La cena con tía Rosa prometía ser un evento memorable, aunque Melisa siempre sintió que su tía tenía un don especial para hacer preguntas incómodas y desenterrar secretos familiares en un abrir y cerrar de ojos. Con las manos llenas de harina y un delantal que había visto mejores días, Melisa se afanaba en la cocina, ayudando a su madre a preparar el célebre soufflé que tía Rosa tanto adoraba.
Mientras se agachaba para sacar los ingredientes del refrigerador, su mente divagaba hacia Lucas y aquel momento en el desván. Era como si, tras conocer aquellas cartas, se descubriera un nuevo mundo de emociones aún por explorar. Sin embargo, se sintió un poco culpable al pensar en él, ya que estaba comprometida con Tomás, su prometido. Era un buen hombre que la amaba, pero en el fondo, Melisa sabía que lo que sentía por él era más un cariño que una verdadera pasión.
"Melisa, ¿estás escuchando?" La voz de su madre la sacó de su ensueño. "Necesitamos más queso. Ve a la tienda y trae algunas hierbas frescas también."
La idea de un paseo por el pueblo le parecía tentadora, sobre todo porque su cabeza aún zumbaba con la curiosidad sobre el diario. Además, tal vez, en el camino, se encontraría con Lucas. Decidida, le dijo a su madre que haría la compra. Con su bolso al hombro y una sonrisa en el rostro, salió a la fresca brisa de la tarde.
El sol brillaba débilmente, y el cielo estaba pintado de tonos anaranjados mientras caminaba hacia el mercado. Las risas de los niños jugando y las voces de los vecinos conversando llenaban el aire, y Melisa se sintió atrapada en la calidez del pueblo que siempre conoció. Pero hoy, sentía un cosquilleo diferente, como si la misma atmósfera la alentara a despegarse de las limitaciones que había autoimpuesto.
Al llegar al mercado, compró las hierbas y el queso, pero fue al salir que el destino le jugó una de sus traviesas cartas. Lucas estaba allí, explorando una pequeña tienda de antigüedades. Su figura se alzaba entre las estanterías repletas de objetos; su sonrisa iluminaba el ambiente y hacía que su corazón latiendo desbocado fuera casi imperceptible.
“¡Melisa! ¡Qué sorpresa verte aquí!” exclamó Lucas, acercándose con su característico aire desenfadado. “¿Te has convertido en la compradora oficial de hierbas del pueblo?”
Ella sonrió, sintiendo que la conexión entre ambos crecía. “Soy la chef de mi madre por esta noche. Tía Rosa viene a cenar y el soufflé debe ser perfecto.” Se sintió un poco tonta hablando de soufflés, pero era una buena excusa para mantener la conversación ligera.
“¿Tía Rosa? ¡Eso siempre suena como un potencial desastre divertido!”, dijo Lucas, riéndose. “¿Tienes algún plan para sobrevivir a sus preguntas íntimas?”
Melisa rió. “Al menos puedo contar contigo como distracción, si te animas a venir a cenar.”
“Suena tentador. ¿Pero podré fingir que soy un amigo inocente o será más bien el ‘amante secreto’ de la noche?” Lucas arqueó una ceja, su mirada traviesa la hizo sentir un ligero rubor en las mejillas.
“Quizás una mezcla de ambos”, respondió con picardía, sintiéndose atrevida al jugar a esa idea. “Me vendría bien un poco de ayuda.”
Al finalizar sus compras, decidieron caminar juntos de regreso, eligiendo un atajo que pasaba por un viñedo cercano. Comentaron sobre la vida en el pueblo y las pequeñas aventuras que habían tenido en su adolescencia, llenando el aire de risas y recuerdos compartidos.
"Recuerdo esa vez que intentamos construir un fuerte con cajas de cartón, y terminó siendo un desastre total," relata Lucas, riéndose.
"Sí, y tú fuiste el primero en caerte y arruinarlo todo," rió Melisa, disfrutando de la sensación de libertad que la conversación traía. “¿Cómo es que decidiste volver después de tantos años en la ciudad?”
"Bueno, a veces hay que separarse para darse cuenta de lo que realmente importa. Y me di cuenta de que el hogar se siente diferente. Es dulce y familiar, pero también hay un aire de nostalgia por perderse algo bonito en el camino," confesó Lucas.
Justo entonces, ella deseó que ese turno de la conversación no terminara nunca. La intensidad de sus miradas provocaba chispas que la hacían sentir viva y vibrante, algo que había estado perdiendo.
Al llegar a la vivienda, se separaron en la entrada y Lucas le hizo una reverencia cómica: “Seré el amante secreto en tu mesa, con mucho gusto.”
Melisa apenas contuvo la risa. “Solo si te prometes no contarle a tía Rosa que algún día te llevará a hacerme preguntas que no quiero responder.”
“Trato hecho,” dijo Lucas, guiñándole el ojo. Hizo un gesto de marcha y se alejó por el camino, dejando a Melisa con la mente acelerada y el corazón un poco más ligero.
La cena comenzó en su casa, y claro, como era habitual en esos encuentros familiares, se llenó de bromas y charlas. Tía Rosa preguntó sin reparos sobre los planes de boda, lo que llevó a Melisa a sentirse cada vez más incómoda. Las pullas sobre los novios de sus amigas y las anecdotes de su juventud hacían las delicias de todos en la mesa, pero Melisa sentía que errar para encajar se estaba convirtiendo en su papel habitual.
"¿Y qué tal tu querido Tomás? Me imagino que debes estar emocionada por la boda," dijo tía Rosa con una mirada significativa.
"Sí… claro," respondió Melisa, intentando armar una réplica que no sonara tan mecánica. ¿Por qué le sonaba tan vacío ahora? Los debates familiares sobre el futuro siempre eran agotadores.
En medio de la cena, Lucas llegó, sumándose a la charla como un viento fresco en la sala. La mirada de Melisa hizo eco de su alegría. Con su humor y su habilidad para contar historias, logró convertir la cena en un espectáculo de risas y anécdotas.
Tía Rosa iba de un lado a otro, riendo de las ocurrencias de Lucas mientras Melisa lo observaba, sintiendo una mezcla de admiración y cariño por él. Su presencia había convertido un momento potencialmente incómodo en una fiesta de recuerdos.
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Editado: 31.12.2025