La madrugada después del ataque dejó la casa de Emiliano como una herida abierta en la quietud de Buenos Aires. El aire frío y metálico a pólvora se colaba sin piedad por las ventanas rotas, y los fragmentos de vidrio, dispersos por el suelo, brillaban como lágrimas heladas bajo la pálida luz del amanecer. La furia y el terror que habían convulsionado su alma la noche anterior habían dado paso a una determinación férrea en Emiliano; Rodrigo había cruzado una línea inquebrantable, una frontera sagrada, al amenazar la inocencia de sus hijos. La paz que tanto había anhelado y por la que había luchado con tanto ahínco se desvanecía ahora como humo en el viento, revelando la inevitable y sangrienta guerra que se avecinaba. Pero incluso en la oscuridad de la preparación para la batalla, el destino, con su ironía caprichosa y sus giros inesperados, tejió una nueva hebra, enigmática y perturbadora, en el tapiz de su vida.
Unos días después del incidente, mientras Emiliano lidiaba con las reparaciones urgentes, el papeleo del seguro y la creciente paranoia que lo carcomía, sumergido en la vorágine de un miedo que se había materializado de la forma más brutal, apareció ella: Micaela. Su llegada fue, en apariencia, casual. El estruendo constante de los golpes de martillo, el ruido de los cristales rotos siendo retirados y la inusual actividad en la casa, visible desde la calle, habían atraído la atención de una mujer que, según ella, pasaba por la zona de Palermo por mera casualidad, atraída por la conmoción. Una vecina curiosa, una transeúnte preocupada, o quizás, una figura enigmática que prometía ser mucho más de lo que su fachada sugería.
Emiliano la encontró en la vereda, de pie con una elegancia inusual para el contexto, observando la casa con una expresión que él no pudo descifrar del todo. Era una mujer que irradiaba una belleza magnética y misteriosa, casi etérea. Su cabello negro, lacio y brillante, caía en cascada hasta su cintura, moviéndose como una cortina de seda oscura con la brisa. Enmarcaba un rostro de facciones delicadas pero intensas, cinceladas con una precisión casi escultórica. Sus ojos grandes y negros, profundos como pozos sin fondo en una noche sin luna, lo miraron con una mezcla de curiosidad, compasión y algo más que no supo identificar, algo que lo perturbó y lo atrajo al mismo tiempo, una dualidad fascinante. Llevaba ropa elegante pero sencilla, un atuendo de diseñador que no delataba su riqueza de forma ostentosa, más bien sugería una sofisticación discreta, que le sentaba como una segunda piel. Era como si una aparición inmaculada se hubiera materializado en medio del caos y la desolación.
—Disculpe, señor —su voz era suave, con un matiz dulce y aterciopelado, pero poseía una resonancia inusual, casi hipnótica, que calaba hondo—. Vi el desorden... las ventanas. ¿Está todo bien? ¿Necesita ayuda? Me pareció ver que estaban en problemas.
Emiliano, aún con los nervios a flor de piel por la tensión de los últimos días y la sombra de Rodrigo acechando, la miró con recelo, su instinto de supervivencia activado. Su olfato, pulido por años en el mundo de las sombras y el peligro constante, le decía que algo no encajaba. La aparición de una mujer tan atractiva, tan serena y compuesta, en medio de la desolación de su hogar y de la violencia que acababa de sufrir, era, cuando menos, extraña, demasiado fortuita. Pero la genuina preocupación en sus ojos, o al menos lo que él percibió como tal, le ablandó la guardia, abriendo una pequeña fisura en su armadura.
—Gracias —respondió Emiliano, su voz más áspera de lo que pretendía, teñida de la aspereza del trauma—. Estamos bien. Solo... un incidente. Estamos arreglando las cosas. No es nada grave. —No dio detalles, no podía permitírselo.
El mundo en el que vivía era ahora más peligroso que nunca, y la discreción era su mejor arma.
Micaela no se inmutó por su frialdad o por su reticencia. Una ligera sonrisa asomó a sus labios perfectamente delineados, revelando una hilera de dientes blancos y perfectos, tan impolutos que parecían irreales.
—Entiendo. Mi nombre es Micaela. Me dedico al diseño de interiores. Quizás... podría darle una mano con esto. Tengo buen ojo para los espacios y me encantaría ayudar a que esta casa recupere su calidez y se convierta de nuevo en un hogar. —Su mirada se posó en la ventana rota, luego en los restos de cristal en el suelo, como si ya estuviera visualizando la transformación.
La propuesta, aunque inusual y casi insólita, captó la atención de Emiliano. Estaba abrumado por la situación, los problemas con los niños, y la casa necesitaba ser reparada urgentemente para el bienestar y la seguridad de los pequeños. Además, la presencia de una mujer, una figura femenina en el hogar, por mínima que fuera, podría ser beneficiosa para Lorenzo y Theodore, que habían perdido a su madre de forma tan brutal. Quizás, incluso para la pequeña Camille, que pronto estaría más activa y necesitaría un ambiente más acogedor. Una parte de él, la parte lógica y pragmática, vio la oportunidad de un servicio necesario. Otra parte, más primitiva y vulnerable, se sintió intrigada por esa mujer misteriosa, por la calma que parecía irradiar en medio de su tormenta personal.
—No sé... no suelo aceptar favores de desconocidos, señorita Micaela —dijo Emiliano, con la voz aún teñida de precaución, su desconfianza innata luchando contra la extraña atracción.
Micaela rió suavemente, un sonido melodioso y cristalino que rompió la tensión del ambiente.
—No sería un favor, señor. Sería un trabajo. Y mi tarifa es... razonable. Déjeme mostrarle lo que puedo hacer. Tengo algunas ideas que podrían interesarle. —Su sonrisa se amplió, un gesto seductor y profesional al mismo tiempo.
Emiliano, contra su mejor juicio, asintió. La energía de Micaela, su aplomo, su belleza innegable, y la promesa de alivio en medio del caos, fueron una combinación irresistible. La invitó a pasar, y ella entró con la naturalidad de alguien que pertenece a ese espacio, como si el desorden no la perturbara en absoluto. Se movió con una gracia felina por el salón, sus ojos negros escudriñando cada rincón, cada daño, mientras Emiliano la observaba, una mezcla de fascinación y una desconfianza creciente y persistente en su interior.
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Editado: 10.07.2025