PRÓLOGO
15 de junio, 2011.
¡Bienvenido/a seas a esta historia! Mantén los ojos abiertos. Gracias por leer.
***
—¿Qué tanta oscuridad estaría dispuesta a soportar, señorita Mitchell?
Caleb Anderson me observa ecuánime desde su escritorio, con los codos flexionados sobre la madera y su mirada escrutando la mía. Luce como lo que es: un hombre poderoso e imponente. Su voz rasposa y gélida me distrae de su pregunta inicial; la cual, al parecer, tampoco he comprendido muy bien.
—¿A qué se refiere? —replico—. No creo haber entendido.
Inclina su rostro hacia delante, cortando la distancia y dejándome admirar cada una de sus facciones. Me arrellano en el asiento, sintiéndome repentinamente incómoda ante su penetrante observación. Sin descaro alguno, recorre mi escuálido cuerpo con sus profundos ojos oscuros, hasta detenerse nuevamente en mi rostro.
—Señorita Mitchell —alza la comisura izquierda de su labio en una casi inapreciable sonrisa—. No me haga repetirle la pregunta.
Carraspeo la garganta.
—Perdón, es que yo..., bueno —balbuceo—. Nunca me ha gustado la oscuridad —atino a contestar.
—Ya veo... —le da una última hojeada a mi formulario para añadir—: es usted una joya valiosa.
Esbozo una leve sonrisa y él enarca una ceja en mi dirección. Acomodo un rebelde mechón detrás de mi oreja, entretanto él, se pone de pie con un sonido ronco. Por acto reflejo, imito la acción al tiempo que asiento con la cabeza.
—Señor Anderson, si usted me da este trabajo yo...
«Estaría eternamente agradecida», pienso; sin embargo, mis labios no arrojan las palabras.
—¿Señorita? —me apremia a contestar.
—Sí, mire, lo que pasa es que yo de verdad quiero este trabajo —confieso—. Y si usted me contrata, no se arrepentirá. Tengo experiencia, soy creativa y aprendo rápido. Como acaba de decir, puedo resultar una joya valiosa para esta editorial.
Ladea la cabeza con expresión parsimoniosa. Las personas no mintieron cuando me advirtieron sobre la personalidad estrambótica de Caleb Anderson y su capacidad para incomodar a los demás. No obstante, ninguno me advirtió de su porte tan altivo y analítico, y, mucho menos de su físico tan arrolladoramente atractivo.
La Editorial Russell es la más prestigiosa de todo Londres, y sé que si obtengo el puesto de editora puedo escalar hercúleamente en mi carrera profesional. Pese a que eso incluya tener que soportar la presencia de Caleb constantemente en mi vida. No expreso desagrado hacia él, sino más bien, un palpable nerviosismo y esa sensación de superioridad que emana; me hace sentir dócil. Y no es algo que desee.
—Mi estilo no es tomar decisiones a la ligera, me gusta pensar en todas las opciones posibles. No obstante, en el momento en que usted accedió a mi oficina —hace un ademán hacia la puerta—, supe que la quería en mi editorial.
—¡No puede ser! —un chillido excesivamente agudo escapa de mis labios—. ¡Lo conseguí!
Reacciono ante mi descabellada acción y siento mis mejillas teñirse de rojo por la vergüenza. Caleb ignora deliberadamente mi osadía y vuelve a tomar asiento detrás de su escritorio mientras me observa con lo que parece curiosidad y, a su vez, preponderancia.
«Lo has conseguido, Carlee».
Y sí, lo había conseguido. Empero, ¿fue lo único que obtuve?
Definitivamente la respuesta es negativa.
Resulta que la oscuridad no es lo que yo asumía; sino algo muchísimo más complejo. Mi concepto sobre ella sigue siendo discordante e incoherente, ya que, por unos momentos es tan placentera que siento que puedo tocar el cielo. Y en otros, es completamente sombría, sin color alguno y pareciera que me estuviese consumiendo de a poco; robando fragmentos de lo que solía ser para convertirme en alguien enteramente diferente.
Tardíamente me di cuenta de que la oscuridad era él. Y lo amaba.