solo intenté soportarlo.

El cambio fue inmediato.

El chirrido cesó. El movimiento del vagón se volvió uniforme. El ruido se acomodó, como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo. El silencio que siguió fue breve, pero absoluto.

Demasiado absoluto.

Algunas personas levantaron la cabeza. Una mujer miró a su alrededor confundida. Un niño dejó de llorar de golpe. Nadie entendía qué había pasado, pero todos lo sintieron.

Yo solté la barra de inmediato.

El corazón me latía rápido. No de miedo, sino de certeza.

Eso no debería haber ocurrido.

Bajé en la siguiente estación sin mirar atrás. Al salir a la superficie, las campanas de una iglesia cercana comenzaron a sonar. Conté los golpes sin querer. Uno, dos, tres… el cuarto llegó exactamente cuando lo esperaba.

Siempre llegaba.

—Eso fue raro —dijo alguien cerca de mí—. ¿No?

No respondí. Me alejé.

Esa noche, Roma seguía siendo Roma. Los autos pasaban, las luces se encendían y la ciudad mantenía su ritmo habitual. Pietro Russo se acostó convencido de que nadie había notado nada.

Pero en algún lugar lejano, un sistema que llevaba años en silencio registró una variación imposible.

Frecuencia alterada.

Origen humano.

Patrón no identificado.

Por primera vez en mucho tiempo, un nombre dejó de ser invisible.

Pietro cerró los ojos sin saber que su vida normal acababa de fallar.

No sabía qué era lo que tenía.

Solo sabía que el mundo, de alguna forma, había respondido.




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