Anhelo eterno

8

La puerta de la UCI volvió a abrirse, esta vez con la urgencia contenida de un médico, un crujido familiar que ya se sentía como una premonición de dolor y de un destino incierto. Emiliano entró, su rostro reflejando una mezcla abrumadora de agotamiento extremo, la palidez de las noches en vela grabada en sus facciones, y un fugaz, casi imperceptible, destello de alivio al ver a Lluvia con los ojos abiertos, aunque fijos en un punto distante, como si su mente vagara en otro plano, atrapada en un tormento invisible para él. La pesadilla del ataque cardíaco reciente, la segunda vez que la veía al borde del abismo, la segunda vez que sentía su vida escurrirse entre sus dedos, lo había dejado temblando. Era una grieta más, profunda y dolorosa, en su ya fracturada compostura, que amenazaba con desmoronarse por completo. Se acercó a la cama con cautela, sus pasos resonando en el silencio aséptico de la habitación como acusaciones resonantes, ecos de su propia culpa y de las mentiras que había tejido. Intentó tomar la mano de Lluvia, que yacía inerte sobre la sábana, tan fría como el mármol, pero ella, con una fuerza que él no sabía que poseía en su estado de extrema debilidad, la apartó con un movimiento brusco, una bofetada invisible en el aire, un rechazo absoluto que lo hirió más que cualquier golpe físico.

—Camille, mi amor, ¿estás bien? —preguntó, su voz cargada de una ternura que sonó hueca, vacía, desprovista de significado en los oídos de ella.

La sonrisa forzada que intentó dibujar en su rostro, una máscara para su propia angustia, se desvaneció de inmediato ante la mirada de Lluvia, una mirada que no prometía consuelo, sino tormenta, un huracán de emociones contenidas.

Los ojos de Lluvia, antes apagados por la debilidad y el trauma, ahora ardían con una mezcla hirviente de furia y un dolor insondable, un dolor que venía de lo más profundo de su alma, que le quemaba las entrañas. La aparición de Rodrigo, su simple y aterradora existencia confirmada, había sido una puñalada helada en su corazón. La mentira de Emiliano, sin embargo, era la verdadera herida, una que se había abierto en lo más hondo de su ser y sangraba sin control, más allá de cualquier bálsamo.

—No te atrevas a tocarme —susurró, la voz raspada por el tubo que aún la asistía y la furia que la consumía, pero clara, gélida, en su intención. Cada palabra era un filo de navaja que cortaba el aire entre ellos, rompiendo la ya frágil confianza—. No me mientas de nuevo. ¡No te atrevas a pronunciar una sola falsedad más! ¡No toleraré ni una palabra de tu boca si no es la verdad!

El aire se volvió denso, pesado, cargado de la verdad que Lluvia había descubierto, una verdad asfixiante que la ahogaba. Emiliano palideció aún más, su rostro se volvió marmóreo, casi inerte, como si la vida lo abandonara.

—¿De qué hablas, mi amor? ¿Mentir? No sé a qué te refieres. Estás desvariando, mi bella Camille —Su voz intentó sonar inocente, vacilante, teñida de una falsa preocupación, pero el temblor incontrolable en sus manos, que sostenían el marco de la cama, lo delató por completo, revelando su profunda inquietud y el miedo que lo carcomía.

—¡Rodrigo! —espetó Lluvia, con una energía que sorprendió incluso a los médicos y enfermeras que la observaban con cautela desde la distancia, con una mezcla de profesionalismo y asombro. La palabra salió de su boca como un lamento, una acusación rotunda que resonó en el pequeño espacio, llenándolo de una tensión palpable—. ¿Creíste que no me daría cuenta? ¿Que podrías engañarme para siempre, vivir en una burbuja de tus mentiras, construida para tu propia conveniencia? ¿Que no lo vería, que no sentiría su presencia? ¿Que su sombra no me encontraría incluso aquí? —Las lágrimas, esta vez de pura ira, de una rabia que la quemaba por dentro con fuego líquido, rodaron sin control por sus mejillas pálidas, saladas y amargas, una mezcla de decepción y dolor—. Lo vi. Aquí. Estuvo aquí. ¡Está vivo, Emiliano! ¡Y tú lo sabías! ¡Me mentiste! ¡Me mentiste en la cara, me condenaste a una farsa, a vivir una vida basada en tu engaño!

La acusación golpeó a Emiliano con la fuerza de un rayo, desintegrando su última línea de defensa, pulverizando su fachada de control. Su expresión de alivio se desmoronó por completo, revelando al hombre destrozado que se escondía debajo, consumido por la culpa. La negación inicial dio paso a una expresión de derrota, de profunda vergüenza y desesperación, sus ojos se llenaron de una oscuridad que no había visto antes. Cayó de rodillas junto a la cama, un hombre quebrado, su figura imponente reducida a la miseria, con la cabeza gacha, hundida en el pecho, incapaz de mirarla a los ojos, incapaz de soportar la furia y el dolor que emanaban de ella como una ola hirviente.

—Mi amor, por favor... por favor, escúchame. Lo hice por ti. ¡Por tu seguridad! ¡Para protegerte de todo lo que te atormentó! —Su voz era un ruego desesperado, un susurro roto que se ahogaba en sus propios sollozos, sus hombros temblaban incontrolablemente—. Después de ese accidente... en Buenos Aires, esa noche terrible... lo vi, Lluvia. Estaba al borde de la muerte, herido de gravedad, su cuerpo destrozado entre los hierros retorcidos del auto. La explosión... Podría haber muerto allí mismo. Pero los reportes oficiales decían que su cuerpo no había sido encontrado. No había pruebas concluyentes de su muerte. Y entonces supe... que estaba vivo. Que no podía haber muerto un hombre como él, tan obstinado, tan sediento de poder. Pero tú... tú estabas tan mal. Habías intentado quitarte la vida, te había salvado de ti misma, de la oscuridad que te envolvía. No podía contarte, no podía someterte a esa angustia una vez más. No podía arriesgarme a que volvieras a caer, a que la desesperación te consumiera de nuevo. Te protegí, mi amor, lo juro. Fue un acto de amor puro, aunque no lo parezca ahora, para mantenerte a salvo de ese monstruo que te había quitado tanto.

Su voz se elevó, intentando convencerla, desesperado por ser creído, por ser perdonado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.