Amores y Desamores: El Jardín de los Secretos

Capítulo 3: El Despertar de las Flores

El sol brillaba intensamente al día siguiente, iluminando cada rincón del jardín de Melisa, que parecía cobrar vida con el trino de los pájaros y el perfume de las flores. El desayuno familiar había sido un déjà vu: conversaciones triviales y preguntas incómodas sobre la boda de Melisa, pero el eco de la cena anterior resonaba más fuerte en su mente. La presencia de Lucas había despertado algo en ella, un ansia de aventura que no podía ignorar.

Con un sorbo de café, decidió que necesitaba explorar más en el desván de su abuela. Las cartas y los secretos familiares la habían intrigado, así que animada por la curiosidad, subió de nuevo las escaleras. Con cada paso, el murmullo de sus pensamientos crecía más fuerte, como si el propio jardín estuviera llamándola.

Al abrir el baúl, las cartas la miraban con una promesa de historias por descubrir. Melisa se sentó en el suelo y se sumergió en los relatos de amor y desamor que parecían gritarle a través del tiempo. Aquella escurridiza abuela suya había sido más que solo una mujer mayor con un pasado; había sido una romántica empedernida, al igual que muchas mujeres de su familia.

Una carta en particular llamó su atención. Era de un hombre llamado Alberto, un nombre que no había escuchado jamás en las historias familiares. La letra era elegante, casi poética, y hablaba de un amor arrebatador y de encuentros secretos en el jardín en flor. Melisa sonrió al imaginar a su abuela corriendo entre las rosas con un amor prohibido. Sin querer, sintió una conexión con esa mujer que, a través de los años, había navegado por las aguas del amor y el desengaño, tal como ella se encontraba ahora.

Mientras leía, una idea surgió en su mente: ¿por qué no recrear esos encuentros románticos en su propio jardín? Quizás no exactamente de la misma manera, pero una reunión amistosa o una tarde de café al aire libre con alguien que la hiciera reír podría ser el inicio de una hermosa amistad —o algo más.

Decidida, pensó en invitar a Lucas para pasar la tarde en su jardín. Un susurro de picardía le decía que tal vez no todo fuera solo amistad, pero también no quería asustarlo al respecto. Sin pensarlo más, sacó su teléfono y le envió un mensaje.

“Hola Lucas, ¿te gustaría venir a tomar café y explorar el jardín? Hay secretos por descubrir. ☕🌹”

La respuesta llegó casi de inmediato.

“¡Claro! Me encantaría ver el jardín. Nunca he sido buen jardinero, así que será interesante.”

Melisa sonrió, sintiéndose un poco traviesa al pensar en las posibilidades que esa tarde podría ofrecer. Preparándose para su encuentro, organizó el jardín: podó algunas flores secas, regó las plantas y dispuso las sillas y mesas de manera que resultara acogedor.

Lucas llegó puntualmente, con una cesta de picnic en la mano, que hizo que Melisa levantara una ceja curiosa. "¿Qué traes ahí?", preguntó mientras lo saludaba con un abrazo amistoso.

"Solo un par de cosas para aumentar el ambiente: una botella de limonada casera, galletas y algunos bizcochos," respondió Lucas, desplegando su tesoro sobre la mesa. “No me quiero arriesgar a que tu jardín sea el único atractivo de nuestro encuentro.”

Melisa rió mientras tomaba asiento. “¿Y si te digo que mi jardín tiene más que flores y algunas historias locas por desenterrar?”

“Me sorprende saberlo,” dijo Lucas, mirándola a los ojos con un ligero desafío. "¿Qué tipo de secretos esconde un jardín en un pueblo como este?"

Melisa sonrió, dándole un sorbo de limonada antes de compartir las cartas que había encontrado en el desván. Lucas se sentó a su lado, visiblemente intrigado.

“Así que tu abuela tenía un amante secreto,” dijo Lucas, con un brillo juguetón en sus ojos. “¡Esto se pone interesante! ¿Cómo es que nunca hemos escuchado esto antes?”

“No lo sé,” confesó Melisa, sintiendo que el calor de los recuerdos la envolvía. “Quizás porque es la historia que ella eligió ocultar. Pero me hace pensar sobre mis propias decisiones y lo que quiero en la vida."

Con cada carta que leyó, la risa de Lucas llenaba el aire. "Tu abuela era una mujer valiente, y tú también lo eres. ¿Quién sabe cuáles historias encontramos si comenzamos a mirar un poco más allá de lo evidente?”

Aquella tarde, entre risas y cuentos, Melisa descubrió que Lucas tenía un talento especial para contar historias. Su forma de narrar lo convertía todo en una aventura. Compartieron un platillo de galletas y bizcochos mientras sus diálogos se tornaban cada vez más personales. Se hicieron preguntas sobre sus sueños, sus temores, y de inmediato Melisa comprendió que el jardín no era solo un terreno donde crecían flores; era una metáfora de lo que había en su interior.

“¿Te has preguntado alguna vez qué deseas realmente?” preguntó Melisa, al ver que él contemplaba las flores. “Quiero decir, más allá de todo lo que se espera de nosotros.”

Lucas sonrió, su mirada reflexiva. “Lo he pensado. A veces siento que la vida en la ciudad me robó un poco de ese deseo por explorar y ser curioso. Pero aquí, en este momento, me siento libre.”

A medida que las horas de la tarde se deslizaban entre ellos, la intensidad del ambiente se tornaba más palpable. Era una atmósfera en la que podían reír, pero también reflexionar sobre sus verdaderos anhelos. Sin darse cuenta, el jardín se convertía en un refugio donde las palabras se entrelazaban con confidencias y hasta se hicieron promesas tácitas de descubrir cosas más grandes.

“¿Y tú? ¿Qué es lo que realmente quieres?” Lucas le lanzó de regreso la misma pregunta, y Melisa sintió que su corazón latía con más fuerza.

“Quiero ser valiente,” dijo finalmente, sintiendo cómo sus propias palabras la transformaban. “Quiero salir de mi zona de confort, comprar una bicicleta y viajar. Saber lo que hay más allá de este pueblo. Y si eso significa explorar mis propios sentimientos también... entonces quiero hacerlo.”

La sinceridad en su voz resonó en el aire. Lucas se acercó, poniendo su mano sobre la de ella. “Eso es genial. Nunca es demasiado tarde para comenzar algo nuevo. Estoy aquí para ayudarte a descubrirlo.”




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