Los días pasaban lentamente.
Marisa no apresuraba las cosas.
Veía que Andreas lo intentaba, pero entre ellos seguía habiendo una línea delgada, casi invisible.
Él no la rechazaba, pero tampoco la dejaba entrar por completo.
¿Era este el camino hacia la reconciliación?
¿O simplemente un final postergado?
*
Una noche, él la invitó a cenar.
Sin palabras.
Solo le envió la dirección de un restaurante.
Marisa miró el mensaje durante un largo rato, tratando de entender qué significaba.
¿Una invitación?
¿Una oportunidad?
¿O la última conversación antes de que tomaran caminos distintos?
Ella fue.
Lo encontró sentado en una mesa junto a la ventana.
—Viniste —dijo él en voz baja.
Ella asintió.
Andreas parecía tranquilo, pero sus dedos tamborileaban suavemente sobre la mesa.
Él también estaba nervioso.
Esto no se parecía a sus encuentros anteriores.
Esto era algo más.
La cena transcurrió en una conversación apacible.
Marisa se reía cuando él contaba alguna historia del trabajo.
Andreas sonreía, observándola.
Por momentos, todo parecía casi como antes.
Pero casi no significaba igual.
Cuando salieron del restaurante, Andreas le propuso dar un paseo.
Caminaron uno junto al otro, y sus manos se rozaron por accidente.
Marisa se detuvo.
Andreas también.
La delgada línea entre aún y ya no flotaba en el aire.
Ella lo miró, sin saber qué diría él a continuación.
Y él la observó como si, en ese preciso instante, hubiera comprendido algo importante.
—Ya no quiero más dudas —dijo.
Ella apretó los labios.
—Yo tampoco.
—Entonces dime qué significa todo esto para ti.
Quiso simplemente decir: Tú lo eres todo.
Pero sabía que las palabras no bastaban.
Así que dio un paso más cerca y tomó su mano.
Con suavidad.
Con calidez.
Sin dudas.
Él miró sus dedos entrelazados.
Luego la miró a ella.
Y ella vio lo que había estado buscando.
Las grietas comenzaban a cerrarse.
La confianza regresaba.
Tal vez no por completo.
Pero ya no era imposible.
Y esta vez, no lo dejaría ir.