Andreas: Entre el amor y el orgullo

Lo que es imposible detener

Marisa siempre se había considerado fuerte.
Sabía cómo mantener sus sentimientos bajo control, cómo no permitir que las emociones dirigieran sus decisiones.

Pero con Andreas, todo se desmoronaba.

Lo veía en sus ojos ahora, en aquel café tranquilo, entre el ruido cotidiano de las tazas y las conversaciones apagadas. Su mirada era segura. Sabía lo que le estaba haciendo.

—No quiero jugar juegos, Andreas —dijo finalmente.

Él sonrió y se recostó contra la silla.

—Yo tampoco.

—Entonces, ¿qué es esto entre nosotros?

Tomó un sorbo de café, alargando la pausa.

—Es algo imposible de detener.

Su corazón se encogió.

—Eres demasiado seguro de ti mismo.

—No. Estoy seguro de nosotros.

Sintió ganas de reír, de forma amarga, sarcástica.

—Ni siquiera me conoces.

—Te conozco mejor de lo que tú te conoces a ti misma —respondió él con calma.

Marisa apretó los labios.

—Estás equivocado.

—Entonces dime que anoche no significó nada.

Abrió la boca para responder.

Pero no pudo.

Su silencio habló por ella.

Andreas sonrió, como si eso fuera exactamente lo que esperaba.

Caminaban juntos por la calle después del café, y Marisa sentía cada centímetro de distancia entre ellos.

La quería.

Y la odiaba.

—Da miedo, ¿verdad? —dijo él de repente.

Tardó un momento en entender a qué se refería.

—¿El qué?

—Cuando alguien entra en tu vida y derrumba todas tus paredes.

Marisa se detuvo.

—¿De verdad piensas eso?

—Lo sé.

Respiró hondo.

—¿Y qué propones?

Él se inclinó hacia ella, y su cuerpo se tensó en anticipación.

—Propongo que dejes de tener miedo.

Marisa apretó los puños, obligándose a no reaccionar.

—No tengo miedo.

Andreas sonrió.

—Entonces, demuéstralo.

Lo miró a los ojos.

Y entendió que ya había perdido.

Porque esto, realmente, era imposible de detener.




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