— ¡Estás preciosa, hija! —exclamó Adara maravillada y al borde de las lágrimas por ver a su nieta así.
—Gracias, abuela, pero no me gustaría que lloraras, es tu cumpleaños después de todo —rebatió Adrienna abrazándola con tanta fuerza que las dos se tambalearon.
—El vestido te queda genial, Adrienna —dijeron a la vez los mellizos bastante alegres.
—Sin duda —coincidió Hera.
— ¡Foto! —exclamó Harmony riendo. Rápidamente todos la acompañaron y en poco tiempo ya se habían tomado la selfie respectiva y las fotos grupales e individuales cuando escucharon a los demás comenzar a pedir por lo mismo, provocando que en solo unos instantes la fiesta redoblara la energía y el entusiasmo de todos allí.
Entre risas Adrienna vio como todo se animaba el doble y se contagió de la alegría, estaba dispuesta a comenzar también a disfrutar cuando recordó algo muy importante.
—Ya vuelvo, Ada —anunció mientras ponía una mano en el brazo de la rubia para captar su atención.
—Pero, niña, te perderás la celebración —rezongó Adara.
Adrienna sonrió con ternura—. Tranquila, no tardaré mucho. Es que debo buscar algo que se me quedó en el cuarto —explicó mientras le daba un beso en la mejilla y se perdía en dirección a la casa.
— ¿A dónde va Adrienna? —preguntó Ares cuando apareció en el sitio donde antes estaba la escritora, frunciendo al ceño al ver que esta se iba.
—Tranquilo, cariño, en un momento vuelve. No desesperes que ahora es que hay tiempo —dijo Adara palmeando cariñosamente su hombro, a lo que Ares hizo una mueca insatisfecho—. Ven, quiero una foto con mi nieto más apuesto —pronunció escuchando inmediatamente los múltiples reproches y comentarios ofendidos de los demás, ocasionando que Ares y ella rieran.
Adrienna atravesó el pasillo con una sonrisa y así mismo abrió la puerta de su cuarto, escuchando como algunos familiares salían de la casa cargando bandejas y bebidas dejándola como la única habitante en esos momentos y ante el pensamiento decidió apurarse para no perderse de nada.
De un salto estuvo junto a su cama y se agachó para sacar de debajo del colchón el regalo de su abuela. Cuando su mano topó con él, su sonrisa se ensanchó, pero todo su cuerpo se tensó ante el ligero ‘click’ que hacia el seguro de un arma al soltarse junto al sentimiento de una mirada más pesada que un yunque clavándose en su nuca.
—Vaya, me lo pusiste más fácil de lo que pensaba —pronunció con sorna mientras volvía a apuntar.
Adrienna se giró lentamente a pesar de haber tenido el impulso de voltear la cara de golpe al identificar la voz y no pudo sino tensar el gesto al ver ante sí a Aleyda con una pistola negra como el hollín descansando mortíferamente en su palma, apuntando únicamente en su dirección.
— ¿Qué…?
— ¡Cállate! —rugió Aleyda provocando que se sobresaltara—. ¡No tienes derecho a preguntar nada cuando tú me lo quitaste TODO! —gritó mientras su mano se agitó haciendo que la pistola brillara por la luz de la luna que ya había tomado su lugar en el cielo, volviendo ese un ambiente casi fantasmagórico.
Adrienna contuvo la respiración al ver su acción y al observar que comenzaba a despotricar en su contra le dio un rápido vistazo a su aspecto quedándose más pálida de ser posible.
Aleyda… se había vuelto loca.
Comenzó a respirar con agitación ante el mero hecho y es que así estaba actuando.
Tenía el cabello enmarañado, los ojos enrojecidos y la piel tan blanca como la de un fantasma y desde donde estaba podía ver como su pulso se había destrozado; la mano que no sostenía la pistola se agitaba como si alguien más la moviera y cada tanto jalaba sus cabellos, movimiento que descubrió que de seguro era el causante de que estuviera tan despelucada.
— ¡Cállate! —volvió a gritar Aleyda y se quedó en shock al pensar que había hablado en voz alta—. ¡Desde aquí te oigo pensar! —pronunció para después comenzar a reír de forma histérica.
» Tú, perfecta y magnifica, Adrienna, eres la culpable ¡de todo! Ares y yo éramos felices hasta que vinimos aquí, a este infierno de sol y “armonía”. Él iba a estar a mi lado por siempre, nos casaríamos, tendríamos cinco hijos, dos perros y un loro, pero claro, tuve que hacerle caso de venir aquí para que él fuera feliz, pero todo… ¡Todo se arruinó! —gritó saltando en su sitio y provocando que una bala impactara contra la ventana y se perdiera en dirección al mar—. Upsi —rio—. Esta cosa es muuuuuyyyyy resbaladiza ¿no te parece? —inquirió con una sonrisa torcida mientras volvía a apuntarle e inclinaba su cabeza.