Andreas: Entre el amor y el orgullo

Un acercamiento peligroso

Marisa estaba segura de algo: Andreas era el tipo de hombre al que era mejor no acercarse demasiado. Demasiado seguro de sí mismo, demasiado encantador y claramente acostumbrado a obtener lo que quería. Y personas así siempre eran un peligro para su corazón.

Pero después de aquel encuentro en el café, no podía deshacerse de la sensación de que ahora estaban unidos por un hilo invisible.

Andreas no desapareció. Iba a la galería, se interesaba por las exposiciones, conversaba con los artistas con una naturalidad que hacía parecer que ese era su mundo. La invitaba a tomar café, a cenar, a pasear. Y cada vez, ella lo rechazaba.

Pero él no se rendía.

Una noche, cuando estaba cerrando la galería, apareció con una botella de vino y dos copas.

—Trabajas demasiado, Marisa —dijo él, inclinándose ligeramente hacia ella—. ¿No crees que deberías relajarte un poco?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho, observándolo con recelo.

—¿Siempre eres así de insistente?

Andreas sonrió.

—Solo cuando algo realmente vale la pena.

Marisa puso los ojos en blanco, pero para su sorpresa, aceptó.

Se sentaron en la terraza de un pequeño restaurante cerca de la galería, conversando sobre arte, viajes y las cosas que los apasionaban. Con él todo era fácil. Demasiado fácil.

—Y dime, —Andreas la miró con atención—, ¿por qué siempre intentas mantener la distancia?

Marisa suspiró, bajando la mirada.

—Porque conozco a los hombres como tú. Los que viven bajo la regla de “conseguir y marcharse”.

—¿Y crees que yo soy así?

—No lo creo, estoy segura.

Él se quedó en silencio por un momento, girando su copa entre los dedos.

—¿Y qué tendría que hacer para demostrarte lo contrario?

Ella sonrió con amargura.

—Nada. No creo en pruebas.

Andreas se inclinó un poco más, su mirada se oscureció.

—Entonces, ¿quizás puedas creer en otra cosa?

Estaba demasiado cerca. Su corazón latía frenéticamente, pero no apartó la mirada.

—¿Y qué sería eso?

Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.

—Tiempo. Simplemente estaré aquí.

Marisa no supo qué responder. Por primera vez en mucho tiempo, alguien había logrado desestabilizarla.

No sabía qué la asustaba más: su insistencia o el hecho de que le gustara.




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